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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

La salud de los bosques españoles empeora, y ya tienen más de un 25% de sus árboles dañados

Los bosques españoles tuvieron un mal año en 2019 tras el alivio que vivieron el curso anterior. Su salud empeoró, de manera que más del 25% de los árboles estaban dañados, según el último Inventario de Daños Forestales del Ministerio de Agricultura. Es el segundo peor dato de toda la serie histórica, que arrancó en 1991.

“Los bosques se ven amenazados por los inciertos escenarios climáticos futuros, por lo que el seguimiento del estado de nuestros montes es ahora, si cabe, más necesario que nunca”. Este es el vaticinio y la advertencia que se ha incorporado en el más reciente análisis de las masas boscosas españolas llevado a cabo por el Gobierno. Fruto de ese seguimiento, los técnicos han detectado que el año pasado se produjo “un aumento elevado de daños” en los árboles por causas “abióticas”, mayoritariamente la sequía, así como los “provocados por los insectos”. Les ha ido mal en todos los frentes.

El daño en los bosques se mide por la defoliación de las copas de los árboles: la caída prematura de las hojas. Cuánto más desnudo aparece el árbol, peor salud. Se considera que el mal estado significativo comienza cuando esa defoliación supera el 25% de la copa. En 2019, los árboles con aspecto preocupante y los que habían muerto llegaron al 26,8%. Supone un empeoramiento de cuatro puntos respecto al año anterior y se queda muy cerca del peor curso, el de 2017, que registró un 27,8% de árboles deteriorados.

En realidad, el siglo XXI es un relato de decadencia boscosa que ha quedado plasmado en los datos de los inventarios de Agricultura. En el año 2000 la proporción de árboles cuyas copas presentaban mal aspecto no llegaba al 14%. En 2005 era un 21,3%. Tras unos años de mejora, desde 2016 siempre se ha superado el 20%. La defoliación media de todos los árboles estudiados en España también muestra cómo su estado va, poco a poco, decayendo. “Con respecto al promedio de los cinco últimos años, el estado general del arbolado experimenta un ligero retroceso, disminuyendo el número de árboles sanos y aumentando el de dañados”, explican los analistas.

Menos lluvias y más calor

La advertencia plasmada en el inventario sobre los “inciertos escenarios climáticos” que amenazan a los bosques tiene su expresión más clara en la falta de lluvias que deriva en situaciones de sequía. Si se rastrean los peores momentos de las masas forestales, se solapan con los cursos secos en España. Sin ir más lejos, el peor año desde el punto de vista de la salud de los árboles, 2017, fue un periodo “muy seco”, de acuerdo con los registros de la Agencia Estatal de Meteorología (Aemet). El problema es que las sequías llegan más seguidas.

Ante los malos datos que comprobaron en 2019 los responsables del área de Estadísticas Forestales, el análisis insiste en que se trata de un escenario que tiende a repetirse: “Los altos porcentajes de defoliación registrados podrían tener relación con que los periodos de sequía sean cada vez más extremos, recurrentes y prolongados en nuestro país, afectando este hecho a la capacidad de recuperación de las masas forestales”, han escrito. O, dicho de otro modo, el cambio climático causado por el calentamiento global de la Tierra a base de la emisión de gases de efecto invernadero agudiza las sequías. Daña los bosques. Impide que tengan periodos de alivio para sobreponerse a las malas rachas.

Precisamente el deterioro boscoso continuado tuvo una especie de tregua del agua en 2018. El año fue “muy húmedo”, según la calificación que le dio la Agencia Estatal de Meteorología. Llovió un 25% más que el promedio al caer una precipitación media de 808 mm. La primavera, extremadamente lluviosa, hizo que el curso fuera el segundo más húmedo del siglo XXI. Los árboles agradecieron el alivio y revertieron por unos meses el decaimiento. Venían, además, del peor estado constatado en los informes del Ministerio.

Sin embargo, el año siguiente regresó a los patrones secos. En la primera mitad de 2019 fueron encadenándose meses muy pobres en lluvias. Los árboles acusaron el golpe. Cierto que en noviembre y diciembre el curso viró y se sucedieron diversas borrascas, algunas de gran intensidad, que hicieron que el registro final de precipitaciones fuera “normal”, según la Aemet. Además, añadidas a la falta de agua, se unieron unas temperaturas muy cálidas en el conjunto de España que llegaron a extremadamente cálidas en el centro y el este de la península ibérica.

Tras las causas llamadas abióticas, que vienen a ser la sequía, las plagas de insectos son el segundo agente más importante en la pérdida de vida en los árboles. El mismo cambio climático favorece la proliferación de algunas de estas plagas e incluso la llegada de nuevas variedades de patógenos exóticos que van avanzando como los hongos de los pinos vascos o el barrenador. Con todo, hasta el momento, la plaga que más daño está causando es la de la procesionaria del pino, que vive rebrotes desde hace algunos años.

Todo ese cóctel de sequía, plagas y altas temperaturas es la combinación que ataca la salud de las masas arbóreas en España. Si en 2018 las especies más afectadas fueron el pino negral y el alcornoque, el año pasado los daños se centraron en el pino carrasco y la encina. Las revisiones admiten que, de las variedades de frondosas analizadas, todas presentan un peor aspecto que el pasado año, pero hacen una advertencia sobre Quercus ilex: “Presenta un especial deterioro, muy acusado en este inventario”.

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