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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“Déjela usted que está ganando la vida para su familia”

Los calcetines que vende Libertad cuestan dos euros. Si son pequeños, un euro y medio. Los coloca sobre la piedra que da acceso a la boca de metro de Prosperidad, en Madrid. Son baratos pero la gente no compra. Hay días que no vende nada. Otros se pone a llover de repente y no hay nada que hacer. Pero si antes de salir de casa ya amenaza tormenta, Libertad cambia calcetines por paraguas. A Libertad le compran más los que quieren ayudarla que los que necesitan calcetines o paraguas.

Hace tantos años que Libertad vende en la plaza que muchos la conocen y se paran a saludarla. Tiene 77 años y vive junto a su hija de 48 y sus dos nietos en un piso de López de Hoyos, la calle en la que está situada la plaza. Con su pensión de 500 euros por viudedad más lo que saca de los calcetines sobreviven cuatro. Tras quitar los gastos de la vivienda, de la pensión le quedan 170. De los calcetines tienen que comer.

“Mi hija no puede trabajar porque está enferma del riñón e imposibilitada de un brazo por un accidente. Cuando mis nietos eran pequeños, el padre les abandonó. Primero me tuve que ir a pedir limosna para poderlos sacar de comer y después cuando hice un dinero me puse a vender”. Pero al principio no le permitían estar allí: “La policía me quitaba los calcetines, me echaban 900 euros de multa y como no los podía pagar me quitaban de la pensión”.

Con 'el 15 de mayo'

“Sí, últimamente vinieron los municipales, sí”, cuenta Libertad. “Pero los vio el 15 de mayo y dijeron los del 15 de mayo que iban a hablar ahí por mí. Y no sé si han hablado pero el caso es que ahora vienen y no me dicen nada”. Libertad se refiere a la Asamblea Popular de la Prospe del 15M, que se reúnen también en la plaza y cuyo periódico Libertad les ayuda a repartir. “Lo único, que no me dan permiso y yo quisiera que me dieran una autorización para poder vender libremente. Aunque tuviera que pagar algo, que no fuera mucho. Cuando estuvo aquí la feria de los vendedores, le dijeron a la policía que me dejaran, déjela usted que está ganando la vida para su familia. Y entonces me dejaron”.

Unos días antes de la visita de la alcaldesa Ana Botella a la plaza de Prosperidad, el pasado 25 de enero, la Policía Municipal le pidió a Libertad que no acudiera a la plaza por unos días. Ella obedeció. “No pude hablar cuando vino la Botella porque tuve que ir de médico -explica- pero lo de esa piedra teníamos que hablarlo”.

Hablemos lo de esa piedra. Libertad se refiere al monolito con la inscripción “Aquí yace la guerra” que durante 30 años estuvo en la plaza donde ahora y, desde ese 25 de enero, está colocado el oso y el madroño que inauguró la alcaldesa en homenaje a los 150 años del barrio. En realidad, se trata de la recolocación de la figura esculpida por José Ramón Poblador que recibía a los visitantes del cercano Museo de la Ciudad, clausurado por el consistorio que preside Ana Botella el pasado verano.

'Nostrolito'

Libertad, como muchas otras personas que pasan por la plaza, piensa que la guerra a la que hacía referencia la lápida del monolito era la Civil. En realidad, se realizó en el marco de las luchas contra la entrada de España en la OTAN, en el año 84 u 85 y fue pagada por los vecinos y colocada con el permiso de la Junta Municipal. “Estaba hecho de ladrillo y pintado, así que tampoco fue una cosa que fuera muy cara”, recuerda Pepe, activista vecinal de la Escuela Popular de la Prospe. “Es ‘nostrolito’”, bromea Juan, quien en la mañana de sábado en la que se realizan estas entrevistas acude a la Asamblea del 15M en la Prospe.

La sección de Espacios Urbanos de la Junta Municipal no sabe nada del “nostrolito”, ni dónde está ni qué sucederá con él. Los vecinos están preparando cartas para pedir explicaciones a la administración local. Ya son dos las pintadas que han aparecido en la base de la escultura del símbolo madrileño. La primera fueron varias guillotinas, en referencia a las protestas por los recortes. La segunda era más explícita: “La Prospe odia a Botella”.

“Esa piedra era un homenaje a los fusilados republicanos y no tenían por qué haberla quitado. A mí me fusilaron a mi padre y a mi madre y yo todavía no lo he pasado, eso se me ha quedado aquí. Y yo no cambio, yo soy republicana y moriré republicana. Yo, República. Yo quiero un Gobierno de clase obrera”, dice con fuerza Libertad.

Sus padres, Antonio Rodríguez Fernández y Tomasa García Alcalá Jiménez, fueron fusilados el 24 de diciembre de 1941 en los automotores del Puente de Vallecas, dice Libertad. “Mis nietos no encuentran trabajo. Yo quiero decirle al Gobierno que si la reforma laboral ha mejorado, dónde está el ejemplo, porque no se ve, porque cada día hay más parados, más gente pasando calamidades y más gente durmiendo en la calle, eso es una vergüenza para un país civilizado, el Gobierno no apoya nada más que a los ladrones”.

Las amistades

Libertad quiere hablar, pero tanta gente la conoce que le interrumpen el hilo. Se acercan a saludarla. Las mujeres aseguran que es muy querida, que la ayudan. “Estoy diabética, asmática, enferma de los nervios, tengo una hernia de hiato, estoy enferma del intestino, estoy enferma de la vejiga de la orina, estoy enferma de las cuerdas vocales, que no me pueden operar por las enfermedades que padezco y la edad que tengo. Tengo que tomar 30 pastillas diarias, y así voy saliendo, gracias a la buena gente”.

Un hombre de negro, en sus ochenta y tantos años, se acerca a Libertad para decirle “hasta luego, hasta luego”. Él lleva sombrero y una cámara al cuello. La mujer no ve bien de lejos y continúa hablando, le contesta “hasta luego, hasta luego” sin mirarle a la cara. Él se acerca más. “¡No me veía usted!”, dice el hombre, que sonríe y se baja las gafas de ver. “Sí, me acuerdo de usted, es don Rafael Sánchez Ferlosio, el escritor”. El escritor sonríe: “bueno, ¿esto qué vale?”. No le pregunta por los calcetines sino por el taco de periódicos que Libertad mantiene en el regazo y va entregando a las personas que entran salen y del metro. “Nada, es del 15 de mayo, para que usted escriba”. Ferlosio coge un periódico y se va diciendo “¡hasta luego, hasta luego!”.

Mientras se aleja lentamente, Libertad cuenta que “tiene dos premios Cervantes, concedidos por el rey. Su padre era falangista pero ayudaba mucho a los republicanos. Y a este señor el padre fue metido en la cárcel, preso, pero los republicanos fueron y le salvaron porque él apoyaba mucho a los republicanos y este señor favorece mucho a las izquierdas”.

Libertad tiene un nombre libertario y esa es una de las pocas cosas que pudo recibir de sus padres. A los siete años, ya huérfana, el director del Auxilio Social, a cuya puerta acudía a pedir comida con una lata de tomate vacía y lavada, se la negaba por ser “hija de rojos”. Una mujer falangista llamada Blanquita, que trabajaba allí dio la cara por ella: “Si es hija de rojos como si es hija de blancos, es una niña y tiene que comer todos los días”, cuenta Libertad que dijo, antes de admitirla en el comedor.

En los años 80 estudió el Graduado Escolar en la Escuela Popular de la Prospe, donde se enseña a mayores. Por las mañanas, acudía con su marido a la misma -pero diferente- plaza de Prosperidad, a hacer venta ambulante a las puertas del mercado. Su nieto tiene 21 años y está terminando la carrera de Económicas. Su nieta tiene 19 y, “como vale para estudiar” tiene beca y ha empezado a estudiar Arqueología. “Pero aquí me tienes a mí -y se agarra Libertad el nudo de la bufanda- que tengo que estar sacrificada para poderlos dar un pedazo de pan”.