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El hombre que erradicó la viruela

  • Donald A. Henderson fue el director de la campaña que acabó con un virus que afectaba a dos millones de personas cada año y que apareció hace 10.000 años

Borges definió en un poema a Los Justos, los que con sus acciones salvan el mundo sin saberlo; la religión judía tiene su propia definición de Justo entre las Naciones. Y también existen personas que sin encajar en definición alguna debieran ser honrados por haber salvado muchos millones de vidas, a menudo sin que ellos lo sepan; que sin publicidad ni reconocimiento a la altura han trabajado y han conseguido derrotar a las mayores amenazas que existían sobre los seres humanos.

Norman Borlaug lo hizo con el hambre y la Revolución Verde; Karl Landsteiner con los grupos sanguíneos y el aislamiento del virus de la polio; Joseph Lister con la antisepsia y Alexander Fleming con la penicilina. A este panteón pertenece por derecho propio el doctor Donald A. Henderson, a quien debemos la dirección de la campaña que llevó a la desaparición de uno de los más antiguos y aterradores enemigos de la humanidad: el virus de la viruela. Henderson murió el 19 de agosto en Towson, junto a Baltimore, por complicaciones tras una fractura de cadera; tenía 87 años. Y gracias en buena parte a su perseverancia la viruela ya no existe.

A mediados del siglo XX la viruela afectaba a unos 2 millones de personas cada año. Pero a lo largo de la historia fueron muchos más los afectados: se sabe que la cepa que afecta a los humanos apareció hace al menos 10.000 años y desde entonces se han producido epidemias con regularidad con tasas de mortalidad entre el 20% y el 60% según la cepa. Entre los niños la mortalidad podía llegar a superar el 80%.

El avance de la urbanización solo contribuyó a hacer estas epidemias más letales. En situaciones especiales como durante la conquista de América, al infectarse poblaciones sin inmunidad previa, la viruela (junto a otras dolencias) llegó a provocar verdaderas catástrofes demográficas. Sin la masiva mortandad provocada por la viruela, habría sido mucho más difícil la colonización para los europeos y la historia del mundo habría sido diferente.

Aunque su población fuese algo más resistente, Europa no era inmune y periódicamente se veía afectada por nuevas epidemias como las del siglo XVIII, cuando en España la enfermedad llegó a acabar con un rey (de entre los cinco monarcas que mató) y en Europa se estima que causaba 400.000 muertes cada año. Solo en el siglo XX se cree que la cifra total de víctimas superó los 500 millones de personas.

La viruela era además una enfermedad cruel de contagio fácil y que no solo mataba de modo atroz, sino que dejaba marcados a los supervivientes: las cicatrices de las vesículas típicas de la enfermedad podían desfigurar, aunque sirviesen como marcador de haber adquirido inmunidad.

Debido a su mortalidad y visibilidad, y a la existencia de un pariente cercano del virus incapaz de causar los peores síntomas en humanos pero capaz de generar inmunidad, la viruela fue la primera enfermedad en la que se usaron la inoculación (hace más de 1.000 años en China) y la vacunación.

El doctor Henderson, universalmente conocido en el área como ‘DA’, dirigió durante 10 años (1967-1977), la iniciativa internacional de la Organización Mundial de la Salud para perseguir, acorralar y eliminar de la naturaleza al virus de la viruela usando las vacunas. La iniciativa culminó con éxito y ha sido calificada como uno de los cinco triunfos más importantes de la historia de la medicina, si no el mayor. El entusiasta y enérgico doctor estadounidense fue nombrado en 1966 para dirigir esta campaña contra la viruela originalmente propuesta por la URSS y que se consideraba que tenía muy pocas esperanzas de éxito, ya que otras anteriores contra otras enfermedades habían fracasado.

Una nueva estrategia

La idea era emplear la muy eficaz vacuna de la viruela para hacer desaparecer las fuentes naturales del virus que actuaban como disparador de las epidemias, pero se enfrentaba a grandes dificultades. La enfermedad se refugiaba en rincones muy remotos del planeta a los que era difícil hacer llegar los equipos de vacunación; las técnicas usadas no conseguían un 100% de cobertura.

Henderson optó por un nuevo sistema de vacunación (aguja bifurcada) y por una estrategia diferente: en lugar de vacunaciones en masa de poblaciones enteras, los equipos se centraron en los grupos que habían estado más cerca de los brotes, limitando así el contagio y estrangulando las epidemias en su origen. El empeño fue mucho más largo y difícil de lo inicialmente previsto y necesitó de ingenio y perseverancia. 

El último caso conocido de viruela contraída de fuente natural se produjo en 1977 en una región remota de Somalia; en 1980 la OMS declaró la enfermedad erradicada de la faz de la Tierra. Desde entonces solo se han producido algunos contagios accidentales de laboratorio; hasta hoy es la única enfermedad contagiosa humana erradicada por completo (además se eliminó la peste bovina). Desde todos los puntos de vista, uno de los mayores triunfos de la especie humana en su lucha contra las enfermedades.

La campaña le debió mucho a la personalidad de Henderson. Intenso, con una voz grave y conocido por su pragmatismo y tesón, DA fue instrumental para mantener el interés político y eliminar las trabas burocráticas para mantener encarrilado el proyecto. El médico estadounidense también era adorado por su personal de campo, los médicos y auxiliares que aplicaban las vacunaciones a menudo en lugares remotos del globo, a los que cuidaba y defendía con ferocidad. Para DA, ellos eran los verdaderos responsables del éxito.

Tras el triunfo sobre la viruela, Henderson se convirtió en un especialista en salud pública especialmente preocupado por la defensa ante posibles ataques bioterroristas. Quizá por eso fue siempre un apasionado defensor de la destrucción de las últimas muestras de virus de la viruela, que se conservan tan solo en Atlanta (EEUU) y Moscú (que se sepa).

También porque conocía el tremendo esfuerzo que había resultado necesario para derrotar la viruela, DA se mostró escéptico ante campañas de erradicación de otras enfermedades contagiosas como la polio, aunque en sus últimos años relajó su postura y concedió que era posible, aunque difícil.

Gracias a la eficacia de la vacuna se pudo siquiera soñar con hacer desaparecer el virus; gracias a la cooperación internacional este sueño pudo llevarse a la práctica. Pero fue gracias al incesante trabajo y liderazgo de este médico estadounidense que este programa consiguió alcanzar su objetivo y eliminar a uno de los peores enemigos de la Humanidad en toda su historia. Por esto es por lo que DA Henderson merece, más que un recuerdo, un monumento.