De las huelgas del 8M a 'El violador eres tú': el feminismo resurge como movimiento de masas
Calles a rebosar, la Cibeles violeta rodeada de una multitud, mujeres tomando los pueblos, oficinas donde solo quedan hombres. Los 8M de 2018 y 2019 son la imagen multitudinaria de algo aún más grande y profundo: un feminismo que ha resurgido, rearmado ideológicamente, y que a lo largo de esta década se ha convertido en un movimiento de masas. Del 'Tren de la Libertad' y la lucha por el aborto al 7N y el #NiUnaMenos de 2015, de la ruptura histórica del silencio y las movilizaciones alrededor del caso de 'la manada' a los cuidados como nuevo eje de lucha para llegar a dos huelgas feministas sin precedentes que han consagrado al feminismo como uno de los sellos de esta época que vivimos.
Era 20 de diciembre de 2013 y el entonces ministro de Justicia del Gobierno conservador de Mariano Rajoy, Alberto Ruiz Gallardón, desgranaba su proyecto para reformar la Ley del Aborto vigente. La norma no solo acababa con la Ley de Plazos aprobada en 2010 sino que implicaba un retroceso de más de 30 años: imponía unas restricciones que superaban con creces las establecidas en la primera norma que tuvo España en 1985. Gallardón lanzó un órdago que perdió –el proyecto nunca vio la luz y él tuvo que dimitir meses después– pero que fue el primer empujón de masas para el feminismo.
Una movilización bajo el nombre de 'El Tren de la Libertad' desplazó a decenas de columnas de mujeres y hombres que recorrieron el país en tren o en autobús para llegar a una manifestación que abarrotó Madrid a comienzos de 2014. Fue esa la primera demostración pública de fuerza: la causa logró superar categorías políticas tradicionales y convocar a varias generaciones en lo que quizá fue el inicio de esa transversalidad que ha hecho del feminismo un fenómeno de masas.
Este 'tren' que movilizó a España tuvo sus propias semillas a miles de kilómetros. En los últimos años, el feminismo latinoamericano ha emprendido una batalla cuerpo a cuerpo, nunca mejor dicho, para lograr el reconocimiento del derecho al aborto en una región en la que prácticamente todos los países lo mantienen tipificado como una práctica ilegal. El feminismo ha elevado de lo particular a lo político los casos de mujeres encarceladas, incluso, por haber sufrido abortos espontáneos en México o El Salvador.
La esperanza está ahora en Argentina, donde el movimiento tiene la vista puesta en el primer año de mandato del nuevo presidente, Alberto Fernández: este 2020 que empieza tiene muchas papeletas para convertirse en la fecha en la que el aborto sea ley. El logro sería como un seísmo que movería a toda la región y que mostraría al mundo, una vez más, la potencia actual del feminismo.
Del #NiUnaMenos al #MeToo
Dos factores ya apuntados han hecho del feminismo uno de los movimientos de la década: su carácter internacional y el intergeneracional. Las decenas de acusaciones contra el productor de Hollywood Harvey Weinstein publicadas por The New York Times en octubre 2017 iniciaron el movimiento #MeToo. Ese #YoTambién es, sobre todo, una ruptura del silencio histórica e internacional: miles de mujeres hablando públicamente de sus experiencias de acoso y violencia sexual, algunas de ellas llegando a los tribunales o a la denuncia pública de sus acosadores con nombre y apellidos.
En España, esta conversación pública ha estado estrechamente ligada al caso de 'la manada'. La violación cometida por cinco hombres a una chica en un portal de Pamplona en 2016, el juicio y las sentencias, han sido el caldo de cultivo para un debate público en el que ha habido espacio para la denuncia del machismo cotidiano pero también para la discusión en torno a la forma en la que se juzgan los delitos sexuales, los procesos a los que deben enfrentarse las mujeres, y la pertinencia o no de nuestro Código Penal.
Mucho antes de este caso, en noviembre de 2015, sucedía otro de esos hitos que permitieron el estallido posterior del 8M. Fue la Marcha Estatal contra las Violencias Machistas, el 7N, una jornada de movilización que consiguió ser multitudinaria después de un verano especialmente sangriento. El feminismo tomó la delantera, denunció los recortes presupuestarios auspiciados por la crisis, y presentó propuestas concretas. El 7N dio otro empujón a la lucha contra las violencias machistas y fue el germen de lo que más tarde se convertiría en un pacto político: el Pacto de Estado contra la Violencia de Género.
Las marchas convocadas, a veces casi de forma espontánea, como reacción al cuestionamiento al que se sometió a la superviviente de 'la manada' –“Yo sí te creo”– o como crítica a una sentencia que ponía en evidencia las carencias de la justicia en perspectiva de género –“No es abuso, es violación–, bebieron de ese 7N y al mismo tiempo lo llevaron más allá al situar en el centro del discurso la violencia sexual y el derecho de las mujeres a su autonomía en las relaciones afectivo sexuales.
Varias teóricas consideran esta ruptura del silencio en torno a la violencia sexual el corazón de una cuarta ola feminista. Para la teórica feminista Rosa Cobo, este 'basta ya' global forma parte de algo más grande y profundo, gestado durante los últimos años: “Creo que estamos ante un proceso de rearme ideológico del movimiento feminista”. Por su parte, la filósofa Silvia L. Gil señala el #NiUnaMenos, el movimiento iniciado por las feministas argentinas también en 2015 contra los feminicidios, como origen de la revuelta feminista actual. “Muchas veces tendemos a pensar que lo que ocurre en Estados Unidos o en Europa es el detonante, pero creo que para entender lo que estamos viviendo hay que situar su origen en los países del sur. Esto nos coloca en una perspectiva muy distinta: se trata de un feminismo de clase”, decía en una entrevista.
El trabajo invisible que nos sostiene
La huelga de mujeres del 8 de marzo de 2018 es reflejo de esa nueva perspectiva feminista. La convocatoria supera a la de una huelga tradicional, no solo se convoca al paro a los sectores productivos, sino que se llama a una huelga de consumo y de cuidados. Así, el feminismo pone el foco en el trabajo invisible que sostiene la vida, que no es remunerado, y que es llevado a cabo mayoritariamente por mujeres. Los 8M de 2018 y 2019 han servido de plataforma para reivindicaciones que el feminismo lleva años gestando en la teoría y en la práctica: desde los derechos laborales de las empleadas del hogar al reparto equitativo de los cuidados, la precariedad de las trabajadoras de los sectores feminizados o los suelos pegajosos que hacen que las mujeres tengan muy difícil mejorar sus condiciones laborales y materiales.
El éxito del 8M en 2018 y 2019 tiene de fondo la lucha intergeneracional, el grito contra la violencia sexual y el reclamo de una vida libre de violencias, pero también ese foco en los cuidados que termina por transformarse en discriminación laboral. En las calles, varias generaciones de mujeres que creyeron haberse educado en igualdad, que fueron las más preparadas de la historia y que se toparon con un mundo laboral que les demostró que las promesas hechas eran mentira.
La esperanza es verde, como el pañuelo que popularizaron las mujeres argentinas en su lucha por el aborto y que se ha convertido en un símbolo feminista internacional. Ese es el pañuelo que llevaban atado al cuello muchas de las miles de mujeres que hace unas semanas se lanzaron a hacer una performance –El violador eres tú– que ha resultado ser otro hito feminista, el último de la década. Lo que empezó en Chile, en plena protesta social contra el Gobierno, se replicó rápidamente en otros países de América Latina, en España, en Francia, en Reino Unido, en Turquía, en India.
Miles de mujeres cantando y bailando, ocupando el espacio público, para quitarse la culpa y señalar a los verdaderos culpables de la violencia contra las mujeres: los hombres, pero también el Estado, la justicia, o la policía. El cántico resuena y llega a a todas, a las más convencidas y a las menos, porque ese ha sido, al fin y al cabo, uno de los éxitos del feminismo reciente: apuntar causas comunes y posibles caminos para transitarlas. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba, ni cómo vestía.