Una maleta y un vuelo barato. Dejar un hogar, una familia o una pareja para abrir una nueva puerta. Partir es perder buscando ganar. Es marcharse para encontrar la oportunidad que en España no llega, para mejorar las expectativas profesionales o para aprender un nuevo idioma. 'Mi hijo se fue a Berlín', 'Uno de nuestros amigos se ha ido a Londres' son frases cotidianas. Detrás de casi todas las familias o grupos de amigos hay un caso.
Según el INE, el número de españoles emigrantes de entre 20 y 29 años ha aumentado en un 40,9% desde 2008. Una crecida similar, del 41,4%, se ha producido en las edades comprendidas entre 30 y 34 años. Son chicos y chicas que se marchan de un país cuya tasa de paro juvenil es del 56,14%.
Billete de ida: destino Reino Unido
Uno de estos números responde al nombre de Rodrigo Martín, enfermero de 22 años que dejó Madrid hace apenas dos meses porque “le obligaron” a irse. Eligió Reino Unido, con una tasa de paro juvenil de alrededor del 21% en 2012, como otros tantos compañeros de profesión. El número de ciudadanos españoles residentes en el Reino Unido ha crecido un 17% con respecto a 2009, según el Padrón de Españoles Residentes en el Extranjero.
“En España, hoy es imposible encontrar una oportunidad para desarrollarme en lo mío. Los recortes y la privatización están haciendo muchísimo daño al sector sanitario”, cuenta con tristeza. La experiencia como requisito fundamental para la contratación es uno de los escollos que encuentran los jóvenes que acceden por primera vez al mercado laboral. “En todos los puestos, me pedían una experiencia mínima de seis meses. Si no tienes experiencia, no trabajas; y si no trabajas, no tienes experiencia. Como una pescadilla que se muerde la cola”. El verano pasado, Rodrigo trabajó durante unos meses en un centro de salud. Después solo le volvieron a llamar para días sueltos y “seguir con las suplencias no era una opción viable a largo plazo”.
Tomar la decisión de dejar una vida en el lugar de origen para empezar de cero en otro país es siempre difícil y, en la mayoría de los casos, muy doloroso. Tal y como explica el psiquiatra Joseba Achotegui, “existen siete duelos”, siete razones para el sufrimiento en la migración: “la familia y los seres queridos, la lengua, la cultura, la tierra, el estatus social, el contacto con el grupo de pertenencia y los riesgos para la integridad física”, enumera. Unos duelos que todos tienen que elaborar, en mayor o menor medida, en todos los procesos migratorios. Aunque, como apunta Achotegui, “no es lo mismo vivirlos en buenas condiciones que en situaciones extremas”.
Sandra Barroso tiene 24 años y emigró a Londres en octubre de 2012. Hasta cinco meses después de aterrizar en su nueva ciudad, no consiguió quitar de su mente el “¿y qué pinto yo aquí?”. “No terminaba de encontrar mi lugar y me provocaba mucho sufrimiento el hecho de estar sola”. En Madrid, donde nació y vivió hasta el año pasado, “siempre estaba rodeada de gente”. Su marcha fue bastante improvisada y, por eso, pasó las primeras tres semanas en casa de una amiga hasta encontrar una habitación de alquiler y un empleo. Unos días después de mudarse a una casa compartida recibió la primera oferta de trabajo como cocinera en un restaurante de comida rápida mexicana. “No estaba familiarizada con esos platos y mi jefe era un impresentable. Se limitó a decirme que mirara recetas en internet y me apañara”, recuerda Sandra. No le hicieron contrato y tampoco le pagaron una libra en el mes y medio que estuvo allí. Entonces, el “aguanta” que se había dicho a sí misma cada mañana desde que llegó a Londres se desvaneció. Esta ciudad resultó no ser la tierra prometida que había soñado. “Si no hubiera sido por mi madre, no podría haberme mantenido aquí. Ella me ayudó mucho económicamente hasta que encontré otro trabajo”.
Ahora, superado este trance, Sandra dice estar “encantada” con su nuevo empleo en una cafetería Starbucks del centro de Londres. Un trabajo por el que cobra “algo más que el salario mínimo” y que le permite pagar el alquiler de 425 libras mensuales y el transporte. “El resto, algo más de 200 libras, es lo que me queda para vivir”, explica.
Su optimismo actual parece haber borrado por completo la huella de los complicados primeros meses. Salir de España fue una decisión que Sandra tomó motivada por el deseo de romper con su vida en Madrid en un momento en el que “necesitaba algo más”. Vivía en casa de su madre con todas las comodidades y ocupaba el quinto puesto en la lista de interinos de Castilla y León. Mientras llegaba su turno para empezar a ejercer como maestra de música, daba clases particulares y trabajaba en un centro como profesora de extraescolares.
Volar del nido ha sido para ella “el comienzo de un aprendizaje profundo” que le ha enseñado a ser “mucho más fuerte y paciente”. Un punto de inflexión que aún no ha alcanzado Rodrigo, todavía descolocado en su nueva ciudad: Southampton. “Esto es como una montaña rusa, tan pronto estoy en la cima como en lo más bajo”. Al contrario que Sandra, este enfermero madrileño está desarrollando una tarea relacionada con su formación. En noviembre del año pasado, localizó una oferta en la página del Colegio Oficial de Enfermería de Madrid (CODEM) y, después de varias preselecciones, ahora trabaja en el hospital de la ciudad en la que reside con un horario variable y un salario de 1400 libras mensuales.
Trabajos no cualificados
La situación de Rodrigo, sin embargo, es poco común en Reino Unido, donde la mayoría de los españoles desempeñan trabajos para los cuales están sobrecualificados. “Conozco a muchos que acceden a estos empleos para ir aguantando mientras buscan un trabajo acorde a su formación”, explica este enfermero. Más positiva se muestra Sandra, que está trabajando “en lo que sea” mientras mejora su nivel de inglés y puede aspirar a algo mejor. “Creo que aceptar estas ofertas te permite abrir la mente y darte cuenta de que todos podemos alguna vez en la vida trabajar en algo en lo que jamás nos imaginaríamos”, dice.
Por el momento, el retorno a España no se encuentra entre los planes de ninguno de los dos. Sandra, plenamente adaptada y feliz con su nueva vida, reconoce que incluso se le ha pasado por la cabeza: “y después de Londres, ¿dónde?”. Rodrigo no es tan entusiasta, aunque cuenta con la tranquilidad de un contrato de al menos un año que le atará a Southampton por un tiempo.“Si veo que aquí no termino de encontrar mi lugar y en España la cosa no ha mejorado, en unos años probaré suerte en otros destinos en los que demanden enfermeros con experiencia”.