Qué nos dicen los ensayos con humanos sobre los tratamientos prometedores contra la COVID que han copado titulares
El año 2020 finalizaba con un hito científico histórico. En menos de un año desde que la epidemia de SARS-CoV-2 comenzara a amenazar al mundo, ya había vacunas de eficacia demostrada administrándose a ciudadanos de múltiples países. El triunfalismo se desató entre algunas personas, que ya veían el punto final de la pandemia. Sin embargo, el optimismo inicial ha ido dejando paso, poco a poco, a unas expectativas más realistas con el transcurrir de las semanas. Una vacuna solo puede ser efectiva cuando se administra, pero producirla y distribuirla a miles de millones de personas es un proceso irremediablemente lento y con obstáculos en el camino.
La pandemia continuará con nosotros a lo largo de 2021 y, por tanto, seguiremos dependiendo de los tratamientos contra la COVID-19 para paliar sus estragos, sobre todo entre las personas más vulnerables. En comparación con el éxito de las vacunas, los tratamientos experimentales contra la enfermedad causada por el coronavirus han ofrecido beneficios modestos hasta ahora.
Múltiples fármacos antivirales/antiinflamatorios (hidroxicloroquina, lopinavir, ritonavir, interferón beta...) han fracasado en los ensayos clínicos y aún muchos siguen todavía evaluándose sin que su utilidad esté totalmente clara. Por ahora, el corticoide dexametasona es el medicamento que ofrece mejores resultados al mejorar significativamente la supervivencia de las personas con COVID-19 afectadas por neumonías graves inflamatorias. El papel del remdesivir sigue siendo dudoso, pues solo se ha observado el acortamiento del tiempo de hospitalización en unos días, sin mejoras en la mortalidad de los pacientes.
En las últimas semanas, numerosos medios de comunicación han difundido con optimismo resultados preliminares de diversos compuestos, más o menos prometedores, contra la COVID-19. En según qué casos, la euforia de los medios ha sido exagerada, a la luz del estado de investigación de diversas moléculas. Es conveniente recordar que los ensayos clínicos suelen ser el cementerio a donde van a “morir” la mayoría de fármacos prometedores evaluados en las fases preclínicas (realizados con células y animales): en torno al 95% de ellos fracasan en los estudios en humanos por escasa o nula eficacia o por efectos adversos importantes, entre otras razones. Dicho esto, esto es lo que sabemos por el momento:
La colchicina: estudios preliminares
La colchicina es un fármaco utilizado por la medicina desde hace mucho tiempo, libre de patente. Posee efecto antiinflamatorio, bloquea la división celular y suele indicarse principalmente para el tratamiento de la gota. En la actualidad, hay más de una veintena de ensayos clínicos a lo largo del mundo que están evaluando la eficacia de la colchicina en el tratamiento de pacientes con COVID-19. La mayoría siguen en marcha y, por el momento, los resultados son todavía preliminares como para conocer su verdadera eficacia. Pequeños estudios clínicos sugieren ciertas mejorías en los pacientes tratados con colchicina en comparación con el tratamiento estándar como una mejor supervivencia o una menor necesidad de oxígeno.
Los resultados de uno de los mayores ensayos con colchicina (Colcorona), con una muestra de 4.488 pacientes inicialmente asintomáticos o leves, se publicaron el 27 de enero en un artículo preliminar (preprint) todavía no revisado por pares. En este estudio se observó cierta reducción de la mortalidad y de las hospitalizaciones entre los pacientes con COVID-19 que tomaron colchicina y que estaban en casa, en comparación con el grupo que tomó placebo. Concretamente, por cada 569 personas con más de 40 años y factores de riesgo COVID-19 tratadas en el ensayo con colchicina se evitó una muerte. Sin embargo, el estudio finalizó antes de tiempo por problemas logísticos y los resultados no han llegado a ser estadísticamente significativos, por lo que estos resultados no están todavía claros. Como explica el epidemiólogo Martin Landray, el gran ensayo clínico Recovery, con más de 7.500 participantes, probablemente aclare en los próximos meses cuál es el verdadero papel de la colchicina en la COVID-19.
Plitidepsina (Aplidina): necesita pruebas con grupos mayores
La publicación en la prestigiosa revista científica Science del estudio de la plitidepsina en cultivos celulares y ratones despertó el entusiasmo. En el citado artículo se describe que la plitidepsina (de nombre comercial Aplidina), en comparación con el remdesivir, tiene un potente efecto antiviral contra el virus SARS-CoV-2 mediado por la proteína humana eEF1A. Este fármaco, administrado de forma profiláctica (2 horas antes de inducir la infección) consiguió reducir considerablemente la replicación del virus en los pulmones de dos modelos diferentes de ratones infectados con coronavirus.
Sin lugar dudas, son resultados prometedores en la fase preclínica, pero existen limitaciones importantes en esta fase. Además del hecho de que ratones y humanos pueden presentar respuestas diferentes a los fármacos, hay varios detalles de los estudios en animales que no se pueden extrapolar a personas. Por ejemplo, la dosis en ratones fue bastante superior a la utilizada en humanos y se administró antes de que tuviera lugar la infección. En circunstancias reales, este fármaco, que tiene importantes efectos adversos y debe administrarse por infusión intravenosa, se administraría principalmente a personas hospitalizadas o con alto riesgo de sufrir complicaciones.
Por el momento, solo hay un estudio clínico en fase I en el que se evalúa la plitidepsina en pacientes hospitalizados. En total, 46 pacientes divididos en tres grupos que recibieron diferentes dosis del fármaco y sin un grupo control. Se trata de un estudio dirigido principalmente a conocer la seguridad del compuesto. Con estas condiciones no es posible conocer la eficacia de la Aplidina, aunque se estudie la carga viral, la necesidad de ventilación mecánica o la mortalidad, porque no hay una referencia con la que comparar, ni muestras suficientemente grandes. Los resultados todavía no se han publicado en revistas científicas ni tampoco en forma de preprints, aunque se espera que aparezcan pronto. Solo futuros ensayos, con un mayor tamaño muestral y con grupo control, podrán aclararnos el papel de la Aplidina frente a la COVID-19.
La ivermectina: más información
Desde prácticamente el comienzo de la pandemia, se investigó la ivermectina como un fármaco potencialmente útil frente a la COVID-19. Un estudio muy preliminar en cultivos celulares con dosis muy elevadas de ivermectina (hasta 60 veces por encima de la dosis que se puede administrar a humanos) sugería actividad viral contra el coronavirus. Desde entonces, este medicamento antiparasitario, libre de patente y de precio asequible, ha recibido una gran atención científica: son ya casi 50 los ensayos clínicos, en marcha o completados, que están estudiando su eficacia.
Algunos países de América Latina apostaron fuerte por este medicamento. Como explican en el Instituto de Salud Global en Barcelona: Perú incluyó la ivermectina en las guías terapéuticas nacionales, en Bolivia se realizó una administración masiva de este fármaco a 350.000 personas para prevenir o tratar la COVID-19 y en Colombia se está reclamando una política nacional sobre este medicamento. Varias provincias de Argentina también incluyeron a la ivermectina en las guías de tratamiento precoz de pacientes afectados por el coronavirus.
¿Qué sabemos a ciencia cierta sobre la ivermectina en la actualidad? Los resultados que se han publicado por ahora, en revistas científicas o, de forma preliminar, como preprints, ofrecen conclusiones dispares. Algunos estudios no observaron beneficios por el uso de ivermectina o incluso detectaron empeoramiento de la COVID-19. Otros, sin embargo, sí encontraron beneficios como una mejora de los marcadores de la inflamación, una mejoría más rápida de los síntomas de la COVID-19 o una menor mortalidad entre aquellos que tomaron ivermectina. El problema, en estos momentos, es que la absoluta mayoría de estudios realizados son pequeños o tienen importantes limitaciones en su metodología que impiden establecer conclusiones firmes.
Por ahora, la Organización Mundial de la Salud no recomienda la ivermectina para el tratamiento de la COVID-19 y las guías de tratamiento de los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos concluyen lo siguiente:
“El comité de las guías de tratamiento para la COVID-19 ha determinado que, en la actualidad, hay datos insuficientes para recomendar o desaconsejar el uso de ivermectina en el tratamiento de la COVID-19. Se necesitan los resultados de ensayos clínicos con tamaños adecuados, bien diseñados y realizados para aportar una guía basada en la evidencia más específica sobre el papel de la ivermectina en el tratamiento de la COVID-19”.
Los resultados de cinco ensayos clínicos que aparecerán próximamente quizás despejen las dudas al respecto y permitan a las autoridades sanitarias recomendar o no la ivermectina contra la COVID-19.
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