Su objetivo es tumbar derechos de las mujeres y del colectivo LGTBI, pero también construir una sociedad nueva marcada por sus valores conservadores. Son las organizaciones, grupos y partidos políticos que intentan imponer una agenda ultracatólica y que organizaron la marcha antiaborto de este domingo en Madrid. Los conoce muy bien el profesor de Sociología y Estudios de Género de la Universidad Libre de Bruselas (ULB) David Paternotte, que lleva años estudiando quiénes son y cómo se organizan en una estrategia “orquestada a nivel internacional” en forma de lobby o en algunos países como Brasil, Hungría o Polonia, directamente desde los gobiernos.
El experto, que ha participado en el curso sobre derechos LGTBI organizado por el Ministerio de Igualdad en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo (UIMP), asegura que cada vez hay más información y “les funciona peor” la idea “de encubrir quienes son realmente”, pero están utilizando estrategias nuevas para intentar influir. Su financiación se ha cuadruplicado en los últimos diez años, según un reciente informe europeo.
En 2019 le entrevistamos para conocer qué había detrás del discurso de la “ideología de género” que empezaba a extender Vox en España. ¿Qué ha pasado estos años?
En España esta agenda 'antigénero' tiene más fuerza por Vox, que ya forma parte de un gobierno autonómico y tiene más presencia pública. También en Polonia, Hungría o Brasil. En Estados Unidos ya no es presidente Donald Trump, pero vemos lo que ha pasado con el aborto... La guerra de Ucrania también ha afectado, más que la pandemia. Muchos de estos actores sabemos que tenían contacto con Rusia y ahora ya van con más cautelas. En el Congreso Mundial de las Familias, uno de sus eventos clave, hay un núcleo estadounidense, uno europeo y uno ruso, y este ya no está. Organizaciones como CitizenGo, la filial internacional de HazteOír, ha eliminado al representante ruso de su junta, por ejemplo.
Y en general, ¿se han fortalecido?
Depende del contexto. A nivel europeo sí se está extendiendo en muchos países. En Holanda se han movilizado contra la reforma de la ley del aborto o en Reino Unido tienen acceso al Gobierno de Boris Johnson. De hecho, en dos semanas allí se celebra una conferencia internacional sobre libertad religiosa a la que acuden estos grupos y que se inició con Trump en Estados Unidos y luego se hizo en Polonia. También se está extendiendo en Suecia y los países escandinavos en general. En países como España estamos entrando en un escenario marcado por estos actores, que no van a desaparecer de momento.
La derecha cristiana en Estados Unidos es más antigua que el movimiento 'antigénero', pero ha participado en su desarrollo y tienen muchos vínculos
El Tribunal Supremo de Estados Unidos acaba de revocar la sentencia que garantizaba el derecho al aborto. ¿Es un ejemplo del poder que tienen estos grupos?
Sí y no. La respuesta corta es sí. Pero más bien un ejemplo de las estrategias jurídicas que desarrollan, que tienen mucha influencia en Estados Unidos. Diría que no en el sentido de que la derecha cristiana estadounidense es más antigua que el movimiento 'antigénero', pero es verdad que ha participado en su desarrollo y tienen muchos vínculos tanto a nivel financiero como personal. Muchas organizaciones y grupos de este tipo, por ejemplo CitizenGo, se han movilizado sobre este asunto, lo van a celebrar y les van a dar alas a nivel global.
¿Están utilizando estrategias nuevas?
Una de ellas es el relevo generacional, hay una voluntad real de formar a gente joven, eso es algo nuevo y tiene sus consecuencias reales. Siempre hemos asociado este tipo de ideas a personas más adultas, educadas en otro contexto. En España, en la dictadura, por ejemplo. Lo que vemos hoy en día es que la sociedad en general sí es más abierta, pero hay muchos jóvenes en estos grupos y que han desarrollado una capacidad de formación en forma de academias o universidades. Ordo Iuris, la organización polaca que está detrás de las leyes antiaborto allí, ha abierto su universidad en Varsovia y Marion Maréchal, la sobrina de Marine Le Pen, ha abierto una escuela en Lyon que tiene una sede en Madrid.
También se han modernizado. Su actividad ya no se parece a una manifestación del Opus Dei, hay una adaptación de lemas y de imagen pública. También hay una profesionalización, en el sentido de que trabajan en ellos profesionales sobre todo de la comunicación y el derecho. Y también hay una transnacionalización; forman parte de una red global, se intercambian ideas, discursos y estrategias y se cruzan muy a menudo. En Italia se vio con la oposición a la ley de parejas, cuando usaron los mismos carteles que en Francia pero traducidos. El autobús de HazteOír ha viajado por todo el mundo, ha estado en Kenia, en Chile, en México o en Nueva York.
La resistencia a las políticas de violencia de género es cada vez más fuerte, de hecho, desde 2019 la oposición al Convenio de Estambul ha ganado fuerza en algunos países
Una investigación de 2017 acreditó que España había sido con las manifestaciones contra el matrimonio igualitario y a favor de la familia tradicional una especie de “laboratorio” de la actividad de estos grupos. ¿No le dimos la importancia que tenía?
Desde los sectores progresistas se suele pensar que el futuro tenderá a serlo cada vez más, aunque eso nadie lo garantiza. Así que no hemos mirado lo que estaba pasando en estos mundos que conocíamos poco a los que apenas teníamos acceso. Hubo un efecto sorpresa y no pudimos adaptarnos bien. Ahora creo que es diferente y que cada vez más información y conocimiento de quiénes son. No les funciona tanto la idea de encubrir quiénes son realmente. Conocemos que son un actor más y habrá cosas que ganen y otras que pierdan.
¿En qué están mayoritariamente centrados estos grupos ahora?
Lo que atacan depende de lo que está disponible en su país, pero hay cuatro temas fundamentales: derechos sexuales y reproductivos, derechos LGTBI, educación y el tema de género en general. La resistencia a las políticas de violencia de género es cada vez más fuerte; de hecho, desde 2019 la oposición al Convenio de Estambul ha ganado fuerza en algunos países. En el tema LGTBI cada vez se habla menos del matrimonio igualitario y más de los derechos trans, contra los que se produce una articulación entre estos actores 'antigénero' y algunas feministas, que son dos luchas distintas, pero acaban coincidiendo en mensajes.
¿Hay algo en lo que vayan a poner más el foco próximamente?
Creo que va a ganar fuerza en los próximos años el tema de la libertad religiosa y la libertad de expresión. Ya lo estamos viendo. Y básicamente lo que hacen es decir que las políticas antidiscriminación y la lucha contra los delitos de odio están atentando contra su libertad. El peligro es que estos son derechos civiles fundamentales y ya estamos viendo casos en Estrasburgo en los que estos grupos intentan hacer litigios estratégicos utilizando esto, presentándose como víctimas de la discriminación. Cada vez se usan más conceptos como cristofobia, por ejemplo, con el que defienden que en el mundo occidental pueden desarrollar cada vez menos su vida según su fe y valores. En general, aluden a un supuesto “consenso progre” que les está discriminando.
¿Algún ejemplo de estas prácticas?
Sería el caso de políticos que no quieren celebrar matrimonios homosexuales porque dice que va en contra de sus valores. Hay también un caso en Suecia de matronas que se han negado a practicar abortos o el de una política en Finlandia que hizo un comentario homófobo y llegó a todas las instancias para conseguir que se declarara que no había sido discriminatorio, sino libertad religiosa o de expresión. En muchas universidades de Reino Unido hay grupos de estudiantes antiaborto que están reivindicando poder realizar actividades en los campus, pues se está tramitando en ese país una ley de libertad de expresión en las universidades y uno de los efectos será este.
Una de sus estrategias es abrir causas judiciales contra activistas, saben que la base jurídica es frágil, pero su objetivo no es ganar, sino meter miedo
Comentaba que hay organizaciones que utilizan el litigio estratégico. ¿Están siendo las denuncias judiciales sistemáticas otra de sus nuevas estrategias?
Sí, y tiene que ver con la profesionalización de la que hablábamos antes. Algunos grupos como ADF International se centran en litigios estratégicos y cuando tienen un caso que consideran potente, llegan hasta Estrasburgo. Luego hay otra estrategia que hace por ejemplo en España Abogados Cristianos y en Polonia Ordo Iuris que es abrir causas judiciales contra activistas. Las pierden a menudo porque la base jurídica es realmente frágil y creo que lo saben porque su objetivo no es ganar, sino meter miedo, paralizar, presionar y que la gente se lo piense dos veces antes de hacer algo que pueda ir en contra de sus ideas.
Solemos referirnos a estos grupos como nostálgicos de un pasado que idealizan. ¿Es un diagnóstico erróneo?
Lo que ocurre es que desde el mundo progresista hemos pensado siempre que todo va a ir a mejor y eso nos impide pensar en los riesgos, los obstáculos o los derechos que se pueden perder. En realidad es una lucha por la hegemonía cultural, en el mundo de las ideas, pero con el objetivo de construir otro futuro alternativo. No solo buscan acabar con algunas leyes o políticas públicas, sino que intentan construir alternativas. Y a menudo, nos fijamos en lo primero pero no en lo segundo. En Polonia y Hungría, por ejemplo, una de las razones por las que son partidos populares es porque hacen políticas sociales. Son políticas familiaristas, de apoyo a que las mujeres tengan hijos y se queden en el mercado laboral pero asuman las tareas de casa.
¿Cómo es esa nueva sociedad que buscan?
Se basa en una glorificación de la maternidad y de la madre-mujer que se sacrifica por sus hijos, pero hay también menos diversidad y menos igualdad. Sería más o menos democrático en función del contexto, pero es construir otro modelo de sociedad en el que no hay espacio para los derechos LGTBI o para las mujeres, pero tampoco diversidad cultural, de naciones... Una sociedad más monolítica y más autoritaria, en la que se reconocen menos derechos a menos personas.