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Ecologistas y científicos continúan enfrentados por el maíz transgénico en UE

EFE

Madrid —

La reciente votación de la UE contra la propuesta de la Comisión Europea para dar luz verde al cultivo de dos nuevas variedades de maíz transgénico y la renovación del único autorizado ha reavivado el debate entre partidarios y detractores de estos productos por su impacto medioambiental y de salud.

Las votaciones mostraron el rechazo mayoritario en Europa a este tipo de cultivos así como a la variedad MON810 de la empresa Monsanto, que sigue cosechándose en territorio europeo aunque el permiso formal caducó en 2008 y continúa pendiente de renovación.

No obstante, los países contrarios a los transgénicos no consiguieron la mayoría suficiente para retirar definitivamente las solicitudes, por lo que la CE podría decidir seguir adelante con el proceso de autorización pese a todo.

Aunque el maíz es el único producto autorizado en la Unión Europea para la siembra, legalmente se pueden comercializar el algodón -para usos sanitarios y de vestimenta-, la colza -para combustible- y la soja -para piensos de consumo animal-; soja y maíz se emplean en el 95 % de piensos consumidos en España.

Las organizaciones ecologistas lideran la batalla contra los transgénicos porque “causan muchos problemas agronómicos y ambientales” y “no contribuyen en absoluto a solucionar el necesario incremento de la producción de alimentos para una población, la mundial, en constante aumento”, ha explicado a Efe la responsable de Agricultura y Alimentación de la organización ecologista Amigos de la Tierra (AT), Blanca Ruibal.

En el caso del MON810, está modificado para producir una toxina que mata al taladro, una plaga que puede llegar a matar la planta ya que son orugas que perforan las mazorcas y el tallo.

No obstante, esta alteración “también afecta a otros microorganismos presentes en el cultivo, lo que supone un problema para la biodiversidad”, afirma Ruibal.

Además, “se desconoce el efecto de la toxina a largo plazo”, que podría incluso llevar a un empobrecimiento del suelo, si bien “hay que tener en cuenta no sólo el uso de transgénicos sino el pernicioso modelo de agricultura al que siempre aparecen ligados” y que a su juicio “es necesario cambiar”.

La portavoz de AT cree que “no existe suficiente transparencia” ni tampoco “información científicamente relevante” para que los ciudadanos puedan valorar esta tecnología, lo que “denota complicidad entre los gobiernos y las empresas” para “esconder un inmenso negocio”.

Opinión muy diferente es la del profesor de Biotecnología de la Universidad de Valencia José Miguel Mulet, quien ha afirmado a EFE que “la campaña de los ecologistas contra los transgénicos está basada en premisas falsas” pues en su opinión “existe amplia documentación sobre sus posibles efectos y en 20 años de uso no han dado ningún problema para la salud”.

Este investigador ha recordado que, antes de que un producto de este tipo llegue al mercado debe pasar “un control más estricto” que cualquier otro alimento, por lo que “yo, si quiero comer seguro, prefiero comer transgénicos”.

De todas formas, en Europa se consumen en este momento “muy pocos alimentos transgénicos de forma directa” precisamente porque “la campaña en su contra disuade a muchos fabricantes” pero fuera del viejo continente “casi todo lo que comes es transgénico y a nadie parece preocuparle mucho”.

Respecto al maíz, Mulet, opina que el MON810 ahorra costes en insecticidas para los agricultores y además evita emisiones de CO2, reduciendo el impacto ambiental de los cultivos, pero su tecnología “ha sido demonizada de forma injusta”.

Este científico coincide en algo con la portavoz ecologista y es que los transgénicos, en cualquier caso, no solucionarán el problema del hambre en el mundo, porque son “una simple herramienta” y “mientras siga habiendo gobiernos corruptos que distribuyan mal la producción, seguirá habiendo hambre”.