La educación privada es el sector que más paro genera en verano: “Dos meses al año pierdo un 30% del salario”
Eva no lo sabía, pero tiene un contrato ilegal. Un contrato que le cuesta irse al paro cada verano, cuando según la normativa no debería pasarle. Eva es profesora en una escuela privada durante todo el año y es fija discontinua, contra lo que establece su convenio. Eva es una de las 246.535 personas que trabajan en educación y pierde su empleo cuando acaba el curso –70.000 de ellas en la red pública–.
El sector educativo es, de largo, el que más paro genera en verano. En concreto, la parte privada de la educación, aunque el sector público no es ajeno a esta estacionalidad. Cada año, decenas de miles de profesionales de la educación se van a a la calle al final del curso para ser contratados de nuevo en septiembre. Son profesores, tanto de colegios como de academias, monitores de extraescolares, vigilantes de comedor y otros perfiles similares que se mueven en torno a los centros educativos, que cuando ven salir al alumnado en junio saben que con ellos se va su nómina. Los afortunados caerán en el paro; otros tendrán que buscarse la vida hasta el otoño.
Es un sector contradictorio el de la educación. En amplias capas de la sociedad ha calado la idea de que los docentes son unos privilegiados con varios meses de vacaciones al mes y unas fantásticas jornadas laborales que acaban al mediodía. Pero, además de que esas creencias son erróneas, hay una cara oculta instalada en una cierta precariedad de quienes no son funcionarios, que sufren la estacionalidad, como se manifiesta cada verano. Y en no pocas ocasiones lo hacen, denuncian los sindicatos, contra la ley.
Con las mismas, en la escuela pública no son ajenos a este problema. Pese al acuerdo alcanzado con la UE para rebajar la interinidad al 8% y los concursos realizados este año para mejorar la estabilidad docente, la mayoría de las comunidades no llegan aún a esa cifra y la temporalidad alcanza al 25% (si no más) de las plantillas. Y en muchas regiones la Consejería de Educación aún despide cada verano a los interinos que no han podido trabajar más de 5,5 meses durante el curso. Para ellos es casi peor que sus compañeros de la privada, porque no repetirán destino y lo más probable es que se incorporen a un centro nuevo el último día posible, con el curso ya empezado y la obligación de ponerse al día lo más rápido que puedan. “Es como cambiar de empresa cada año”, explica uno de ellos.
En total, 246.535 personas se han caído de las listas de afiliación a la Seguridad Social entre junio y agosto este año. Solo en el último mes de vacaciones ha habido un descenso de 72.383 profesionales en el sector –el dato más alto en 15 años–, según publicó el Ministerio de Trabajo este pasado martes. El problema no es nuevo, pero tampoco mejora.
Dicho de otra manera, este pasado verano se quedaron sin trabajo el 6,6% de los trabajadores educativos, una cifra más o menos constante a lo largo de los años. Pero como cada vez más personas trabajan en el sector, cada vez más van al paro cada estío. Los 246.535 parados estacionales registrados este año son un 41% más de los 174.538 de hace una década.
De todos los cotizantes que ha perdido la Seguridad Social entre junio y agosto solo en la educación, el 86,1% trabaja en el sector privado. Y dentro de este grupo, la mayoría tenían un contrato indefinido (estos no son técnicamente parados, pero sí dejan de cotizar), como se puede observar en este gráfico.
El problema, explica Pedro Ocaña, secretario de Enseñanza Privada de CCOO, es que muchos de estos fijos discontinuos que acaban en la calle lo hacen contra la ley porque el convenio de enseñanza privada –que además se ha renovado recientemente con la firma de la patronal– prohíbe expresamente que el profesorado estructural de los colegios privados tenga este tipo de contrato. El artículo 17 bis, que regula los casos en los que se puede utilizar esta fórmula, admite poca interpretación: “No se podrá contratar bajo esta modalidad a personal del Grupo I, personal docente, para impartir actividades curriculares”.
Además, hay al menos una sentencia del Supremo y otra de la Audiencia Nacional que acaban de reforzar este proceder. “La limitación del uso de la contratación fija discontinua al personal docente que imparte actividades curriculares es legítima y se encuentra justificada, siendo proporcional a los fines pretendidos como es, la búsqueda de la estabilidad en el empleo de dicha persona”, argumentaba la jueza de la AN. Da igual, sigue pasando, como sostienen los sindicatos sectoriales y refuerzan los datos.
Eva no lo sabía. Ella es el perfil paradigmático de quien acaba despedido en verano. Es profesora en un colegio privado, actividad que complementa con la docencia en una academia. En el colegio tiene –como todos sus compañeros, remarca– un contrato fijo discontinuo. Cada verano la despiden en julio –tiene que apuntarse al paro– y la vuelven a contratar en septiembre.
“Lo primero es que durante dos meses al año pierdo un 30% del salario [en el paro se cobra un 70% de la base reguladora de cada persona, hasta un máximo]. Además, el SEPE paga ya bien entrado septiembre”, por lo que hay que tirar de (y tener) ahorros, continúa. También tiene otras implicaciones en su vida, no tan habituales pero igual de reales. “Me estoy mudando y cuando presenté los papeles para el piso aparecía como parada”, relata, lo cual, aunque no es su caso, podría haber tenido consecuencias. “También me han denegado la tarjeta sanitaria europea 'dada mi situación'”, añade.
Aun así, continúa Eva, la reforma laboral de 2021 ha mejorado su situación. Ser fija discontinua le da una cierta tranquilidad, la de que en septiembre la llamarán otra vez para dar clase, cuenta. Y lo ha notado sobre todo en su otro empleo, donde ha cambiado su antiguo contrato temporal por un fijo discontinuo, que le da “más estabilidad, el otro era un desastre”.
Ahora llega septiembre y la mayoría de los despedidos en verano recuperarán un puesto de trabajo. También lo dice la estadística, cada otoño se crean en el sector más puestos de los que se destruyeron en julio y agosto. Eva cuenta que aunque está “contenta” en el colegio, su situación laboral es tema recurrente de conversación con sus compañeros, que observan con una cierta envidia cómo los profesores en la escuela concertada tienen todos sus derechos y vacaciones pagadas. Algún día, espera, su colegio pedirá el concierto y les tocará también a ellos.
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