Un año y medio después del estallido de la pandemia, la Unión Europea tendrá al 70% de su población vacunada frente a la COVID-19. Un objetivo histórico que según los números actuales, es posible cumplir. Y que nos llevará al siguiente escalón: los menores de 18 años. El riesgo de que niños y adolescentes sufran COVID-19 grave es mínimo, y es muy bajo entre adultos menores de 30 o de 40, así que en casi todos los países occidentales estos grupos van los últimos y penúltimos de la lista. Pero la Agencia Europea del Medicamento aprobó Pfizer/BioNTech de 12 a 16 años y eso abrió la puerta. Los gobiernos de Francia y Alemania comienzan con adolescentes este junio. El de España, quiere antes de que empiece el curso. A los menores de 40, se les vacunará aquí entre julio y agosto. Mientras, millones de personas vulnerables fuera de la UE siguen a la espera de su pinchazo. Las donaciones son limitadas. España se ha comprometido a dar unas 22,5 millones de dosis a COVAX, pero por ahora solo está el compromiso de hacerlo antes de 2022.
La vacunación de los menores de 40 años no parece debatible en un escenario en el que se pretende llegar a ese 70%. Pero la vacunación de los niños y adolescentes a corto plazo es un privilegio de Europa, Norteamérica y parte de Asia. En América Latina, según reporta Reuters, solo se lo plantea Chile, el país más avanzado de la región: el 44% de su población tiene pauta completa sobre todo con una de las vacunas chinas (Sinovac). En África, el más avanzado es Marruecos, con el 16% con pauta completa. El resto, incluida Sudáfrica, están por debajo del 3%. COVAX es una plataforma de donación de la ONU que depende de los estados miembros, y el mecanismo por el que muchos países empobrecidos están recibiendo buena parte de las dosis. La OMS, una pata de la ONU, ha animado a impulsarlo: advierten que resulta poco ético empezar a vacunar a población de menos riesgo cuando quedan mayores y sanitarios en África, Asia y Latinoamérica sin inmunizar.
El objetivo de COVAX es alcanzar al menos al 20% de los países a los que ampara antes de que acabe 2021. El de la UE, Reino Unido o EEUU, la inmunidad de grupo. “El objetivo inicial es muy escaso. No es solo que en el ritmo de vacunación haya desigualdad, es que en el planteamiento inicial hay desigualdad”, resume Vanesa López, presidenta de la Fundación Salud Por Derecho. “Cuando faltan medicamentos, cualquier reparto es siempre injusto. La cuestión, por tanto, no es tanto cómo hacer un reparto equitativo sino como utilizar los recursos disponibles para que causen el mayor bien posible o el mayor impacto”, sintetiza por su parte Belén Tarrafeta, farmacéutica experta en acceso a medicamentos.
Amós García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología y participante en la estrategia nacional, es partidario de avanzar en el debate: “Hay que entender si es realmente positivo, en un contexto de no disponibilidad de dosis, cubrir en países desarrollados a población que no tiene un perfil de riesgo; o si es más deseable esforzarse porque llegue a los vulnerables en los países en desarrollo. Si tuviésemos las dosis infinitas, no cabría esta reflexión, pero en el escenario actual sí”. Por el momento, la estrategia nacional de vacunación solo contempla a los adolescentes que tienen patologías de muy alto riesgo o están en situación muy vulnerable (como los que están tutelados).
Todo ha ido en cascada. EEUU iba muy rápido y Europa los miraba con envidia. Luego Latinoamérica miraba con envidia a Europa. Y África mira con envidia a Latinoamérica. Es una relación fuerte entre ingresos y posibilidades.
El director del Centre for Medical Ethics and Law de South Africa hacía un simple cálculo para el medio Politico,: las 50 millones de dosis de Pfizer necesarias para vacunar a todos los niños menores de 12 años de EEUU (25 millones) son más que las que se han puesto en todo el continente africano, 33 millones.
¿Para qué queremos las vacunas?
Johnattan García Ruiz, profesor en la Universidad de los Andes de Bogotá (Colombia), define la campaña de 2021 como una “cascada”: “EEUU iba muy rápido y Europa los miraba con envidia. Luego Latinoamérica miraba con envidia a Europa. Y África mira con envidia a Latinoamérica. Es una relación fuerte entre ingresos y posibilidades”. García Ruiz imparte clases en la Cátedra de Derecho y Salud Global de la universidad colombiana y, desde la capital suramericana, recuerda que el sur global no es un ente compacto. En Colombia no alcanzan al 7% de la población inmunizada, según OurWorldInData. En España estamos cerca del 25%. Pero “si se sorprenden de esos números, han de saber que no somos de los que estamos peor. Colombia es privilegiado en la región, el gobierno negocia con Pfizer, Moderna, Janssen, hay un portafolio de vacunas amplísimo, como en Brasil, Chile o México”. El problema real, dice, está en Caribe y Centroamérica. La verdadera desigualdad es con los países que dependen únicamente de las donaciones y no tienen capacidad de producción propia, que según análisis que él ha elaborado sería la mitad de su continente.
La fabricación de vacunas, según un informe de la Universidad de Duke, se concentra en 18 países de ingresos altos y 17 de medios En Nicaragua, por ejemplo, la única vía que tienen son acuerdos de negociación con Rusia, y ni siquiera hay información transparente acerca de cuándo y cómo llegan dosis. “La desinformación es otra forma de desigualdad”, explica García Ruiz quien defiende que la donación no es la solución, sino que todos los países deberían compartir capacidades.
Con todo, al hablar de donaciones, COVAX es el mecanismo menos malo, aunque vaya “muy lento” y sea “hoy por hoy insuficiente”. Las donaciones bilaterales, de estado a estado de manera directa, pueden acabar en intercambios de favores, como cuando Israel facilitó vacunas a El Salvador por haberle apoyado en otras cuestiones. Un artículo reciente en The Lancet señalaba lo mismo: “Las naciones que donan vacunas no están haciéndolo priorizando necesidades de salud. Están usando las donaciones más como manera de cementar sus esferas de influencia que como manera de avanzar de manera ecuánime hacia el fin de esta pandemia”.
Según García, otra forma de desigualdad es que en muchos países no están teniendo el derecho a un horizonte, como el que tenemos en Europa: “Aquí la mayoría de gobernantes opta por el silencio. No quieren prometer una fecha, se anuncian las vacunas según llegan. Nadie se puede permitir el reproche político por no cumplir”. “Es natural que los países quieran proteger a su población al máximo posible, y es legítimo que España tenga la meta del 70%. Pero quizá no tendría que entenderse como hacerlo antes que el resto del mundo. Los países con capacidad y privilegio tienen una obligación moral para utilizar las vacunas de la mejor forma posible”, reflexiona. Y calcula: “Para salvar una vida de un mayor de 60 años basta una vacuna; para proteger la vida de un joven, unas 20.000. Hay que plantearse: ¿para qué queremos las vacunas? Son para evitar que la gente más vulnerable fallezca”.
Desde el punto de vista inmunológico, es mucho más inteligente vacunar a toda la población vulnerable del mundo, que a la población total europea
Belén Tarrafeta intentaba responder sobre si es “razonable” vacunar a adolescentes europeos antes que a mayores vulnerables latinoamericanos o africanos y llegaba a parecidas preguntas: “Debería haber un consenso sobre cómo se deberían repartir las vacunas globalmente y analizar si una decisión nos acerca o no a ese objetivo. Pero lo cierto es que tenemos sólo la propuesta de reparto de COVAX con un modelo de reparto que tiende más a lo igualitario que a lo equitativo. COVAX no explica cómo entran en la ecuación criterios como la urgencia y el riesgo. No hay la misma urgencia de vacunar en Senegal que en Perú, por ejemplo”.
El peligro de que surjan variantes
La otra derivada del asunto de vacunar a otros países antes que a nuestros niños son el surgimiento de posibles variantes. Es el argumento que se ha esgrimido en muchas ocasiones, lo hizo por ejemplo el presidente del Comité de Bioética de España: si no se prioriza donar por solidaridad, al menos que se haga por egoísmo, pensando en que no surjan mutaciones del coronavirus que puedan escapar de las vacunas. Carmen Cámara, secretaria de la Sociedad Española de Inmunología, ve “absolutamente más prioritario” la vacunación de los ancianos y sanitarios que quedan, que la de nuestros niños europeos. Entre otras cosas por esa segunda cuestión: “Las variantes están saliendo en los países que no están vacunados. Hasta ahora estamos teniendo suerte y están cubriendo las vacunas actuales, pero puede llegar un momento que no”. ¿Podría ocurrir esto también que surjan nuevas variantes entre nuestros niños? “Con un riesgo muchísimo menor. Solo hay que comparar la población infantil europea con la adulta mundial”. “Desde el punto de vista inmunológico, es mucho más inteligente vacunar a toda la población vulnerable del mundo, que a la población total europea”, zanja.
“Vacunar a jóvenes pudo tener sentido en algún momento, cuando se planteó que así no contagiarían a los mayores. Ahora que están cubiertos, no”, sigue Cámara. Es un problema que se puede dar en EEUU, explica, porque tienen un alto rechazo a las vacunas y solo con la población adulta no llegarán al 70%. En España, “no necesitaremos a los adolescentes para llegar a la inmunidad de grupo”. Belén Tarrafeta se lo preguntaba parecido, extendiéndolo a adultos jóvenes, menores de 35 o 30 años: “No sé hasta qué punto lo que se persigue al abrir más franjas de edad es alcanzar ese 70% de la manera más rápida posible, es decir, llegar más rápido a la población más fácil, la que quiere vacunarse a toda costa y lo pone como prioridad en su agenda”.