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Día de la Visibilidad Lésbica

Detrás de los gais que ves, también hay lesbianas

Marta Borraz

25 de abril de 2022 23:24 h

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“¡Detrás de las ventanas hay lesbianas!”, gritaban las mujeres en la primera manifestación LGTBI de España, que recorrió hace 45 años las Ramblas de Barcelona. El lema, que sigue escuchándose hoy en las movilizaciones, habla de uno de los estigmas de mayor peso que siguen sufriendo las lesbianas incluso en sociedades en las que la homosexualidad ha ganado en aceptación: la invisibilidad. Ocurre aquí mismo, en España se celebra cada 26 de abril el Día de la Visibilidad Lésbica precisamente para reclamar su presencia en el espacio público, una discriminación que a los hombres gais no les ha afectado igual.

“Cuando la sociedad piensa en la homosexualidad, piensa más en un hombre. Y cuando piensa en nosotras, hay todavía muchos estereotipos negativos asociados. Ese sedimento sigue ahí...”, opina Laura Terciado, una de las impulsoras del podcast estrenado en febrero Maldito Bollodrama. Una de las razones fue precisamente esa: “Los gais están por todas partes, las lesbianas, no. Nos ha pasado a lo largo de la Historia. Y no porque no las haya habido, sino porque no sabíamos si lo eran”, reflexiona. Ya durante el franquismo, la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social perseguía a los homosexuales, pero fundamentalmente a los hombres. Para la dictadura ellas prácticamente no existían.

Los datos disponibles revelan que ocurre en muchos ámbitos, desde la política a la representación mediática o el mercado laboral, donde los avances son patentes, creen las voces consultadas para este reportaje, pero aún están lejos de la equidad. Un ejemplo: según el último informe del Observatorio de Diversidad en los Medios Audiovisuales, en la ficción española hubo en 2020 un total de 83 personas LGTBIQ, solo un 7%. Uno de cada tres fueron hombres gais, mientras que el estudio llama la atención sobre la “llamativa escasez” de las lesbianas, un 20% del total. “Nosotras no aparecemos en la foto y, cuando lo hacemos, suele ser de forma muy estereotipada”, concluye Terciado.

Otras cifras apuntan al ámbito del trabajo, donde solo un 35% de mujeres está “completamente” fuera del armario frente al 46% de los gais, reveló un estudio en 2019. Eso a pesar de que la visibilización en lo personal es similar en ambos grupos. Cuando se les pregunta por las causas, el 55% de las lesbianas afirmó que para evitar rumores, mientras que los gais eligieron mayoritariamente que “a nadie le interesa lo que haga fuera del trabajo”. Para Eva Pérez Nanclares, secretaria general de la asociación profesional de lesbianas Lesworking, existe “homofobia interiorizada” en ambos, pero percibe “un desempoderamiento profesional de las mujeres lesbianas que hace que intente dar una imagen 'intachable' para la cual la invisibilidad sería una herramienta de escape”.

Machismo y homofobia

Los motivos de la ocultación lésbica son variados. “Es complejo, es una mezcla de muchas cosas”, asegura Beatriz Gimeno, diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid y activista feminista y lesbiana. A las lesbianas les atraviesa una doble discriminación, por un lado, lo que tiene que ver con el género y “la tradicional invisibilidad de las mujeres en general” y por otro, la penalización que supone “no seguir la norma heterosexual”, dice Gimeno, que menciona la política como uno de los ámbitos en los que “se ha visto una evolución”, pero aún hay hoy una mayor visibilidad de la homosexualidad masculina.

La palabra lesbiana aún no se ha 'normalizado' porque ha estado tradicionalmente asociada a un estereotipo negativo o a la pornografía desde la mirada masculina

“Con los políticos gais se nombra, con las lesbianas todavía cuesta decirlo. Hay una ambigüedad que es armarizante”, explica Gimeno, que apunta incluso a que el solo hecho de utilizar la palabra “cuesta más” que hacerlo con el término gay. “Aún no se ha 'normalizado' porque ha estado tradicionalmente asociada a un estereotipo negativo o a la pornografía y al sexo desde la mirada masculina”, manifiesta la ex directora del Instituto de las Mujeres. De hecho, hubo que esperar 14 años desde que salió del armario el primer político gay, Miquel Iceta, en 1999, hasta que lo hiciera una mujer, la socialista Ángeles Álvarez.

La socióloga y activista queer Fefa Vila se remonta para explicar las diferencias al activismo de los años 70 y 80 del siglo XX y el encaje de las lesbianas en él. “Se integraron en el movimiento feminista, que aunque sí trata en los discursos la sexualidad lesbiana, lo hace de una forma muy interna, muy poco pública en comparación con otros temas como el aborto o la discriminación laboral. El sujeto mujer que se universaliza es heterosexual y se pierde esa oportunidad histórica”, remarca la experta. Por su parte, los hombres gais, con el embiste del VIH, “comienzan a organizarse por su lado en grandes frentes” que “empiezan a reivindicarse y pedir participación en lo que se está dirimiendo y en la institución”, dice Vila.

De ahí, cree la experta, que buena parte de los colectivos LGTBI también hayan estado lastrados por una mayor masculinización que, aunque con diferencias, todavía pervive hoy en día. “También hay un punto que tiene que ver con que a los gais se les ha invitado a participar en un mundo existente de privilegios que un tipo concreto de hombre, basado en la reafirmación de la masculinidad, blanco y adinerado, ha encarnado”, remarca Vila, que pone el foco dos efectos: con ello “también se ha desplazado a otros sujetos gais” y ha hecho que las lesbianas “no participemos de la misma manera en ese escenario”.

Unas más visibles que otras

Esta infrarrepresentación en el espacio público, cree Tatiana Romero, activista mexicana y lesbiana, está especialmente marcada por la precariedad femenina frente a la masculina. “Tenemos unas condiciones materiales totalmente distintas y la visibilidad se vuelve más complicada cuando las necesidades básicas son más difíciles de cubrir, veo una desventaja de origen marcada por el género y la clase muy clara. La capacidad adquisitiva les permite ocupar los espacios públicos de una manera que nosotras no”, esgrime.

Las opresiones no se pueden separar. A mí me han insultado siempre llamándome bollera, sudaka y gorda, todo junto

Terciado apunta a otro motivo más que tiene que ver con las “estrategias de supervivencia” comunes en las lesbianas, las de ocultarse por la mayor aceptación social del contacto entre mujeres o esconderse bajo relaciones calificadas de amistad, algo que fue frecuente durante el franquismo. “Para ellos es más complicado. Nosotras podemos ocultarlo y es una forma que hemos tenido de vivir también muy relacionada con la invisibilidad de las mujeres en general. Si no me muevo y no digo nada, no existo. Eso también es violencia”, añade la conductora de Menudo Bollodrama.

Aun así, la invisibilidad no se da igual que antes, cree Beatriz Gimeno, que sí ve señales de avance en este sentido. Sin embargo, lo observa sobre todo “para un tipo muy específico de mujer lesbiana”, añade la diputada, que lamenta el escaso abanico de representaciones de lesbianas que suelen mostrarse. “Se ha dado una mayor visibilidad en los últimos años, pero no han entrado todas las posibilidades. Este hueco está ocupado mayoritariamente por mujeres femeninas, que siguen unos cánones concretos. Una lesbiana masculina creo que tendría más dificultades”.

A lo mismo se refiere Tatiana Romero cuando nombra la interseccionalidad que también se manifiesta entre las mujeres lesbianas. “No es lo mismo tener poder adquisitivo que no tenerlo, ser migrante, racializada o marcadamente masculina que no serlo. Son opresiones que están imbricadas unas con otras y que no se pueden separar. A mí me han insultado siempre llamándome bollera, sudaka y gorda, todo junto”. Y en la medida en que estas “marcas” se van sumando “en los cuerpos”, “más invisibilidad sufren”.

Un circulo vicioso de invisibilidad

Los efectos de la invisibilidad son muchos y variados, coinciden las mujeres lesbianas consultadas para el reportaje, pero algunos les preocupan especialmente. En un momento de ascenso de las denuncias por delitos de odio hacia el colectivo LGTBI, las cifras revelan que la inmensa mayoría de las víctimas son hombres; en concreto el 77% según el último estudio del Ministerio del Interior. Pero eso no quiere decir que las mujeres lesbianas no sufran lesbofobia. “Ocupamos menos el espacio público, pero las violencias que sufrimos pueden ser muy invisibles también, muy naturalizadas y normalizadas”, cree Romero.

Quizás no se trata tanto de agresiones físicas como las denunciadas por hombres gais y bisexuales en el último año, pero sí acoso callejero o en espacios de fiesta, intimidación o actitudes prejuiciosas como las que muchas lesbianas llevan tiempo denunciando en, por ejemplo, las consultas ginecológicas, ejemplifica la activista.

A ello se suman las consecuencias que la falta de referentes tiene para la sociedad en general y para las jóvenes y otras mujeres lesbianas en particular. “De alguna forma es cómplice de esta invisibilidad que sufrimos, generando el círculo vicioso de ignorar que existimos o que nuestra existencia debe llevar esa carga de inferioridad o estigma” que acaba repercutiendo en la ocultación de las que vienen detrás, concluye Pérez Nanclares.