Cinco horas de trabajo, una más de actividades complementarias y hasta otras dos de tareas en casa. Podría parecer la jornada completa de un adulto, pero es el día a día de Amanda, una niña de nueve años. Va al cole por la mañana, vuelve a casa para comer a mediodía y de regreso al aula hasta las 16.30. Luego viene el baile, que le apasiona. Pero al poner un pie en casa, tiene que lidiar con la tarea más tediosa: hacer los deberes.
“Viene muy cansada y lo que necesita es desconectar, pero la carga de tareas es tanta que apenas tiene tiempo para hacer lo que le gusta”, asegura Carlos Pérez, su padre. Desde que empezó la Primaria, las tardes se hacen eternas sentados en la mesa de la habitación. “Mínimo son dos horas diarias y a veces nos desesperamos. Hay días incluso que no puede acabar todo lo que le piden”, se queja.
¿Deberes, sí o no? Es un debate cuya respuesta, coincide la mayoría, no puede reducirse a blanco o a negro. “No hay ningún estudio que demuestre que los deberes son garantía de éxito educativo, ni tampoco lo contrario”, señala Enric Roca, profesor de Ciencias de la Educación en la Universidad Autónoma de Barcelona. Ahora bien, añade, “lo que no es tolerable es que las tareas en casa se conviertan en un ejercicio tedioso y aburrido porque eso es contraproducente para los niños”.
“Aprender no significa estar con los codos pegados al libro”
Algunos expertos, incluso, advierten de que la sobrecarga de trabajo en niveles educativos bajos puede generar rechazo hacia el propio aprendizaje. “La curiosidad por aprender es un estímulo natural de los niños que puede romperse peligrosamente con un exceso de tareas”, explica Marta Álvaro, asesora técnica del Centro Nacional de Innovación e Investigación Educativa del Ministerio de Educación. Esta pedagoga pone de relieve que el desarrollo de competencias “no tiene por qué ser sinónimo de estar con los codos pegados al libro”. “Lo que siempre llamamos deberes tiene que entenderse más bien como pequeñas tareas para que los niños vayan tomando autonomía, y no tanto cuestiones curriculares”.
Aquí es muy importante, subraya Álvaro, el trabajo en las familias. “Los deberes en casa deberían fomentar la lectura como diversión y acompañar a los hijos en el aprendizaje de una forma lúdica y con retos cotidianos, pero nunca reemplazar al trabajo que se realiza en el cole”, explica. “Los padres y madres –añade– no puede ser sustitutos de los maestros porque entonces estamos generando desigualad”.
“Lo que no puede ocurrir de ninguna manera es que los deberes se conviertan en el recurso fácil que completa lo que el profe tiene en su programa y no da tiempo a ver en clase”, expresa en la misma línea Enric Roca. En su lugar, el trabajo en casa “debe funcionar más bien como un enriquecimiento fuera del aula, como un refuerzo que tiene que impulsar la satisfacción de las curiosidades naturales de los niños”. “Necesitan tiempo para perder el tiempo, para jugar, crear, imaginar... No se les puede regular todo, como ocurre en el mundo adulto”, apostilla.
Para María Remedios Belando, catedrática de Pedagogía Social de la Universidad Complutense, los deberes son beneficiosos en la medida en que ayudan a “fomentar la disciplina, la organización y la responsabilidad”. Pero, advierte, pueden tener también una contrapartida preocupante. “En algunos casos, las tareas provocan problemas de estrés y baja autoestima si hay dificultades para desarrollarlas”.
La amenaza del desánimo
Es la sensación que invade a Amanda cada vez que se pone frente al libro de inglés. Estudia en un colegio público con programa bilingüe en el que se imparten en inglés tres asignaturas: Science, Art y Music. “Se siente incapaz de seguir el nivel y en casa le ayudamos en lo que podemos. Hemos tenido que buscar a una persona que venga a casa a darle un poco más de apoyo porque lo pasa bastante mal”, reconoce José Carlos.
“Cuando este tipo de obstáculos se acentúan con un exceso de tareas fuera del aula es muy fácil que cunda el desánimo en edades muy tempranas. Y eso es un verdadero desastre”, incide Enric Roca, que también apunta que una sobrecarga de deberes puede crear incluso rifirrafes dentro de la familia.
Pero hay voces para todos los gustos. Este argumento, por ejemplo, tiene poca credibilidad para Belando, que, siempre rechazando los excesos, considera estas tareas como “una oportunidad para generar un especio y un tiempo de colaboración y debate entre los miembros de una familia”. En la misma línea se expresa Luis Carbonel, presidente de la Confederación Católica Nacional de Padres de Familia y Padres de Alumnos (CONCAPA). “Si los profesores cumplen bien con su trabajo, los niños no tendrían en principio que necesitar ayuda en casa. Si se requiere, entonces algo falla”, señala.
“Hacer lo mismo, pero más, no funciona”
Según el último barómetro sobre educación y familia realizado por la CONCAPA, casi ocho de cada diez familias están muy o bastante a favor en que sus hijos refuercen en casa lo aprendido en el aula, frente al 21% que lo considera innecesario. El tiempo medio, de acuerdo con los datos arrojados por el estudio, que debería dedicar un escolar a los deberes fuera de clase se acerca a las dos horas.
La Confederación encargada del barómetro comulga, según reconoce su presidente, con las tareas en casa. Pero no a cualquier precio. “Creemos que es un trabajo personal e individual necesario para retener y memorizar lo que se ha visto en el aula. Eso sí, siempre tiene que estar adaptado a la edad de los alumnos”, puntualiza Carbonel.
Porque la calidad no es siempre sinónimo de cantidad. “Repetir algo con los mismos métodos es siempre garantía de fracaso y conduce directamente al abandono escolar”, sostiene José Luis Pazos, presidente de la FAPA Giner de los Ríos. “Si voy mal en lengua, pues más lengua... No, esa no es la solución. El camino es plantearte cómo se está impartiendo esa asignatura. Hacer lo mismo, pero más, no funciona”, añade Enric Roca.
El diálogo es siempre la clave
Por eso, entre otras razones, para todos los expertos consultados es fundamental la coordinación entre los docentes.“Las tareas de clase no pueden comer la tarde de ninguna manera. Y para evitarlo, lo ideal sería que los profesores se comunicaran más para equilibrar la cantidad de cosas que se les pide a los chicos y chicas”, reivindica Luis Carbonel.
Esa comunicación también debería reforzarse, en opinión de Marta Álvaro, entre familias y docentes. “Tiene que fluir mucho más y no solo utilizarse para compartir algo malo, como que se ha portado mal en clase o no ha hecho las tareas que se mandaron”, dice la pedagoga, que insiste en la urgencia de romper el muro que separa a padres y profesores para convertirlos en aliados, no en antagonistas.
Y entonces, ¿cuál es la clave para el éxito escolar? Todos coinciden en la importancia de que el colegio se cuele en casa como tema de conversación. “Más que ejercer de segundo maestro, hay que fomentar ese diálogo en las familias, preguntar cómo ha ido la jornada, dejar que los niños se expresen y confiar en ellos”, apunta Enric Roca. Porque, como revela el llamado efecto Pigmalión y recuerda Roca, “si se ponen altas expectativas sobre un estudiante, la motivación aumenta y, con ella, la garantía de aprendizaje y de éxito”.