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La educación en la que hemos vivido instalados en la era industrial fue definida por el pedagogo Paulo Freire como “bancaria”, dado que está destinada a “depositar” en el cerebro del que aprende capas de contenidos. El estudiante, pasivo, se dedica a “acumular” y asimilar contenidos hasta que éstos alcanzan una masa crítica que le permite desempeñar una acción efectiva como podría ser una profesión. Es una educación industrial, que se aísla en el aula y en la escuela y olvida casi por completo los procesos sociales como la interacción con la sociedad, el diálogo, la práctica, las experiencias...
Existen dos razones por las que esta forma de entender la educación, que sigue siendo dominante, se ha hecho disfuncional en nuestra sociedad. La primera, la más popular, parte de la evidencia de que la tecnología digital es capaz de ofrecer de forma más rápida, barata y con niveles de calidad al menos similares, muchos defienden que superiores, lo que antes ofrecían las aulas, profesores y las instituciones educativas.
La segunda aborda las razones profundas del cambio. En un mundo transformado por completo por la tecnología y los cambios sociales, la educación convencional no encara las verdaderas necesidades de los ciudadanos y profesionales contemporáneos. Vivimos en un mundo donde una proporción creciente de las tareas técnicas, sencillas y sofisticadas, están en manos de “máquinas inteligentes”. Nuestro principal reto individual y colectivo es vivir y gestionar la incertidumbre y los problemas complejos, aquellos que no podemos ni tan siquiera definir o para los que las soluciones no se adaptan a recetas predefinidas (o dicho de otro modo aquellos que, al menos por el momento, la Inteligencia Artificial no puede abordar), y para ello necesitamos capacidades de investigación y de creación. Esto no puede aprenderse en una clase magistral ni en simulacros de proyectos, se necesitan procesos de aprendizaje activos, basados en la experiencia y la experimentación.
De la mano de la tecnología, diferentes sectores, desde la cultura o los medios de comunicación a la política o el transporte público, se han ido desbaratando en las dos últimas décadas. La educación ha salido aparentemente indemne, aunque ya empieza a mostrar sus primeras grietas. Posiblemente su resistencia se deba a las barreras de entrada que oponen superestructuras muy tradicionales y fuertemente atrincheradas en su estatus social y político. Los aparentes intentos de disrupción en educación han venido de la mano de la tecnología y de los nuevos métodos, pero han sido más burbuja que verdadero cambio dado que se han orientado principalmente a dar servicio a las instituciones educativas y sus prácticas “formativas”, ancladas en el pasado o sujetas a una innovación tímida y lenta.
El software educativo más habitual aumenta el entorno educativo del aula manteniendo su estructura y reglas de juego o propone digitalizar ese formato. En el mundo del hardware y contenidos, tablets, pizarras digitales, apps, libros digitales, plataformas de contenidos … todos pretenden algo similar: mejorar el sistema conservando el sistema. Por otra parte los nuevos métodos, que se declaran alternativos a los “bancarios”, como el método del caso, el aprendizaje basado en proyectos, el aprendizaje cooperativo, o design thinking implican una transición a un aprendizaje más activo. Pero en la mayor parte de casos a costa de una trivialización de los problemas y retos que motivan el aprendizaje. Por ejemplo, el aprendizaje basado en proyectos en que el resultado está ya predefinido y se convierte en una tarea rutinaria equivalente a lo que sucede con la educación convencional. Por otra parte, se cambia el método sin cuestionar el contexto. Aprender de forma activa es una experiencia que requiere de un nuevo contexto, abierto y diverso, y por tanto de una nueva cultura de aprendizaje.
Hasta el momento hemos pensado en el futuro analizando críticamente el presente. Lo que sigue es una prospectiva de lo que en mi opinión es probable que suceda en los próximos años y puede acabar por convertirse en la “era de la disrupción educativa”.
1. El aprendizaje activo será el “nuevo normal”, y estará basado en comunidades intergeneracionales e “indisciplinares” (que se unen por su interés en un problema, no por afinidad disciplinar) y trabajan sobre “lo que nos afecta”. En este contexto gana protagonismo lo local, lo que nos es próximo y los problemas complejos. Los sucedáneos de aprendizaje activo, controlado y trivializado, no cumplirán las promesas y serán poco a poco abandonados o relegados a un papel menor.
2. Las competencias transversales, antes denominadas “blandas”, irán tomando más y más protagonismo porque finalmente serán casi las únicas que no puedan ser sustituidas por máquinas y algoritmos.
3. Las necesidades de aprendizaje son múltiples y cada persona, a lo largo de su vida, precisa aprender de formas diferentes. Si hasta el momento la educación buscó asegurar un nivel común y homogéneo de los estudiantes, a partir de ahora la educación deberá adaptarse a las múltiples necesidades y oportunidades. Pasaremos a entender la educación como un proceso que no termina nunca y que discurre con fases dentro de las instituciones educativas y fases en otros contextos profesionales y cívicos. En este nuevo escenario la certificación perderá valor de forma radical en favor del reconocimiento por pares y la acreditación progresiva y acumulativa de competencias y capacidades.
4. El aula desaparecerá en un sentido literal y figurado. Dejará de ser el espacio dominante para la educación dado que los entornos sociales diversos y reales pasarán a ser los laboratorios de aprendizaje.
5. Pasaremos de un sistema centrado en el profesor a otro organizado alrededor de los que aprenden y en los que emergerán una diversidad de agentes que acompañan, facilitan y median en el aprendizaje: entrenadores, mentores, expertos, colaboradores, diseñadores pedagogos...
6. La tecnología será invisible y flexible y estará presente en todos los procesos de aprendizaje. El “e-learning” tradicional y puro será una opción más y ganará reconocimiento él que sucede al “margen del sistema” dentro de comunidades digitales.
7. La Inteligencia Artificial será una herramienta esencial de mejora continua mediante las analíticas de aprendizaje. Pero se necesitará un nuevo enfoque que permita generar datos de la observación de los nuevos procesos de aprendizaje activo y no las analíticas convencionales que se generan en la educación “bancaria”.
8. El cambio vendrá de múltiples iniciativas, algunas nuevas y otras de transformación de la escuela o la universidad que compitan pero también dialoguen entre si. Las nuevas iniciativas serán una combinación de emprendimiento y proyectos educativos de corporaciones que no están ahora mismo en el mundo de la educación. En el caso de las transformaciones de las instituciones ya existentes requerirán el liderazgo de pequeños equipos de profesores y directivos comprometidos y con capacidad de acción que actuarán sobre la pedagogía pero también sobre la propia organización.
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