El desprecio a las ciencias sociales detrás del negacionismo de la violencia de género
Sucede también con el cambio climático. Sabemos que existe, que su origen está en la actividad humana, que es un problema grave para nuestra salud y nuestra economía. No hay controversia científica en estas afirmaciones. Puede haber diferentes puntos de vista sobre cómo solucionarlo o incluso sobre si se puede solucionar, pero el consenso sobre el diagnóstico está asentado. Y, sin embargo, sigue habiendo negacionistas que retuercen el discurso hasta generar dudas. Normalmente, además, señalan con el dedo acusador de la ideología a quienes no opinan como ellos. Como si la ideología fuese cosa de los demás.
Esta estrategia que riza el rizo acusando a la evidencia de ideología lleva ya años operando en torno a los temas relacionados con el género. Sabemos que las mujeres sufren violencia por ser mujeres y sabemos que vivimos en una sociedad vertebrada en torno a valores machistas que forman parte de nuestra cultura –la de todos y todas– que justifican esas conductas violentas. Todo esto no lo sabemos solo porque hayamos pensado en ello individualmente, sino porque hay evidencia al respecto, elaborada por personas que estudian la manera en la que nos relacionamos en sociedad y son científicos y científicas sociales. No llevan batas ni guantes, no utilizan aparatos carísimos para llevar a cabo sus estudios, pero lo que hacen es ciencia, exige un conocimiento previo y no la podemos hacer nosotros en pantuflas en casa. De verdad que no, por muy listos que nos creamos.
“Las humanidades y las ciencias sociales forman parte del sistema de investigación de cada país, trabajan con metodologías propias y se relacionan con otras disciplinas para construir nuevo conocimiento y resolver problemas. Sin embargo, a menudo no reciben la misma consideración que el resto de ciencias”, escriben la periodista del Science Media Centre Laura Chaparro y la investigadora del CSIC Elea Giménez en el libro Informando de ciencia con ciencia. Y señalan algo importante: “El conocimiento generado en estas disciplinas no siempre es monolítico, no hay una verdad única. Las escuelas de pensamiento, las ideologías y las propias metodologías pueden dar lugar a diferentes interpretaciones y matices en los puntos de partida y en los resultados de investigación”.
Sobre la violencia de género hacia las mujeres hay toneladas de informes y estudios académicos publicados. En ellos, científicos y científicas sociales analizan su prevalencia –una de cada tres mujeres en el mundo han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de su pareja o de violencia sexual por parte de una persona que no es su pareja–. También se preguntan por la percepción que tienen sobre esta violencia hombres, mujeres, jóvenes, personas de diferentes etnias y estratos socioeconómicos; y por los efectos a largo plazo en la salud mental y reproductiva. Discuten controversias, como cuáles son sus causas, si afectan más a ciertos grupos de población o no; qué diferencias hay entre violencia de género y violencia intrafamiliar; y buscan soluciones para acabar con esta lacra, que se considera un problema de salud pública.
Me llama la atención la poca consideración que tienen las ciencias sociales. Una profesora explicaba que un día expuso unos datos del INE y un alumno le dijo 'opino que no'. Imagina que un médico te dice que tienes cáncer y le respondes 'opino que no'
Con todo este esfuerzo investigador, me llama la atención la poca consideración que tienen las evidencias procedentes de las ciencias sociales. Lo explicaba muy bien una profesora de Sociología de la Universidad de Extremadura, Beatriz Muñoz González, en un artículo publicado en Hoy que he releído y enviado cada vez que surge una polémica relacionada con estos u otros temas en los que alguien se empeña en que su opinión valga tanto como las conclusiones de quienes lo estudian. La profesora contaba que un día estaba exponiendo en clase una serie de datos del Instituto Nacional de Estadística cuando un alumno levantó la mano para decir “opino que no”. “Imagina que tras una serie de pruebas el médico me dice 'tiene usted un cáncer' y yo le contesto 'opino que no'”, le respondió ella, que continuaba con esta conclusión: “Sospecho que no le gustó la realidad que los datos le presentaron y por eso decidió negarlos de esta manera tan peculiar”.
Nos puede pasar a todos. La realidad es compleja y difícil de interpretar. Nos nutrimos de experiencias a nuestro alrededor con las que nos hemos formado opiniones y nos cuesta darnos cuenta de que esas experiencias personales, por muy valiosas que sean, nunca van a proporcionarnos un grado de conocimiento como el que proviene de las ciencias, en este caso las sociales. Muchas veces nos enfrentamos a análisis expertos que contradicen nuestras opiniones basadas en la experiencia y eso no nos gusta, así que preferimos aferrarnos a creencias y despreciar esos análisis. No nos comportamos así con las ciencias duras, sobre las que somos conscientes de nuestra ignorancia; necesitaríamos conocimientos que no poseemos para hacer críticas al último Nobel de Química, pero muchos se atreven con el de Literatura. Cada vez que damos una noticia sobre arqueología de género arden las redes, pero nadie rechista si hablamos de partículas elementales.
Sin embargo, las ciencias sociales son indispensables en los análisis de la realidad y la toma de decisiones. Un ejemplo reciente lo recuerdan Giménez y Chaparro: durante la pandemia de COVID, estas ciencias resultaron “imprescindibles para saber cómo comunicar los riesgos del contagio, de qué forma conseguir una mayor adherencia a las medidas de prevención o cómo evaluar el impacto social, personal y económico de determinadas acciones”.
Una vez, un amigo guionista me dijo: “La gente piensa que sabe escribir profesionalmente porque puede abrir un documento de Word y teclear palabras”. Pienso que algo de esto hay en el desdén hacia las ciencias sociales: la gente cree que su análisis es tan válido como el de una antropóloga o un sociólogo porque a estos –normalmente– se les entiende cuando hablan, y porque hablan de cosas que entendemos.
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