Pocas medidas han generado tanto debate en la pandemia como la mascarilla en exteriores. Cuando su uso era obligatorio, las comunidades competían por ser las primeras en quitarla. Cuando dejó de serlo, muchos la mantuvieron de forma voluntaria y varios líderes exigieron al Gobierno que recuperase su obligatoriedad. Las mascarillas han sido el símbolo visible de que la crisis sanitaria sigue vigente y, ante su desaparición de la calle hace un mes, algunos expertos reaccionaron con cierta preocupación. No tendría efecto sobre los contagios, pero podía conducir a una percepción errónea de que la pandemia había acabado. Con la llegada de la quinta ola, sus temores se han cumplido.
Los 500.000 casos nuevos han traído consigo un arsenal de nuevas restricciones que no se imaginaban hace un mes. También han servido para recuperar viejos debates, como el de la paradoja de las mascarillas: reclamadas en exteriores, donde son menos necesarias, mientras que su uso se relaja en el interior de los bares, restaurantes o discotecas, los principales focos de contagio.
El Gobierno defiende que relajarla es una medida acorde con los datos de vacunación: el 67% de la población tiene al menos una dosis y el 53% la pauta completa. Y aunque el Congreso de los Diputados votó el pasado miércoles a favor del nuevo decreto de mascarillas, que flexibiliza su uso en la calle siempre que se cumpla el metro y medio de distancia, algunos no han quedado satisfechos.
Euskadi es la comunidad más insistente con exigirla en todos los supuestos. “Las mascarillas siguen siendo obligatorias y esa es la regla general, como en la inmensa mayoría de países de nuestro entorno”, replicó la Ministra de Sanidad, Carolina Darias. “Solo en casos muy concretos deja de serlo”, añadió respecto a los exteriores cuando se mantenga la distancia de seguridad. La titular recordó además que las imágenes de aglomeraciones sin mascarilla no tienen amparo legal ni justificación. Por eso el lehendakari le ha dado la vuelta a la norma: las excepciones no son dónde te la tienes que poner, sino dónde te la puedes quitar.
“[Su uso] se extiende a todo tipo de ámbitos urbanos transitados tales como cascos viejos, zonas comerciales, tiendas, mercados o áreas con establecimientos de hostelería, así como en todos los paseos marítimos, parques infantiles, aceras, pasos de peatones, plazas o calles con concurrencia de personas”, explicó Iñigo Urkullu. Euskadi responde así frente a una incidencia de 600 casos por cada 100.000 habitantes, ya que su Tribunal Superior de Justicia le tumbó la petición de toque de queda y solo permitió un confinamiento nocturno “voluntario”.
El de Euskadi no es el único caso. Andalucía y Baleares también reclamaron el regreso de su uso en exteriores, aunque finalmente ambas han optado por dejarlo en “recomendaciones”. “Euskadi responde a una preocupación objetiva que ha completado con otras medidas”, diferencia José Martínez Olmos, exsecretario de Sanidad y profesor de Salud Pública en la Universidad de Granada. “Me gusta mucho el planteamiento del lehendakari, porque el uso de la mascarilla sigue siendo necesario para atajar la pandemia”, admite el experto. Se refiere a interiores y a los muchos momentos en los que no se garantiza el metro y medio.
También reconoce que las mascarillas, si no se acompañan de más restricciones, “pueden generar confusión y desviar la atención de donde se producen la mayoría de los contagios: el ocio nocturno y los interiores”. Andalucía, mientras reclamaba su uso en el exterior, mantenía el ocio nocturno abierto hasta las 2:00 de la mañana y descartaba pedir toque de queda. Por el contrario, Baleares ha endurecido la obligación de usar la mascarilla al aire libre, pero también lo ha hecho con el horario de las reuniones sociales y las sanciones para los botellones.
Políticamente es muy fácil de implementar y simbólicamente traslada el mensaje de que se están tomando medidas. El debate debería ser cómo limitar las actividades sociales, no el de las mascarillas
“Políticamente es muy fácil de implementar y simbólicamente traslada el mensaje de que se están tomando medidas”, reconoce Mario Fontán, médico de Preventiva e investigador de la COVID. “Los contagios de esta ola empezaron a subir los días previos a que se retiraran las mascarillas de los exteriores”, señala, por lo que su relajación no influyó directamente en la subida de casos. En cambio, sí que coincidió con “un aumento de la movilidad masiva, de actividades sociales que involucran muchos contactos y donde no se respetan las medidas, no solo las mascarillas”. “El debate debería ser cómo limitar estos planes mientras la transmisión sube, no el de las mascarillas”, opina el experto.
Gestionando los mensajes de optimismo
El planteamiento del fin de las mascarillas en las calles fue precipitado, según los epidemiólogos. Por otro lado, los datos avalaban el optimismo, la estrategia de vacunación masiva iba sobre ruedas y la incidencia llegó a descender hasta cifras mínimas (95 casos por cada 100.000 habitantes). “Se dijo que volvían las sonrisas, una frase desafortunada y que no buscaba relajar la actitud de la gente, pero que inevitablemente lo hizo”, expresa Martínez Olmos. Fontán también cree que el mensaje triunfalista tuvo algo que ver, pero que se correspondía con la tendencia epidemiológica: “Los discursos institucionales no son comparables a los del año pasado, cuando se decía directamente que habíamos derrotado al virus”.
Con el fin de la mascarilla en los exteriores se dijo que "volvían las sonrisas", una frase desafortunada que no buscaba relajar la actitud de la gente, pero que inevitablemente lo hizo
Además, “ese clima optimista que se generó de final de la pandemia fue previo a la retirada de la mascarilla. Yo le concedo muy poco peso”, dice el sanitario. En su día costó explicar por qué se obligaba a usar la mascarilla en exteriores cuando la evidencia científica era escasa al respecto. Se basó más bien en una estrategia para crear costumbre y prevenir. Lo admitió el propio Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias: “Lo importante es que la lleve el que está enfermo, pero lo hacemos porque no sabemos quién lo está y es más importante prevenir”.
Una vez que los más vulnerables estuvieron protegidos, se flexibilizó su uso. Pero ahora las tornas han cambiado con los altísimos niveles de transmisión. “Ir sin mascarilla por la calle ha simplificado la realidad y mucha gente lo interpretó de forma errónea”, según Olmos. El experto sabe que ni esta medida en concreto fue la culpable de la explosión de los positivos ni servirá ahora como recurso infalible contra la quinta ola. Pero en su opinión sirve para “hacer que no se malinterprete su uso como hasta ahora”.
Fontán, en cambio, cree que imponerla o endurecer su uso es una forma de “dar la sensación de control por parte de los gobiernos”. “Tiene que ver con un marco mucho más político que epidemiológico: ante el apuro de tomar medidas, se toma la más simbólica. Tiene un coste político mínimo a cambio de no restringir otros sectores económicos”, explica. En su opinión, el problema es que se que individualiza la responsabilidad del control del contagio. “Refuerza la idea de que la transmisión la provoca cada persona de forma individual y de que la responsabilidad de los gobiernos es reducida”, explica. El investigador es claro: doblegar la quinta ola solo se conseguirá mediante “medidas más colectivas”.