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De los 'electroshock' de Franco a las terapias del obispo Reig Pla: décadas de homofobia para 'curar' la homosexualidad

Asistentes a la primera manifestación del Orgullo permitida en España, en las Ramblas de Barcelona el 27 de junio de 1977

Marta Borraz

El obispado de Alcalá, en manos de Juan Antonio Reig Plá, organiza talleres para 'curar' la homosexualidad dirigidos a adultos y a menores. Son pseudoterapias clandestinas prohibidas por la ley contra la LGTBIfobia de la Comunidad de Madrid y herederas de la concepción médica patologizante de la homosexualidad que empezó a divulgarse a finales del siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Entre sus aplicaciones prácticas, descargas eléctricas, lobotomías, electroshock, tratamientos psiquiátricos... Muchas de estas técnicas fueron frecuentemente usadas en la dictadura franquista en España y en la Alemania nazi. La lista es larga y se une a la trayectoria de represión sufrida por gays, lesbianas y bisexuales históricamente.

El origen del tipo de cursos que organiza el obispado se sitúa en la década de los 80 del siglo XIX, cuando la palabra “homosexualidad” surge en el contexto científico de la época. La clave la aporta el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing, que en su obra Psicopatía Sexual incluyó la orientación sexual no heterosexual en su lista de “perversiones” y “enfermedades” sexuales. La homosexualidad “se construyó entonces como una enfermedad, un comportamiento desviado que requería cura, que se podía (y debía) reconducir a la normalidad”, apunta la profesora de Sociología de la Universidad de Castilla- La Mancha y activista Gracia Trujillo.

En el ámbito europeo comenzaron entonces a sucederse las investigaciones sobre el tema, en principio de tono teórico, pero sujetas a la evolución de la medicina, que pronto comenzó a desarrollar aplicaciones prácticas, explica Ramón Martínez, historiador especializado en el colectivo LGTBI y escritor. Estas ideas culminaron en la inclusión de la homosexualidad en los principales manuales de enfermedades. El objetivo subyacente de las técnicas era modificar la orientación sexual de la persona para seguir la norma heterosexual y bajo el prisma de que se debía a algún tipo de trauma. La actualización de estas ideas no parecen estar muy lejos de las tesis divulgadas por el obispado de Alcalá, que aunque rechaza denominarlas como terapias “reversivas”, emplea el mismo modus operandi

La represión franquista

Estas prácticas tuvieron un gran apogeo en la época franquista en España. El régimen de Franco no incluyó la homosexualidad en la legislación hasta mediados de los años 50, cuando concretamente en 1954 reformó la Ley de Vagos y Maleantes para incluir a los homosexuales, que podían ser condenados a ser internados “en instituciones especiales” y “en absoluta separación de los demás”. La Segunda República había despenalizado la homosexualidad, anteriormente perseguida por la dictadura de Primo de Rivera, pero no quiere decir que en la práctica hubiera aperturismo a la diversidad afectivo sexual. 

Posteriormente, en 1970, entró en vigor la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que inauguró en la normativa española el enfoque de la reparación, conversión y curación de la homosexualidad.

“La aplicación en forma sistemática de la tortura y tratos crueles, inhumanos y degradantes contra homosexuales y transexuales constituyó una pauta de la represión homofóbica” de la época, resume Amnistía Internacional en su informe España: poner fin al silencio y la injusticia, publicado en 2005 para hacer frente a la deuda pendiente con las víctimas del franquismo. Con la ley de 1970, que sobrevivió al franquismo y no fue derogada completamente hasta 1995 –en el 79 se eliminó lo referente a la homosexualidad– se crearon los penales de Badajoz y Huelva para “rehabilitar” a los homosexuales, donde permanecían entre tres meses y cuatro años. También fueron confinados en Carabanchel (Madrid) y en Barcelona.

“Bajo la idea de 'curar' la homosexualidad eran sometidos a 'tratamientos' mediante terapias aversivas como la aplicación de descargas eléctricas ante estímulos homosexuales, cesando ante estímulos heterosexuales”, explica Amnistía Internacional en su estudio, que también asume que posteriormente eran desterrados de sus lugares de origen “a fin de quebrar los lazos con sus familias y amistades”. En esta época, fueron famosos dos psiquiatras, Juan José López Ibor y Antonio Vallejo-Nájera que, amparados por las leyes franquistas, “investigaron y aplicaron técnicas terribles para 'curar' la homosexualidad dejando a la gente echa polvo”, nombra Martínez.

A las lesbianas no se las incluyó en la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social explícitamente, pero eso no significa que no fueran reprimidas. Trujillo apunta a que “los legisladores ni siquiera las consideraron porque la idea de que dos mujeres (o más) pudieran tener una sexualidad autónoma y placentera era, literalmente, impensable”, pero también sufrieron persecución. “A las lesbianas las denunciaban las familias o gente conocida, las repudiaban, y muchas acabaron en hospitales psiquiátricos, donde se les aplicaron los sistemas de supuesta 'curación' como electroshocks. Internarlas en manicomios era otra forma de encarcelarlas, de privarles de libertad”, señala la socióloga.

Entre tanta represión, el activismo y la defensa de los derechos LGTBI se fue haciendo cada vez más fuerte y presente. En España, tras la muerte del dictador y a pocos días de las elecciones democráticas, el colectivo salía por primera vez a la calle en una manifestación histórica en las Ramblas de Barcelona. Ocho años antes, una revuelta contra las redadas homófobas que la Policía neoyorkina solía hacer en el bar Stonewall Inn de la ciudad inauguraba el activismo LGTBI tal y como lo conocemos. La pelea por la visibilidad y contra la homofobia y el paso de los años acabaron por desterrar de los manuales de psiquiatría la homosexualidad.

Prácticas 'contra naturam'

Ahora el consenso científico se opone al tipo de técnicas que celebra el obispado de Alcalá y la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por sus siglas en inglés) declaró en 2009 su oposición a que profesionales de la psicología o psiquiatría hagan creer a sus pacientes que pueden cambiar su orientación sexual. Es más, asumió que hacerlo no era inocuo para ellos y podía derivar en problemas de ansiedad, depresión y suicidio. Junto a ello, unos años antes, en 1990, la Organización Mundial de la Salud excluyó la homosexualidad de su lista de enfermedades y en 1973 hizo lo propio con su manual de trastornos mentales la Asociación Americana de Psiquiatría. 

No quiere decir que antes del estudio de la homosexualidad en el contexto científico no existiera represión, pero su existencia estaba muy marcada por el contexto judeocristiano, que lo consideraba “un pecado”. Martínez explica que “entonces eran prácticas que se consideraban válidas o inválidas y no había identidades”. “Lo único permitido era la práctica heterosexual encaminada a la reproducción y sin placer. El resto era considerado sodomía”.

La principal diferencia era que la homosexualidad no se consideraba algo que pudiera corregirse ni “repararse” porque ni siquiera estaba categorizada de tal manera, sino que eran consideradas prácticas anti natura y contrarias a lo divino. “En la época de la Inquisición, por ejemplo, los principales castigos eran la condena a la hoguera o a las galeras a remar”, prosigue el historiador, que hace hincapié en que “el argumento” no era pseudocientífico sino religioso: el Levítico (libro del Antiguo Testamento) condena explícitamente la homosexualidad masculina en sus capítulos 18 y 20, calificándola de “acto infame”.

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