Desconocimiento, malas prácticas e inquietud: las dificultades de las personas trans que congelan óvulos o esperma

Un día de verano del año pasado, Laura llegó a la consulta de endocrinología. La exploración de su género le había llevado a afirmarse como mujer trans y a decidir empezar un tratamiento hormonal con estrógenos. Antes de acudir al hospital hizo su propia investigación sobre qué esperar y qué no de la hormonación y descubrió que el tratamiento conllevaría probablemente esterilidad. Las hormonas, que tanto necesitaba, la privarían de tener descendencia biológica a ella, que siempre había querido tenerla. Esto la descorazonó, pero su endocrino reavivó sus esperanzas: informó a Laura de que la sanidad pública contempla el derecho a congelar gametos para personas trans que van a iniciar un tratamiento hormonal.

El consentimiento informado para la terapia hormonal feminizante avisa de que “puede ocurrir esterilidad permanente tras 6 meses del uso de estrógenos”. La clave aquí es el “puede”: la hormonación no es sinónimo de esterilidad —y esta no tiene por qué ser irreversible si se suspende la administración de testosterona u estrógenos—, pero, como sí es una consecuencia probable, las propias personas trans lo tienen en cuenta de cara a su planificación vital. Por eso, es común que gran parte se plantee congelar esperma u ovocitos antes de tomar las hormonas.

Para evitar los efectos del tratamiento hormonal sobre su fertilidad, algunas personas trans congelan sus ovocitos u esperma. El derecho a la criopreservación para esta demográfica comienza a mediados de la década pasada en algunas autonomías y se garantiza en el ámbito estatal desde 2021

El procedimiento habitual para las personas transfemeninas es la congelación de semen obtenido por masturbación. Quienes transicionan al espectro masculino utilizan la vitrificación de óvulos, que implica un proceso de estimulación ovárica mediante hormonas, controles ecográficos y extracción de los ovocitos.

La situación en España

El derecho a la vitrificación de material reproductivo para personas trans en España empezó a dar sus primeros pasos de la mano de las leyes trans autonómicas desde mediados de la década pasada. Las personas trans tenían derecho a congelar sus gametos dependiendo de la autonomía donde residiesen hasta finales de 2021, cuando el Ministerio de Sanidad añadió este procedimiento a la cartera de servicios comunes del Sistema Nacional de Salud. Para acceder a la criopreservación, los requisitos son que el personal médico indique el tratamiento y que exista un riesgo para la capacidad reproductiva —como es el caso del tratamiento hormonal—, explica el Ministerio.

A partir de ahí, el procedimiento concreto para congelar esperma u ovocitos depende de cada autonomía. En la Comunidad de Madrid se debe acudir a Atención Primaria para iniciar el proceso, según explica la Consejería de Sanidad. Desde el centro de salud se remite a la unidad hospitalaria de referencia. La primera cita tiene lugar en 50 y 60 días después y no hay priorización para personas trans, “pero dada su naturaleza se procede en consecuencia”. Estos tiempos no siempre se cumplen: Nuria Asenjo, psicóloga de la Unidad de Transexualidad e Intersexualidad (UTI) del Hospital Ramón y Cajal, afirma que la lista de espera para congelar esperma es de unos dos meses, pero la de óvulos es “más larga”. “Algunos de mis pacientes se ‘arrepienten’ —remarca las comillas— de la decisión si ven que el proceso va bastante lento”, asegura.

No hay estadísticas de acceso a la criopreservación según la persona sea cis o trans, pero una enfermera cuenta lo que ve: dos o tres pacientes trans al mes, jóvenes y mujeres y hombres en proporción parecida

No se puede saber cuántas personas trans hacen uso del derecho a la criopreservación porque la lista de espera no está desglosada, pero una enfermera de la Unidad de Reproducción Humana del Hospital Gregorio Marañón de Madrid que prefiere no revelar su identidad ofrece una aproximación. El suyo es uno de los pocos centros públicos que hacen este proceso en la comunidad, y estima que tratan a dos o tres pacientes trans al mes. Se trata de hombres y mujeres en igual proporción, jóvenes, y en los tres años que ella lleva trabajando en la unidad, solo han tenido “dos o tres” casos de personas que acudan para utilizar material previamente congelado. “Lo usan [el material reproductivo] poco porque son muy jóvenes”, especula. Tienen margen para utilizarlo: en la pública, los ovocitos se pueden usar hasta los 50 años o antes de la menopausia; los espermatozoides se pueden retirar hasta los 55 años. Se preservan hasta el máximo de edad o desistimiento de la persona, y se pueden trasladar a un banco privado si se pide.

Trabas por desconocimiento

Mazedona pudo congelar su esperma el año pasado en la sanidad pública de Madrid. Su endocrina le informó de su derecho a la criopreservación y, como le gustaría tener hijos cuando llegue a la treintena —tiene 22 años—, accedió al tratamiento. Fue “de maravilla”. Un proceso “sencillo y sin ninguna complicación”: a los seis meses de pedir que le derivasen a Reproducción Humana, Mazedona entró en una sala y salió con un bote que después congelaron. No tenía el nombre cambiado en la tarjeta sanitaria, pero las profesionales le trataron por el que ella pidió “desde el primer momento”. Ahora, solo queda “rellenar un papel” cada dos años que acredita que sigue interesada en guardar su material reproductivo.

El testimonio de Mazedona es excepcional. Todas las demás experiencias que relatan las personas trans que han hablado con este periódico incluyen algún tipo de traba, la mayoría por desconocimiento de los protocolos o del derecho a la congelación. Landa tardó seis meses en poder criopreservar su semen. Le afectó “en lo personal” retrasar el tratamiento hormonal, pero lleva diez años con su pareja y la descendencia biológica forma parte de su plan de vida conjunto. Le derivaron a urología en su hospital de referencia y el especialista dijo que le citaría por teléfono próximamente. Tras unos meses de espera a la llamada que nunca llegó, volvió a Atención Primaria para pedir derivación a otro hospital, donde fue atendida con profesionalidad y de manera personalizada, cuenta la mujer.

Landa perdió el tiempo esperando una llamada que nunca llegó y, tras cansarse de no hacer nada, tuvo que volver a pedir la derivación. A Nhabi no le informaron de su derecho a congelar esperma y tuvo que suspender la hormonación al enterarse: "Perdí lo poco que había ganado en autoestima"

En 2020, Clara (pseudónimo) quería empezar la terapia con estrógenos, más que nada para cumplir los requisitos de la Ley Trans de 2007 y poder cambiar su documentación. “Era súper importante y urgente para mí”, asegura. Su endocrino privado no le informó de la posibilidad de criopreservar. “¿Por qué no preservaste? Puedes hacerlo, pero tendrías que parar la terapia ahora que aún estás a tiempo”, cuenta la estudiante que le comunicó su endocrino pasados unos meses. Clara hizo balance y decidió que no le compensaba. “Nunca me ha importado demasiado, aunque sí me jode un poco [quedarme sin esa posibilidad]”, relata.

Otras personas se enteraron de la posibilidad de congelar su material reproductivo a través de terceras personas o de grupos de apoyo mutuo trans. “No me informaron en su momento y me enteré más tarde, ya en hormonas”, cuenta Nhabi. A diferencia de Clara, para esta chica sí tenía más peso la posibilidad de congelar su semen porque tiene planes de “tener una familia en un futuro” y no quería encontrarse en la tesitura de “querer hijos y ser estéril”. Dejar los estrógenos para poder congelar esperma le afectó mucho: “Pierdes lo poco que habías conseguido en autoestima e imagen propia”. Nhabi cree que otra persona “más ansiosa” o “que no lo tenga tan claro” habría renunciado a su derecho.

También malas experiencias

Rubén Castro, el primer padre gestante visible, está contento de haber pasado primero por la criopreservación y luego por la inseminación artificial. Le genera satisfacción, entre otras cosas, “haberlo peleado tanto”. Pero el trato en consultas no era bueno, relata: “Salía llorando porque me trataban en femenino todo el rato”.

En 2016, la recién aprobada Ley Trans de la Comunidad de Madrid recogía el derecho a congelar gametos antes del tratamiento hormonal. En aquel entonces, Rubén quería empezar la terapia con testosterona, pero era “central” para él preservar su fertilidad y capacidad de gestar. Gracias a participar del activismo LGTBI+ pudo conocer que la nueva norma incluía la posibilidad de criopreservar para no tener que decidir entre hormonas o gestar en el futuro.

Su proceso para congelar ovocitos no fue fácil. “Nadie sabía decirme si esto [congelar] era una posibilidad. Nadie sabía dónde se hacía”, relata Rubén. Así que, “con la ley en la mochila”, fue probando diferentes vías. Se enfrentó al desconocimiento del personal sanitario sobre los protocolos: “Fui con los papeles al Hospital 12 de Octubre de Madrid. Me dicen que no tienen ni idea, les enseño la ley, se hacen una copia y dicen ‘lo vamos a investigar’. Al tiempo, me llamaron para decirme que sí podía”. Finalmente consiguió congelar sus ovocitos en febrero de 2017, unos ocho meses después de iniciar su periplo.

No llegó a necesitarlos. Cuando Rubén dejó la terapia hormonal en 2020 para prepararse para recibir los ovocitos congelados años antes, le insistieron en probar con los óvulos que, tras unos meses sin testosterona, su cuerpo volvía a producir. Resultaron ser de suficiente calidad como para utilizarlos en la inseminación y el personal médico descartó emplear los congelados. Al igual que en el proceso de criopreservación, Rubén tuvo que ser pionero. Medio año tardó un comité de ética en resolver que tenía derecho al proceso mediante el cual pudo convertirse en padre gestante. No olvida sus dificultades y ahora acompaña a otras personas trans en el proceso para “hacerlo más amable”. Además, para normalizar experiencias como la suya, cuenta su vivencia en un documental que aún necesita financiación para ver la luz.

El caso de Rubén Castro muestra cómo esa dicotomía que durante años ha supuesto un dilema para las personas trans —tratamientos hormonales y esterilidad— puede que no sea real: publicaciones recientes cuestionan la idea de que sea imposible quedarse embarazado estando en tratamiento con testosterona, aunque sí se debe abandonar durante la gestación.

Charlie Erroz, divulgador y estudiante, tuvo una mala experiencia. Ya en quirófano para la extracción de sus ovocitos, cuenta que estaba “muy asustado” porque le dan miedo las agujas. “Tranquilízate, guapa”, le dijo un miembro del equipo médico, recuerda. Él respondió adormecido por la anestesia: “Guapo, hostia”.

La falta de recursos o la negativa de algunos profesionales a tratar adecuadamente a las personas pacientes complicó el procedimiento para algunos: "Salía llorando de las consultas porque me trataban en femenino todo el rato"

“Me trataban en femenino y me violentaron mucho. Me desperté llorando con impotencia, rabia y disforia”, dice. Ese trato le hizo “bastante daño” porque era un “momento muy sensible”, asegura. Charlie se arrepiente de haber congelado material genético por el mal trato sufrido y porque ahora tiene dudas sobre la ética de la criopreservación —“¿Le damos demasiada importancia a la descendencia biológica?”, se pregunta—. Cree que el proceso de congelación está poco adaptado a personas trans, y su experiencia en quirófano no es la única que le ha violentado en su periplo. “Un endocrino me dijo que era una tontería congelar óvulos porque los hombres trans no se quieren quedar embarazados. Otro me dijo que no podía congelar y punto. Otro más me dijo ‘le estás quitando el hueco a las personas trans de verdad’ cuando le dije que soy no binario”, declara.

Acompañar para evitar el malestar

Aunque congelar material reproductivo pueda ser un deseo muy fuerte en algunas personas trans, no quita la posibilidad de que el proceso tenga complicaciones en salud mental. “Siempre preparamos mentalmente a la persona”, declara Nuria Asenjo, la psicóloga de la UTI del Ramón y Cajal. La enfermera del Gregorio Marañón consultada califica como “un poco traumática” la masturbación que deben hacer las personas transfemeninas para almacenar su semen. La congelación de ovocitos es harina de otro costal. “Es un proceso muy difícil porque te hace tener muy presente tus características asociadas a la feminidad”, dice Asenjo. “No es lo mismo masturbarte un día en una sala que tener que pasar repetidas veces por quirófano”, tercia también la enfermera.

Para las personas transmasculinas, su procedimiento pasa por exploraciones ecográficas y estimulaciones ováricas que tienen como consecuencia un aumento de los niveles de estrógenos, explica la doctora Joana Peñarrubia, ginecóloga especialista en medicina reproductiva de IVI Barcelona y coordinadora del grupo de trabajo en personas transgénero de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF).

Además, si la persona ya había empezado el tratamiento con testosterona, se reencontrará con su menstruación —muy incómoda para algunos— y verá cómo avances que había conseguido con la hormona andrógena retroceden. Así le pasó a Charlie Erroz, que congeló ovocitos en mayo de este año. “Me dio disforia dejar la testosterona”, resume. Se veía incapaz de hacer ejercicio y le daba miedo engordar porque la grasa se distribuiría siguiendo un patrón considerado socialmente como femenino.

Para reducir la disforia en el proceso, la doctora Peñarrubia recomienda “un entorno clínico favorable”. Para crearlo, aconseja utilizar los pronombres de la persona, mostrar “sensibilidad contextual y empatía” y usar términos sin carga de género (sangrado en vez de menstruación, examen pélvico en lugar de examen ginecológico, etc.). Y la posibilidad de acudir a terapia en salud mental en el sistema público, añade Charlie, que ironiza que tuvo “muchos análisis de sangre, pero cero acompañamientos psicológicos”. No solo por la disforia, sino por el “síndrome premenstrual multiplicado” del proceso de estimulación ovárica: subidas y bajadas de ánimo, mucha falta de energía y picos de alegría y tristeza, explica.

La privada

Las listas de espera son un obstáculo contra el que no se puede hacer sino armarse de paciencia... o acudir a la sanidad privada, quien pueda. Al respecto se pronuncia Mar Cambrollé, presidenta de Plataforma Trans: muchos derechos para las personas trans, y el de congelar gametos en concreto, quedan en un “brindis al sol” por la “falta de agilidad” de la sanidad pública, denuncia. La asociación que preside ha solicitado una reunión con el Ministerio de Sanidad para abordar este problema, pero no ha obtenido respuesta a fecha de publicación de este reportaje.

El reconocimiento de derechos trans puede quedar en brindis al sol cuando no se garantiza la agilidad suficiente en la sanidad pública. Las personas trans que se lo pueden permitir acuden a la privada para realizar los procesos que les urgen más rápidamente

Antes que esperar de brazos cruzados, las personas trans que pueden permitírselo acuden a consultas privadas para vitrificar sus ovocitos o esperma. Así hizo Natália, que descartó acudir a la pública porque “había escuchado” que “iban a tardar bastante” y congelar gametos para poder empezar estrógenos era “algo muy, muy urgente” por la “disforia brutal” que sentía. Además, dice “no fiarse” de “dejar algo tan importante como mi capacidad reproductiva en manos del Estado”. “¿Y si en el día de mañana cambian las leyes y se niegan a usarlo?”, se plantea.

No solo titubea Natália. La enfermera de Reproducción Humana del Gregorio Marañón de Madrid cuenta que es común entre pacientes la incertidumbre por el futuro. “Nos preguntan qué se haría [con el material] si cambia la ley”, concluye.