Al presentar propuestas de investigación para obtener fondos con las que financiarlas, las mujeres suelen utilizar un lenguaje más específico que los hombres, y eso les castiga: obtienen puntuaciones más bajas. Esta es la principal conclusión de estudio publicado por la Oficina Nacional de Investigaciones Económicas de EEUU. “Nuestros resultados revelan que las diferencias de género en la escritura y la comunicación contribuyen significativamente a las disparidades de género en la evaluación de la ciencia y la innovación”, afirman los autores del estudio.
El equipo de investigadores observó que los tribunales que evalúan las propuestas de los científicos dan puntuaciones un 16% más bajas a las presentadas por mujeres que a las presentadas por hombres, incluso cuando no conocen el género del solicitante. “A pesar de que la revisión es ciega, las mujeres solicitantes reciben puntuaciones significativamente más bajas, lo que no puede explicarse por las características de los revisores, los temas de las propuestas o la calidad de los solicitantes”, aseguran los científicos.
En el estudio se analizaron las cerca de 6.800 propuestas presentadas al programa de Desafíos Globales de la Fundación Bill y Melinda Gates entre 2008 y 2017 y se observaron “fuertes diferencias de género en el uso de palabras genéricas y específicas, lo que sugiere que los diferentes estilos de comunicación son un factor clave de la brecha de género en las puntuaciones”, afirma el estudio.
Los investigadores definieron como palabras específicas aquellas que aparecen con mayor frecuencia en algunas áreas concretas y como genéricas las que aparecen con una frecuencia similar en todas las áreas temáticas. Según los investigadores, la utilización de un lenguaje más vago por parte de los hombres les ofrecía mayores puntuaciones, mientras que el uso de palabras específicas por parte de las mujeres tuvo un efecto negativo.
Un mecanismo para eliminar sesgos
Las revisiones a ciegas surgen como un mecanismo para eliminar los posibles sesgos en los procesos de evaluación y selección en el ámbito científico, ya que estudios anteriores han mostrado que las mujeres investigadoras pueden ser evaluadas de forma más negativa que los hombres, lo que se conoce como efecto Matilda: la minusvaloración de los logros científicos femeninos que, además, se atribuyen a hombres.
Este tipo de evaluaciones, en las que los revisores no tienen datos personales de los solicitantes, es considerada como la medida estándar para tratar de eliminar sesgos. De hecho, los autores del estudio aseguran que la brecha en la puntuación de género prácticamente desaparece si no se tienen en cuenta las diferencias asociadas al texto de las propuestas.
Sin embargo, los investigadores han querido ir más allá y, a pesar de que consideran que la revisión a ciegas es una condición necesaria, plantean la duda de “si es suficiente para superar todos los aspectos de la infrarrepresentación o si existen barreras significativas a la diversidad que persisten después de su implementación”.
Un castigo “desproporcionado” para las mujeres
Los investigadores también analizaron el rendimiento de los científicos que pidieron las subvenciones, para determinar el impacto de la evaluación en sus carreras y si las propuestas mejor evaluadas resultaban más exitosas en el futuro. Para ello, estudiaron las publicaciones científicas de los solicitantes y la financiación adicional conseguida de otras instituciones (como los Institutos Nacionales de Salud de EEUU).
Los resultados mostraron que las mujeres a las que se les concedió la subvención obtuvieron resultados que son indistinguibles de los obtenidos por los hombres, salvo en la obtención de financiación adicional, donde las mujeres “superan significativamente el rendimiento de sus contrapartes masculinas”, obteniendo en promedio un 37% más de fondos.
Sin embargo, el impacto entre los solicitantes no elegidos sí fue muy diferente entre hombres y mujeres. Según el estudio, el no ser escogidas supone un “obstáculo desproporcionado” para la carrera de las mujeres, en comparación con los hombres, ya que su producción científica se ve más afectada, por lo que los investigadores concluyen que la asignación de fondos a las mujeres “genera un mayor rendimiento que los concedidos a los hombres”.
Por último, los resultados del estudio indican que el uso de las palabras genéricas, que resultó en mejores puntuaciones por parte de los evaluadores, está asociado a peores resultados tras la concesión de la subvención, lo que sugiere “que los revisores pueden ser demasiado crédulos con las descripciones vagas”, por lo que instan a las instituciones examinar más de cerca los posibles sesgos de los revisores, especialmente en casos como éste, en los que se premia un lenguaje que no ofrece mejores resultados.
Además, los autores del estudio también recomiendan elevar la presencia de mujeres en la composición de los tribunales, ya que las puntuaciones de las evaluadoras no favorecen las propuestas de los solicitantes masculinos de la misma forma que las de los revisores masculinos.
El efecto Matilda recibe el nombre de la sufragista y abolicionista Matilda Joslyn Gage, que lo describió en 1933. El término lo acuñó Margaret W. Rossiter 60 años después al aglutinar varios ejemplos de este fenómeno: Marie Curie, Rosalind Franklin, Lise Meitner o Marietta Blau. Uno de los primeros estudios en mostrar las diferencias en las evaluaciones de los investigadores se publicó en 1997 en la revista Nature. En él se mostraba que las mujeres debían presentar hasta 2,4 veces más méritos que los hombres para obtener un contrato del Consejo de Investigación Médica de Suecia. A raíz de estos resultados, los correspondientes consejos de Canadá y Reino Unido realizaron estudios similares, pero no encontraron diferencias importantes entre hombres y mujeres, mientras que otra investigación realizada en España en 2010 encontró un resultado similar al estudio sueco.
Más recientemente, otro estudio observó que cuando se mostraba un mismo currículum a distintas instituciones académicas de EEUU, éste obtenía mejor valoración si era de un hombre y una investigación publicada a principios de este mismo año concluyó que las diferencias de género en la financiación de las subvenciones pueden atribuirse a evaluaciones menos favorables de las mujeres y no a la calidad de la investigación que proponen.