“Vomitaba 30 veces al día”. “No podía moverme de la cama”. “Perdí 20 kilos y estuve vomitando hasta el parto”. Aunque una mayoría de mujeres embarazadas sufren náuseas y vómitos al principio del embarazo, hasta en un 2% de los casos esta situación se complica y da lugar a una condición grave conocida como hiperémesis gravídica. Esta enfermedad, que puede interrumpir la gestación y poner en peligro la salud de la madre, ha permanecido años sin estudiar porque no se le daba suficiente importancia.
Esto es lo que le ocurrió a la investigadora Marlena Fejzo cuando en 1999 se quedó embarazada de su segundo hijo y los médicos le dijeron que el origen de aquel malestar estaba en su cabeza. “No podía beber ni comer nada sin vomitar, ni siquiera moverme”, relata a elDiario.es. “El médico me dijo primero que estaba buscando la atención de mi marido, después que estaba buscando la atención de mis padres”. Un estigma al que se siguen enfrentando miles de mujeres que vomitan sin cesar hasta el mismo día del parto y a las que a menudo se toma por exageradas.
En el caso de Fejzo, la pérdida de su hijo le llevó a iniciar una carrera para comprender mejor los mecanismos que hay detrás de este problema. Veinte años de investigación que culminan este miércoles con la publicación de un trabajo en la revista Nature en la que ella y su equipo describen con detalle cómo se produce este cuadro clínico y abren una nueva vía terapéutica para evitarlo. “Hemos visto que lo que está pasando es lo contrario de lo que pensábamos: las mujeres que desarrollan hiperémesis tienen un nivel más bajo de la hormona que provoca las náuseas antes del embarazo y eso las hace hipersensibles del subidón que tiene todo el mundo al principio”, resume. “Y lo más emocionante es que hemos demostrado que potencialmente las mujeres podrían ser desensibilizadas frente al efecto de esta hormona antes del embarazo, aunque aún se necesitan más experimentos”.
La hormona agazapada
En trabajos anteriores Fejzo y su equipo ya habían identificado la hormona GDF15 como responsable de las náuseas y vómitos, pero no entendían bien cómo actuaba. En un análisis del genoma de más de 53.000 mujeres realizado en 2018, identificaron un vínculo entre el gen que codifica esta hormona y los problemas durante el embarazo. Las pruebas apuntaban entonces a que la hormona actuaba en una parte del tronco encefálico que controla los vómitos, y su sobreproducción ya se había relacionado con náuseas crónicas y pérdida de peso en personas con cáncer.
Estos resultados invitaban a pensar que un nivel elevado de esta hormona en sangre era un indicador de las náuseas durante el embarazo, pero el nuevo trabajo indica que la clave está en la exposición previa a la molécula: son los niveles más bajos de GDF15 antes del embarazo los que se asocian con un mayor riesgo de desarrollar náuseas después, desde el grado leve hasta la hiperémesis. La causa, concluyen los autores, es que el nivel bajo de la hormona hace que estas mujeres sean más sensibles a su aumento durante el embarazo y, por lo tanto, más susceptibles de sufrir la enfermedad que desencadena.
Del bebé a la madre
Para comprender mejor el aumento de los niveles de esta hormona, los autores también desarrollaron un método basado en espectrometría de masas para distinguir qué cantidad de GDF15 en la sangre de la madre era de origen materno y qué proporción era fetal. Y descubrieron que la mayor parte de la GDF15 circulante durante el embarazo procedía del feto. “El bebé que crece en el útero produce una hormona a niveles a los que la madre no está acostumbrada, explica Stephen O'Rahilly, investigador de la Universidad de Cambridge y autor principal del estudio. Y cuanto más sensible sea la madre a esta hormona, más enferma se pondrá. ”Saber esto nos da una pista de cómo podemos evitar que suceda“, concluye.
El bebé produce una hormona a niveles a los que la madre no está acostumbrada. Y cuanto más sensible sea, más enferma se pondrá
Sin embargo, los autores han observado que la prevalencia de este cuadro grave es menor si el feto tiene la misma variante genética que la madre, lo que sugiere que el riesgo es menor cuando el feto está genéticamente predispuesto a producir menos GDF15. “Demostramos que, incluso aunque tengas esta mutación que incrementa el riesgo de sufrir hiperémesis hasta diez veces, puede pasar que no lo tengas, dependiendo de si lo expresa el bebé o no”, explica la doctora Fejzo. “Es una combinación en la que parece que el factor predominante son los genes de la madre, pero los del feto pueden influir, lo que explica por qué no se sufre en todos los embarazos, porque los genes del feto varían de uno a otro, aunque tengas esta predisposición genética”.
Una vía para el tratamiento
Partiendo de estos datos, los autores realizaron una serie de pruebas en ratones. Debido a que estos roedores no vomitan, tomaron la supresión del apetito como medida indirecta de las náuseas y comprobaron que aquellos animales que habían sido tratados con una hormona GDF15 antes de la gestación tenían menos probabilidades de mostrar un apetito suprimido cuando se les administraba una dosis alta de la hormona (simulando lo que se produce en las embarazadas más susceptibles). Esto les lleva a concluir que una exposición previa a esta hormona podría usarse —previo ensayo en humanos— para desarrollar tratamientos y medidas preventivas, antes de quedar embarazadas, en personas susceptibles de sufrir la enfermedad.
Comprender cómo sucede es un gran hito, pero definitivamente no es el final de la carrera. Necesitamos desarrollar medicamentos y comprobar que funcionan
“Comprender cómo sucede es un gran hito, pero definitivamente no es el final de la carrera”, admite la doctora Fejzo. “Necesitamos desarrollar medicamentos y comprobar que funcionan”. En su diana está ahora la posibilidad de atajar el problema antes del embarazo y durante la propia gestación, lo que curiosamente requiere dos aproximaciones contrarias: en el primer caso buscarán aumentar el nivel de la hormona en las mujeres y en el segundo atenuarlo. En el segundo escenario, Fejzo y su equipo están buscando financiación para probar medicamentos que se usan con otras indicaciones y que se han mostrado seguros en el embarazo, como la metformina, para reducir el nivel de la hormona y prevenir los cuadros extremos de vómitos y náuseas. “Pero necesitamos hacerlo muy despacio y con cuidado”, insiste. “Primero tenemos que probarlo en personas que tienen un historial con hiperémesis y tienen alto riesgo de tenerlo otra vez, pues el riesgo de recurrencia es de alrededor del 80%”.
Luchar contra el estigma
Mercedes Herrero, ginecóloga del grupo HM Hospitales, considera que se trata de un trabajo muy interesante que abre posibles vías terapéuticas. “Esta molécula actúa en el centro del vómito, que lo tenemos en la parte más arcaica del cerebro, donde están los reflejos involuntarios”, explica. “Lo importante es que apuntan a que la exposición previa a esta sustancia haría una especie de desensibilización, de modo que si te acostumbras a esta molécula serás menos sensible y vomitarás menos”.
A su juicio, en la falta de tratamientos para este problema han pesado tanto el machismo imperante como la mala experiencia vivida con el caso de la Talidomida, un fármaco que se lanzó precisamente contra las náuseas y produjo miles de casos de malformaciones congénitas. Por eso cree que la aproximación más prometedora es el tratamiento preventivo. “Desde un punto de vista terapéutico lo veo más fácil, porque hacer ensayos con embarazadas es más complicado, ya que la seguridad es fundamental”, apunta. Sobre el estigma social, cree que la situación ha mejorado mucho respecto al pasado. “Yo he visto a médicos mandar a mujeres ‘con el barreño y a vomitar a casa’ o decirles que no se preocuparan, que solo iba a durar nueve meses”, recuerda. “Y hay un problema de falta de reconocimiento social, a estas mujeres que empiezan a vomitar desde la primera semana de embarazo las miran mal por cogerse la baja”.
Yo he visto a médicos mandar a mujeres ‘con el barreño y a vomitar a casa’ o decirles que no se preocuparan, que solo iba a durar nueve meses
“El principal valor del estudio que nos dice es que hay una causa orgánica para los vómitos del embarazo”, opina Itziar García, ginecóloga del Servicio de Obstetricia e investigadora del grupo de Medicina Materna y Fetal del hospital Vall d’Hebron. “Es decir, que no es ansiedad, ni miedos, ni una situación psicológica de la mujer, sino que hay una causa orgánica y una justificación hormonal: no es que la mujer se lo esté inventando”. En su opinión, el trabajo abre las posibilidades a un tratamiento más específico que inhiba los vómitos mejor que los tratamientos sintomáticos que ya se aplican. “Hay que quitar el estigma de esta enfermedad, y recalcar que no es por ansiedad: si acaso la ansiedad la puede desarrollar la paciente después, pero las causas son orgánicas”.
Para Gemma Marfany, catedrática de Genética de la Universidad de Barcelona (UB), esta investigación abre la puerta a identificar genéticamente a las madres que potencialmente pueden tener este problema de exceso de vómitos durante la gestación, y diseñar estrategias de desensibilización a la hormona, previas al embarazo. “Todos somos conscientes de la potencial incompatbilidad del factor Rh sanguíneo entre madre y feto”, recuerda. “Este sería un ejemplo parecido de interacción genética entre madre y feto”.
“Vomité 12 veces el día del parto”
Cristina Pampín, periodista de RTVE, sufrió un cuadro grave de hiperémesis durante su primer embarazo, hace apenas unos meses, y se sorprendió de la respuesta tras hacerlo público en medios y redes sociales. “Muchas mujeres se pusieron en contacto conmigo y me decían que les habían hecho creer que la culpa era suya o que exageraban, y se sentían incomprendidas”, explica. En su caso, nunca tuvo esta sensación de señalamiento, pero tardaron hasta tres meses en descubrirle la causa de los constantes vómitos. En octubre de 2022, tras sufrir un desmayo en Barcelona, le ingresaron en el hospital y le hablaron por primera vez de la hiperémesis gravídica. “Todo el mundo me había dicho antes que era lo normal, que ya se pasaría —recuerda— pero yo estuve vomitando hasta el día del parto, ese día vomité doce veces”.
Todo el mundo me decía que era lo normal, que luego ya se pasaría, pero yo estuve vomitando hasta el día del parto, ese día vomité doce veces
Hacia el final del embarazo, a Pampín le diagnosticaron también preclampsia, con lo que llegó a perder hasta 12 kilos. “Yo pensaba que me moría”, asegura. Por fortuna, su hija nació sana y ahora considera una gran noticia que se descubran las causas de este problema y se intenten atajar. “Me parece muy importante que se investigue, porque es algo que te condiciona tu vida, te hace pensar que tú no vas a saber afrontar esto, te planteas incluso abandonar”, dice. Al mismo tiempo, considera esencial que se conozca este asunto y se luche contra los prejuicios. “Al final te sientes débil, te preguntas por qué otras mujeres son capaces de estar trabajando hasta la semana 35 y tú no; te sientes menos mujer”.
Charlotte Howden llegó a vomitar hasta 30 veces al día durante su embarazo en 2016 y sufrió el menosprecio de su entorno y de los médicos, lo que le llevó a comprometerse con la causa y recoger esta batalla en un documental y a fundar una asociación de ayuda a las embarazadas en el Reino Unido con más de 600 voluntarios que les ofrecen consejo por vía telefónica. “Cuando sufres una enfermedad y nadie te puede decir por qué, empiezas a pensar: ¿soy yo? ¿Es algo que he hecho?”, asegura. A ella también le ofrecieron jengibre y le dijeron que intentara comer menos. “Hay una especie de comportamiento desdeñoso a tu alrededor que viene a decir: oh, por el amor de Dios, solo acabas de tener náuseas matutinas, cálmate”, subraya. “Estoy muy agradecida por la dedicación de los investigadores, porque esta no es una condición que realmente haya aparecido en los titulares. No era un área de investigación que realmente interesara a la gente”.
A pesar de que cada vez hay más conciencia, concluye Marlena Fejzo, definitivamente, y por desgracia, los casos de menosprecio a esta enfermedad siguen siendo una realidad. “Tenemos un vídeo reciente de una profesora en una universidad diciendo a los estudiantes que cuando pasa esto es porque pasa algo en casa o la paciente no quiere ponerse mejor”, asegura. “Eso es lo que le está diciendo a una nueva generación de nuevos médicos, así que esto se sigue perpetuando: sigue sucediendo en Estados Unidos y el resto del mundo que las pacientes son ignoradas y maltratadas”. Y eso es algo que la publicación de estos resultados debe empezar a cambiar.