El deterioro de Doñana impide que las aves se reproduzcan en su antiguo santuario: “Estamos camino del colapso”

Raúl Rejón

1 de febrero de 2023 22:45 h

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Acosadas por el deterioro del hábitat, los jabalíes o la caza, gran parte de las aves que encontraban en Doñana un refugio para perpetuar su especie, han dejado de reproducirse. El tesoro alado que movilizó hace 60 años a Europa para crear este parque nacional se resquebraja.

Las tasas de reproducción de las fochas, el porrón pardo, el avetoro, la cerceta pardilla y muchas otras no paran de caer desde 2004. Y a partir de 2019, se desploman. “La mayor parte se encuentran en una situación preocupante de marcado descenso desde hace más de diez años, pero en los últimos cuatro, han entrado en una tendencia regresiva desconocida”, resume el análisis de situación realizado por SEO-Birdlife a partir de los datos de la Estación Biológica de Doñana.

“La debacle es monumental”, abunda en declaraciones a elDiario.es el delegado de la SEO en el parque, Carlos Dávila. “No es que los datos de reproducción de la serie histórica disminuyan, es que se ve una fractura”, remata.

El agua es la sangre vital del Parque Nacional de Doñana. Por eso las aves acuáticas –ya sean patos, flamencos, garzas o gansos– han escogido de manera ancestral este humedal marismeño para descansar durante sus kilométricas migraciones, pasar el invierno y criar las siguientes generaciones. Esas que, más adelante, reposarán en las marismas, si tienen agua, y continuarán el ciclo.

Pero ese ciclo que se proyecta al futuro, al menos una parte importante, depende de que las aves de hoy se reproduzcan. Y Doñana ha sido un enclave crucial. Sin embargo, según los registros de la estación del CSIC, allí ya no crían dos especies catalogadas en peligro de extinción en España: el fumarel común y el porrón pardo que “han desaparecido como reproductoras”. Este pato solo ha criado una vez en Doñana en los últimos 23 años. Casi un cuarto de siglo.

Ya no crían dos especies catalogadas en peligro de extinción en España, según los registros de la estación del CSIC: el fumarel común y el porrón pardo que “han desaparecido como reproductoras

El último invierno, solo dos parejas de focha moruna (también amenazada de extinción) criaron en en el parque cuando en la primera década de los 2000 llegaban a anotarse más de cien. En 2007 fueron 64 parejas.

Más desastres: la cerceta pardilla (en peligro de extinción oficial) mantiene su tendencia negativa. En 2022 contabilizaron 13 parejas reproductoras. Su máximo no está lejano en el tiempo, pero sí en la cantidad. Solo en 2011 fueron 66 parejas.

La garcilla cangrejera, en estado vulnerable, según el Catálogo de especies amenazadas, “empeora su estado de conservación”. El año pasado solo se identificaron cuatro parejas de malvasía cabeciblanca –que engrosa el listado de en peligro de extinción–. Y ninguna familia de avetoro –al borde de la desaparición–. Cero.

Con este panorama, “Doñana está dejando de ser un refugio para especies en peligro porque no encuentran sitio donde estar. Su fracaso reproductivo entre 2019-2022 es enorme”, cuenta Carlos Dávila.

Se rompe la abundancia

“La marisma es lugar de paso, cría e invernada para miles de aves europeas y africanas lo que la convierte en un ecosistema de altísimo valor ecológico”, describe la Junta de Andalucía –la gestora del parque nacional–. “La singularidad y relevancia no solo se debe a la cantidad de especies que alberga, sino también a las cifras de ejemplares registrados de muchas de ellas”, recuerda el Ejecutivo andaluz.

Pero las evaluaciones anuales del CSIC muestran que, en realidad, “se está rompiendo la imagen de la abundancia en el parque”, abunda el delegado de SEO. La cuestión es que las especies que han sido muy numerosas, las que componen esa imagen de grandes colonias y grandes bandadas de aves que han retratado a Doñana, también padecen.

Por ejemplo, la pagaza piconegra ha pasado de contar miles de parejas criando al iniciarse este siglo, a reproducirse solo en dos años durante los últimos nueve. También el charrancito común, que se ha desplomado desde más de un millar a solo 20 parejas en cría en 2022.

Y si se mira a variedades que cuajaban los humedales y los árboles como son las garzas y las espátulas, “están registrando bajas tasas de reproducción”. El informe de SEO ilustra: para la espátula, “seis de los siete peores datos de reproducción del siglo XXI en Doñana han tenido lugar desde el año 2012”. Su población que cría ha caído un 50% desde 2000.

Y una vez que las parejas han criado, es decir, han conseguido sacar adelante una puesta y sus huevos han eclosionado, “¿cuántos pollos vuelan y prosperan?”, se pregunta Dávila. Porque de poco sirve contabilizar 2.000 parejas si luego salen adelante 50 pollos por el mal estado de la marisma.

Es lo que ha ocurrido con el aguilucho lagunero. La última vez que se vieron pollos volantones fue en 2016. De hecho, de los últimos cuatro años, solo se identificaron tres parejas en 2021. El año pasado, nada. En 2005 se habían registrado 36 parejas reproductoras.

Con los datos de la Estación Biológica de Doñana en la mano, las principales presiones que están detrás de esta situación son la degradación del hábitat “por los problemas de gestión del agua”, la predación que realizan los jabalíes y “la sobrecarga del ganado doméstico”, analiza este trabajo.

Para que todo este patrimonio con plumas tenga éxito a la hora de reproducirse necesita agua. Doñana y su marisma son, al fin y al cabo, un humedal catalogado de relevancia internacional por la Convención Ramsar. “Dependen de que la marisma alcance y mantenga niveles óptimos de inundación”.

Nosotros no somos alarmistas. Solo ponemos un altavoz a los datos científicos del CSIC y estamos camino del colapso

La caída de precipitaciones y la sobrexplotación de los acuíferos para alimentar la industria del regadío alrededor del parque nacional desencadena una reacción perniciosa. La marisma se encharca menos tiempo, lo que roba oportunidad a las parejas para completar sus ciclos. También reduce el alimento disponible –los ánsares del norte de Europa se van a comer a los arrozales en lugar de comer la planta de castañuela en los límites del parque–.

Además, con menos agua tienen menos sitios donde anidar, así que se concentran en los reductos húmedos. Una concentración de nidos que, al no estar blindados por la lámina de agua, son mucho más accesibles para los depredadores. Es decir, pueden llegar más fácilmente a los pollos y huevos para devorarlos.

“La población de jabalí que entra en la marisma se ha disparado y hace un destrozo increíble en las especies que anidan en el suelo”, remacha Carlos Dávila. Ejercen una presión “muy alta”, según el CSIC, sobre el avetoro, el fumarel común o la canastera y “crítica” sobre el zampullín cuellinegro, la garza común, la avoceta, el charrancito común y el chorlitejo patinegro.

En 2016, de 2.500 nidos de fumarel cariblanco contabilizados en las colonias de la marisma natural del Parque Nacional, 2.180 fueron depredados por jabalíes. “Cómo lo gestionen los responsables del parque es su responsabilidad, pero estos son los datos”.

Añadidas a estas amenazas, los seguimientos científicos apuntan a la caza excesiva de las especies alrededor del parque y “el furtivismo”, los destrozos sobre nidos del ganado que entra en la marisma e incluso, las molestias de la circulación de vehículos.

Dávila resume la situación: “Nosotros no somos alarmistas. Solo ponemos un altavoz a los datos científicos del CSIC y estamos camino del colapso”.