La dieta mediterránea se alzó como sólida alternativa a la malnutrición y la obesidad, por beneficiosa al basarse en alimentos frescos y evitar grasas saturadas, en la Segunda Conferencia Internacional sobre Nutrición (CIN2) celebrada esta semana en Roma.
Se trata de una dieta equilibrada, compuesta por alimentos naturales y sanos, basada principalmente en ingredientes de origen vegetal, como cereales, aceite de oliva, frutas y verduras o vino, aunque también incluye carne y lácteos bajos en grasas.
Unas virtudes reconocidas por la Unesco, que la considera un bien Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y ensalzadas por la Reina Letizia en su discurso pronunciado en la FAO ante 170 representantes internacionales.
“La dieta mediterránea tradicional es una dieta sana”, explicó a Efe el director de Nutrición de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Francesco Branca, que además de los ingredientes saludables destacó el particular modo de comer de los países mediterráneos, con varias personas conversando en torno a una mesa y que se ven unidas por una “cultura gastronómica común”.
Una dieta sana es, para la OMS, la mejor manera de luchar contra todas las formas de malnutrición, que amenazan la salud pública a nivel mundial.
De hecho, el motivo de estudiar la dieta mediterránea fue que, alrededor de la década de los cincuenta del pasado siglo, diferentes expertos internacionales quisieron ahondar en las razones por las que los países mediterráneos tenían menos enfermedades cardíacas y que resultaron estar en el generalizado uso del aceite de oliva.
La grasa principal es el aceite de oliva, el ingrediente que marca la diferencia de esta dieta y es que las culturas del mar Mediterráneo utilizan el “oro líquido” en lugar de otras grasas saturadas, un ingrediente que tiene una calidad mayor y mantiene bajo control los riesgos cardiovasculares.
El vino, considerado como la bebida histórica del Mediterráneo, es el acompañamiento natural del menú típico del sur de Europa, una bebida “nutriente, antioxidante, purgante y diurética” que consumían tradicionalmente los campesinos en sus comidas.
El distintivo del vino incluido en esta dieta, que suele ser tinto, es su baja graduación de alcohol y “el modo en que se consume”, de manera natural junto con la comida, como una parte más del menú.
Además de ser naturales, los alimentos de la dieta Mediterránea, que fundamentalmente se considera propia de España, Italia, Grecia y Marruecos, son “mínimamente procesados”, los azúcares no son refinados y la carne se consume de manera poco frecuente, normalmente una vez a la semana.
Unos hábitos alimenticios que, sin embargo, eran propios de los años cincuenta pero no lo son tanto actualmente.
Hoy en día, la OMS sostiene que la gente consume comida con demasiada carga calórica, grasas saturadas y trans, con exceso de azúcar y sal y con escasez de frutas, verduras y fibra.
Así, Braca estima que las culturas mediterráneas han pasado a creer que los alimentos propios de los países ricos “son mejores que los cocinados por nuestras madres”.
Un cambio en el que también han influido los hábitos de la vida propia del siglo XXI, que obliga a comer fuera de casa, tiene una elevadísima oferta de restaurantes de comida rápida y, además, es sedentaria.
Aunque Braca consideró que no se puede ir atrás ni pretender retomar la gastronomía propia de hace 65 años, sí defendió que se puede fomentar este tipo de alimentación, con productos de buena calidad.
Una idea que compartió la Reina Letizia en su discurso, en el que manifestó el compromiso de España por “fomentar la sostenibilidad de la dieta mediterránea tradicional como parte integral de un estilo de vida saludable y equilibrado” que debe combinarse con “hacer ejercicio de forma regular y moderada”.