Los emigrados españoles empiezan a volver (y no está siendo fácil)

Una maleta también es un trozo de tierra. Un objeto cotidiano donde guardar un jersey, un abrigo, unas botas, y que simboliza una patria en transición. El equipaje recuerda a quien se marcha que sus cosas no están en el mismo lugar en el que siempre estuvieron.

En 2010, decenas de miles de personas empaquetaron sus cosas y se fueron al extranjero. Ese año, la emigración española a otros países de la Unión Europea empezó a crecer a un ritmo más intenso que la de otros países del sur del continente que también vivían una crisis en auge, como apuntaba el informe elaborado por la socióloga Amparo González (La nueva emigración española. Lo que sabemos y lo que no). Solo dos años después, en 2012, España pasaba de ocupar el puesto número 14 de emisor de emigrantes laborales al Reino Unido al segundo puesto (únicamente por detrás de Polonia).

La crisis devoró las expectativas de una generación. De los que se fueron y de los que se quedaron.

En 2018, por primera vez desde hace casi una década, España registra el primer saldo migratorio positivo de españoles. Es decir, que en los últimos seis meses de 2017 (hasta donde se tienen datos), volvieron más de los que se fueron. Como apuntaba el INE, la última vez que se registró un saldo positivo fue en 2008.

Desde mediados de 2017, según las cifras, han vuelto casi el triple de emigrados respecto a los años anteriores de la crisis (cuando comenzamos a exportar jóvenes). En total, 45.000 españoles retornados.

A la hora de hablar de cifras del fenómeno migratorio español durante la crisis, siempre hay que tener en cuenta que los datos son inexactos porque no hay mecanismos suficientes para medir de forma cuantitativa cuánta gente se va realmente. Por tanto, tampoco se puede saber cuánta gente vuelve. Esto se debe a que muchos emigrados no se registran en las embajadas o consulados del país al que se marchan. Las cifras oficiales siempre están por debajo de las reales, un limbo que propicia que, a efectos prácticos, miles de personas ni han emigrado ni han retornado porque para la Administración nunca se fueron.

Sin embargo, la tendencia empieza a cambiar. Belén, Ana, David y Laura cuentan su experiencia sobre volver (o sobre la intención de hacerlo próximamente). ¿Qué esperan del país del que se marcharon?

Ana González, de 28 años, es una de las emigradas que regresó a finales de 2017. Después de “un verano horrible en Belfast”, comenzó a hacer entrevistas por teléfono y por Skype: “No me iba a volver a España sin un trabajo. Me daba miedo dejar el que tenía [desarrolladora de software en Liberty IT] para incorporarme a un mercado laboral que en 2013 me había decepcionado mucho”. Emigró a principios de 2014 de su ciudad natal, Salamanca, a Dublín. Lo hizo tras graduarse en Informática Técnica, cursar algunas becas y trabajar en una start-up de la que fue despedida a los cuatro meses. Al poco de llegar encontró trabajo como desarrolladora en Bank of America. Estuvo dos años y de ahí dio el salto a Belfast, donde estuvo otros dos.

“Me fui con un poco de rabia y desencantada de España. Tenía ticket de ida pero no de vuelta. Después de aquel verano y viendo que mis padres se hacían mayores... decidí que quería volver”, explica. Además de enviar su currículum y hacer entrevistas, Ana contactó con Volvemos.org, una plataforma que promueve el retorno de los emigrados a través de empresas privadas y administraciones públicas. “Gracias a ellos di con la empresa en la que trabajo ahora, Gofore, una compañía finlandesa con sede en España”. Durante tres meses, dice, rechazó varios puestos porque no cumplían ciertas condiciones salariales y de horarios. “Si tienes contactos en este ámbito, enseguida ves que lo que muchas veces te venden no es del todo cierto”.

Reconoce que no le apetecía regresar “a cualquier precio”, pero no solo por una cuestión de expectativas vitales y personales, sino “porque no sería justo para la gente que se ha tenido que quedar”. “Si yo vuelvo y decido bajarme los pantalones, por así decirlo, perjudico a esas personas. Si eres un poco más exigente, las empresas al final tendrán que ofrecerte más, y eso puede beneficiar a gente aquí que por la situación en la que están no pueden pelear mejor condiciones. Si puedes exigir más, debes hacerlo”, añade.

Este es uno de los beneficios que Raúl Gil, uno de los fundadores de Volvemos, cree que podría tener el retorno: “Estos perfiles vuelven con unas exigencias que harán posible que haya cambios. Los que están aquí se han visto obligados a acostumbrarse a ciertas condiciones laborales, pero los retornados pueden ser una punta de lanza que haga cambiar el modelo laboral”. Este modelo, según Gil, “está obsoleto”: “Presencialismos absurdos, excesiva jerarquización, poca posibilidad de conciliación...”. Y pone de ejemplo a su compañero Diego, otro de los fundadores de la plataforma: “Él en Berlín tuvo 14 meses de baja por paternidad para cuidar de sus dos hijos”.

No quieren volver a la casilla de salida

Uno de los lemas más repetidos durante años fue el de que España expulsaba talento, y ese talento se asociaba al de joven licenciado. Sin embargo, Raúl Gil defiende que “talento es todo”: “Cuando hablamos de este término nos referimos a adquirir unas competencias y capacidades por haber estado fuera, no es un tema de más o menos cualificación. Talento no es tener tres carreras y dos másteres, sino adaptarse a metodologías de trabajo diferentes o a superar las barreras que supone emigrar”.

Además, los perfiles más cualificados no son los únicos que han aumentado su nivel de exigencia. En palabras de Gil: “Los emigrados no quieren volver a la casilla de salida”. Belén Navarro, de 27 años y procedente de Albacete, es ejemplo de ello.

Se formó como azafata de vuelo y después como auxiliar de veterinaria. “No encontraba trabajo de nada. De azafata ni lo intentaba porque mi inglés era muy básico, y de lo otro... imposible. Pero es que tampoco encontraba en hostelería o en una tienda. Que no soy nada delicada para el trabajo, yo iba a lo que saliese”. En 2015 se marchó a Londres y hasta hace dos semanas estuvo trabajando en un restaurante de la capital inglesa. “Irme me ha hecho darme cuenta de que lo que quiero es trabajar con animales. Lo tengo clarísimo. Sé que al principio tendré que aceptar trabajos de otro tipo pero, por ejemplo, que no voy a coger nada en hostelería. No por nada, sino porque en España te explotan, trabajas un montón de horas, muchas te las pagan en negro… Aunque sepa que tengo que adaptarme, hay unos mínimos a los que no voy a renunciar”.

Belén regresó, en parte, por la situación política. “Veo otro clima, siento que mucha gente de mi entorno empieza a encontrar trabajo, y también que la gente está más animada en los últimos meses”. Su retorno ha sido impulsado en parte gracias a un programa del gobierno de Castilla-La Mancha: “Te asignan a un mediador o mediadora, y te ayudan a mejorar el currículum, a prepararte entrevistas, a buscar trabajos que se adapten a ti, te ofrecen una ayuda económica (el avión de vuelta, la mudanza) y también se la dan a la persona o empresa que te contrate”.

Este tipo de iniciativas, aunque son todavía minoritarias y no del todo efectivas a la hora de encontrar trabajo a quienes retornan, sí que reducen la brecha entre la migración clásica y la nueva migración: “Muchos emigrantes nos manifiestan sus dificultades que la administración española les ayude a resolver sus dudas legales y administrativas (documentación para el retorno, ayudas, convalidación de títulos, acceso a vivienda, guarderías públicas...). El sistema español está pensado para la emigración clásica (que piensa más en pensiones, por ejemplo) y todavía no se ha adaptado”, explica Raúl Gil.

En la plataforma de Volvemos han realizado varias encuestas para analizar cuáles son las prioridades y necesidades de los emigrados. La última fue contestada por 1.900 emigrados que están pensando en regresar. El salario no aparece entre las tres primeras porque “saben que es una de las condiciones buenas que tienen en el extranjero pero a la que aquí tendrán que renunciar”, apunta Raúl Gil. Sin embargo, entre sus preocupaciones están las de volver al mismo lugar en el que estaban al irse -en términos laborales- y no compaginar trabajo y familia como desearían. Es decir, los emigrados están dispuestos a cobrar menos al mes si a cambio tienen un empleo de su ámbito y en el que se sientan realizados y puedan conciliar.  

“Quiero el trabajo que tengo aquí pero en España”

“Tengo 33 años, casi 34”, dice Laura, como si estuviese en el tiempo de descuento. Su chico David y ella ya eran doctorados en Psicología cuando se fueron al norte de Inglaterra, en agosto de 2015. Ambos han pedido usar nombres falsos porque temen que su testimonio les perjudique en el ámbito académico español.

“Me fui porque las condiciones en las que estaba trabajando eran bastante precarias: estaba de falsa autónoma en una universidad, echando muchísimas horas, con mi propio ordenador... Y me prometían cosas que no llegaban nunca. Así que me cansé. Eché el currículum por un montón de universidades de España y nada, ni siquiera un e-mail de respuesta”, cuenta Laura.

Decidió extender la búsqueda al Reino Unido, donde había cursado una beca Eramus y una estancia durante el doctorado. Consiguió una plaza en una universidad del norte de Inglaterra: “Al principio era un puesto que tampoco me iba mucho, pero un año después ya estaba dando clase, que era lo que yo quería”.

El periplo de David, de 31, fue similar: precariedad como investigador en España hasta que logró también una plaza en Inglaterra. “Tanto Laura como yo tenemos un contrato permanente, un buen salario, hacemos algo que nos gusta... Es el equivalente a un profesor titular en España, algo que allí nos costaría años y años conseguir”. “Queremos el trabajo que tenemos aquí pero en España”, añade.

Ambos quieren volver, porque emigrar era “solo una inversión”: “Coger experiencia, hacer currículum y regresar. Pero nos estamos dando cuenta de que no es viable”. Para hacerlo tendrían que hacer renuncias: “Es casi una conversación diaria que tenemos”, dice él. “Si volvemos tendremos peor salarios y peores condiciones de trabajo. Y eso puede influir a nivel personal. Queremos poder comer y tener la garantía o cierta seguridad de que a los seis meses o al año no nos vamos a quedar sin trabajo”, reconoce Laura.

En su caso, el Brexit ha sido un empujón para querer regresar: “Son varios factores, pero pesa saber que un alto porcentaje de la población de aquí no te quiere. Hay gente que preferiría que los profesores fueran británicos, y eso incluye a parte del alumnado al que le damos clase nosotros”. David lanza un mensaje conciliador hacia España: “Tenemos la esperanza de que al haber un nuevo Ministerio de Ciencia y Universidades, este tema se gestione mejor. En nuestro caso no es un motivo definitivo como para volver, pero sí nos da esperanzas”.