A Doñana no le ha faltado agua, sino que se la han quitado. En cuatro décadas, mientras la extracción de los acuíferos para riegos se ha multiplicado por seis, el agua que ha llegado a los ríos y humedales desde los depósitos subterráneos ha caído a la mitad, según revela un informe oficial del Instituto Geológico y Minero (IGME) sobre las masas de agua subterránea de Doñana concluido en abril y al que ha tenido acceso elDiario.es.
El estudio, dirigido por el investigador José Manuel Murillo, abarca datos desde 1975 a 2017. Y es bastante claro: el declive del acuífero, que se ha acelerado en los últimos años, “se debe exclusivamente al mayor volumen de agua que se bombea”, ya que las lluvias en la segunda mitad de ese periodo de cuatro décadas han sido incluso más abundantes que en la primera.
Además, la caída en el volumen de agua que mana hacia la superficie, es decir, a cursos como La Rocina o las lagunas “es notablemente decreciente por causa del efecto acumulativo de los bombeos que se realizan”.
Para un caudal mínimo anual de unos 100 hm3 deberían reducirse los bombeos a 50-55 hm3 al año
Con esos números en la mano, el IGME considera que para salvaguardar Doñana como ecosistema “deberían reducirse los bombeos que se realizan en la actualidad (…) de forma que el máximo de agua subterránea que se extraiga del acuífero se sitúe en torno a los 50-55 hm3 al año. Eso supone reducir a la mitad lo que se chupó en 2016-17, que llegó a los 111 hm3 sin incluir las extracciones ilegales que la Junta de Andalucía pretende sumar.
Este análisis de expertos adscritos al CSIC pertenece a los trabajos del Instituto para el inventario de recursos hídricos subterráneos y se inició mucho antes de la polémica surgida por el plan de amnistía de regadíos del Gobierno andaluz.
Tras las repercusiones del rechazo del Gobierno, grupos ecologistas, científicos, la Unesco e incluso de la Comisión Europea, la Junta de Andalucía decidió el 4 de mayo pasado congelar la proposición de ley hasta que pasen las elecciones municipales del 28M.
Bruselas advirtió de que acciones que deterioren Doñana abren el camino para que se reabra el caso en contra de España ante el Tribunal de Justicia Europeo, esta vez para solicitar multas económicas. A pesar de que el consejero de Medio Ambiente andaluz, Ramón Fernández-Pacheco, viajó a Bruselas para hablar con el comisario Virginijus SinkeviÄius, la Comisión continuó viendo en su plan un peligro para el ecosistema.
Ahora, el plan para regularizar regadíos ilegales está aplazado, pero el PP proyecta reactivarlo dos días después de los comicios locales.
Sin embargo, los datos científicos están ahí: la reducción de extracciones, calculan en el IGME, permitiría que manara “un caudal mínimo anual” de unos 100 hm3 para asegurar “la subsistencia de los ecosistemas (ríos y humedales) dependientes de las descargas de agua subterránea” desde el acuífero. Unos ecosistemas que ya han alcanzado “un insostenible punto crítico” como alertó en abril la Estación Biológica de Doñana del CSIC.
De hecho, una buena parte de las aves que utilizaban Doñana como refugio para reproducirse están dejando de hacerlo allí. Incluso peligra el santuario de gansos que movilizó a los europeos para su campaña de salvamento del parque en los años 60.
¿Pero por qué ese volumen? Es lo que el sistema natural descargaría en condiciones normales al final de un ciclo muy seco, como el que aconteció entre 1990 y 1995. “Podría considerarse como un límite inferior plausible y razonable, dado que constituye la respuesta a la peor situación dentro de un funcionamiento natural”, justifica el trabajo.
La evolución
La descarga de agua desde el subsuelo a la superficie es una parte fundamental en el sistema que dota de agua a los humedales de Doñana. Si brota menos, las lagunas o los ríos se quedan a merced de lo que pueda llover. O se quedan secos.
El sistema acuífero Almonte-Marismas (conformado por varias masas subterráneas de agua interconectadas entre sí) que se extiende por debajo del parque nacional y excede por mucho sus lindes, pasó de aportar 135 hm3 a la superficie en el curso 1975-76 a quedarse en 71 hm3 en el 2016-17 (un 48% menos). Pero si se mira lo que brotó en las zonas de la cuenca del Guadalquivir (donde está Doñana), el descenso es del 53%, según los datos del informe del IGME.
“Las reducciones no se produjeron de forma paulatina y continuada a lo largo del tiempo”, analiza el documento. En los últimos 20 años “se ha acumulado una tendencia decreciente”.
El IGME subraya que aunque las recargas del acuífero están estabilizadas –es decir, lo que se filtra hacia el depósito subterráneo– el déficit se acumula en los últimos años analizados. De hecho, las lluvias han dejado un poco más de agua en ese tramo más reciente: entre 1975 y 1996, las precipitaciones suponen unos 176 hm3 de media al año. De ahí hasta 2017, aportaron un promedio de 202 hm3.
Sin embargo, siete de los diez años donde menos agua manó a los ecosistemas de Doñana se han acumulado en la década más reciente estudiada. Cada año de esa década (2006-07 a 2016-17) “se corresponde con los diez años en los que se ha extraído un mayor volumen de agua subterránea”. Mientras tanto, en todo ese tiempo, solo un curso fue especialmente seco en cuanto a lluvias.
Así que, por lógica, si las lluvias, con sus periodos secos y húmedos, aportan un volumen promedio similar a los acuíferos y, al mismo tiempo, las lagunas, los brazos o los ríos que componen el humedal reciben cada vez menos agua desde el subsuelo, la conclusión de los científicos es que el agua se ha estado yendo por los cada vez más numerosos pozos legales para el riego.
“Resulta evidente que existe una relación directa entre el periodo de tiempo en el que se produce un mayor bombeo y el periodo en que se produce una menor descarga de agua subterránea a ríos y humedales”, afirma el análisis de los hidrogeólogos.
A modo de epílogo, el documento señala que de 2017 a 2023 la situación hidrológica ha empeorado, ya que se han encadenado años de pocas precipitaciones.
Sobreexplotación creciente
Solo teniendo en cuenta las extracciones legales, se ha pasado de extraer 18 hm3 en 1975 a 111 hm3 en 2017. Desde mediados de los años 70 a finales de los 80, la media de bombeos estaba en 40,9 hm3. Después hubo un incremento en la extracción que llevó el promedio hasta los 61 hm3 a finales del siglo XX.
De haberse considerado las necesidades hídricas de tipo ecológico, las descargas mínimas al mar y la cuantía de los denominados bombeos ilegales, la situación sería notablemente diferente, mucho más real y preocupante
Entonces, se produjo el gran empujón. En la siguiente década se fue sacando cada vez más y más agua del acuífero hasta llegar a los 115 hm3 en 2010. En ese alto nivel se ha estabilizado el bombeo, cuya media de 2011 a 2017 se sitúa en 116 hm3 al año. Ese ha sido el periplo de la explotación hídrica en torno a Doñana.
“El grado de explotación durante el periodo 2009/10-2016/17 se ha incrementado en 24 puntos en el acuífero de Almonte-Marismas”, informa el IGME. Y en algunos momentos puntuales supone un nivel de extracción tal que alcanza un 183% respecto a su recarga natural, como ocurrió en el año hidrológico 2015-2016. Sin embargo, no es la cifra más escandalosa de las que se reseñan en el análisis: algunas de las masas subterráneas que componen el sistema, llegan a presentar récords de un 1.280%.
Eso, en cuanto a las actuaciones legales. A ello se suman los bombeos ilegales, que actualmente añaden casi un 3% de sobreexplotación, dice el informe.
Con todo, el estudio se ha centrado en las variables matemáticas: las recargas que llegan al acuífero de la lluvia, lo que se extrae con los bombeos, lo que vuelve cuando se riega, cómo se mueve el agua entre las diferentes masas subterráneas. Sin embargo, los científicos del IGME admiten que no se han incorporado variables sobre “necesidades hídricas subterráneas de tipo ecológico y medioambiental” para el sostenimiento del ecosistema. “De haberse considerado las necesidades hídricas subterráneas de tipo ecológico y medioambiental, así como las descargas mínimas que es preciso preservar y ceder al mar y la cuantía de los denominados bombeos ilegales la situación sería notablemente diferente y, por supuesto, mucho más real y preocupante”.
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