La portada de mañana
Acceder
Feijóo confía en que los jueces tumben a Sánchez tras asumir "los números"
Una visión errónea de la situación económica lleva a un freno del consumo
OPINIÓN | La jeta y chulería de Ábalos la paga la izquierda, por Antonio Maestre

Reportaje

Un dron para el activismo social

Grabar desahucios, documentar excesos policiales, hacer grafiti, denunciar la privatización del espacio aéreo, proyectar una viñeta de la revista El jueves... No son éstos los usos con que suele asociarse a los drones, una palabra cuya sola mención evoca imágenes de civiles muertos en Afganistán, Gaza o Yemen. Sí son, en cambio, parte del currículo de Flone, un pequeño dron diseñado en España en 2013 cuya tecnología ha estado desde entonces al servicio del activismo político y social y que tendrá en breve una versión 3.0.

Flone nació de mano del artista multidisciplinar e ingeniero informático Lot Amorós, la ingeniera técnica Cristina Navarro y el ingeniero industrial Alexandre Oliver, durante una residencia en LABoral Centro de Arte y Creación Industrial, en Gijón, y Telefónica I+D, en Barcelona. Los tres jóvenes, que se conocían de proyectos de activismo en Elche como los hacklabs o guifi.net, se habían agrupado previamente en Aeracoop, un grupo socialmente responsable que trabaja de forma colaborativa en proyectos relacionados con drones.

Flone es un plataforma de madera con hélices y unas gomas de sujeción para albergar un teléfono móvil. La última versión puede cargar 400 gramos y se maneja desde otro teléfono, a través de una aplicación específica, a una distancia de 200-300 metros, con wifi, o 50 metros, por bluetooth. Se concibió pensando más en las movilizaciones que en los usos comerciales civiles en boga (agricultura, cinematográfico, etc.). O, como señala Amorós con ironía: “No lo diseñamos para hacernos selfies desde el aire”.

Para empezar, tanto el hardware como el software son libres. Se optó también por hacerlo en madera por ser una materia prima relativamente barata, biodegradable y fácil de manejar para las manos menos expertas. El prototipo es pequeño para poderlo sacar del taller sin un vehículo y carece de cámara y GPS para aprovechar los recursos que supone simplemente adosarle el teléfono que ya llevamos en nuestros bolsillos y, así, generar menos residuos y abaratar su fabricación.

“Se trataba de disminuir las barreras para que la gente lo pudiera replicar”, resume Navarro, vinculada desde hace tiempo a la lucha por la participación de la mujer en la tecnología. Hoy, quien quiera un flone necesita tan sólo 200 euros (el coste del material), un ordenador, unos minutos en una cortadora láser y un poco de pericia. El uso posterior es ya cuestión de elección.

Amorós, Navarro y Oliver lo inauguraron frente al Museo Guggenheim de Bilbao. Allí volaron el Flone, ante la mirada extrañada de los transeúntes, con una pancarta colgada que rezaba “Se vende este espacio publicitario” para denunciar el peligro de comercialización del cielo. “El paisaje se va a ensuciar masivamente en un futuro no muy lejano”, advierte Amorós, temeroso de que Europa importe el uso que dan algunas empresas en Estados Unidos a los drones para hacer publicidad aérea. “Tenemos derecho a volar, pero también a mirar el cielo y que nada nos estorbe”, añade.

Flone también tenía una misión el día del desalojo de La Carbonería, un centro social de Barcelona. Había una plataforma elevada en la azotea del edificio, a 15 metros de altura y sin acceso inferior. La idea era elevar el aparato para documentar lo que allí sucediese cuando llegasen los Mossos d'Esquadra y, sobre todo, incorporar una presencia simbólica para que los activistas que allí se concentrasen no se sintieran solos y desprotegidos. Los Mossos ni siquiera le dejaron despegarse del suelo. Fue requisado sin entrega de acta y posteriormente devuelto sin batería, con varios cables arrancados y la placa de vuelo rota, según denuncia Amorós.

Flone también ha tomado planos cenitales de un mural de cartulinas verdes y rojas en una concentración de la PAH para decir que “Sí se puede”. O proyectado sobre la sede de la editorial RBA la corona llena de mierda que Juan Carlos I pasaba a su hijo al abdicar en la famosa viñeta autocensurada de El Jueves. O mapeado el suelo con objetivos medioambientales, a través del empleo de la fotografía para hacer cartografía.

La última iniciativa, efectuada por Amorós en colaboración con un activista japonés, Takahiro Yamaguchi, (Aeracoop ya no trabaja de manera conjunta) hace apenas medio mes, supone una vuelta de tuerca al prototipo. En vez de un teléfono, han incorporado en esta ocasión un mecanismo que activa una lata de spray para hacer grafiti. Ya hay colgado un vídeo con los primeros ensayos. Amorós apunta a otros usos potenciales, algunos de los cuales prohibiría la nueva ley de seguridad ciudadana, como documentar vertederos ilegales o “devoluciones en caliente” en la frontera con Marruecos.

Otros compañeros de vuelo

Flone dista de estar solo en la lista de “drones activistas”. Le acompañan, entre otros, los aparatos que sobrevolaron las manifestaciones de la plaza Taksim de Estambul, de Occupy Wall Street en Nueva York, de la plaza Bolotnaya en Moscú… También el famoso Robokopter en Polonia, durante los enfrentamientos entre Policía y manifestantes el Día de la Independencia de 2011, o el proyecto artístico que graba la vigilada frontera entre México y Estados Unidos.

“Los drones”, resume Amorós, “son una manifestación de poder, de la autoridad, casi fascista. La persona que lo controla tiene un poder sobre ti. Y muchas técnicas de acción directa no violenta se basan en el poder, como los hackers o encadenarse. Por eso es inevitable que cuando aparecen tecnologías de poder, tanto militares como activistas traten de controlarlas”.