“Una trabajadora interna está encerrada en la casa donde trabaja. Las horas que tendría que tener libres, las pasa encerrada en su mini cuarto. No tiene más de dos o tres metros cuadrados. Apenas cabe una cama de 80. Extiende los brazos y toca ambas paredes. Ella dice '¿qué hago cuando me toca estar aquí encerrada, aburrida? Estoy prendida al teléfono. Tengo que salir en algún momento'. Cuando sale fuera, le toca ayudar a la familia, trabajar. Este fin de semana, cuando supuestamente tenía el día libre, el niño le vino a decir que tenía hambre y su madre le decía que no podía, que estaba trabajando, que comerían más tarde. Fue a la empleada, y al final se puso a cocinar. Aunque presuntamente estaba descansando”.
Es el relato que hace Carolina Elías, presidenta de la Asociación Servicio Doméstico Activo (Sedoac), de la situación que vive estos días una trabajadora del hogar. Su caso es extremo pero ilustra la denuncia que este colectivo hace ante el estado de alarma: sin derecho a paro, muchas empleadas están siendo despedidas, y hay internas confinadas en las casas de sus empleadores sin poder salir. Otras, que siguen trabajando, lo hacen sin protocolos para protegerse del coronavirus y en algunos casos sometidas a intensas jornadas de trabajo para cuidar a los niños mientras sus padres teletrabajan.
La profesora de Derecho del Trabajo en la Universidad del País Vasco y activista de la Asociación de Trabajadoras del Hogar de Bizkaia Isabel Otxoa confirma que están recibiendo muchas consultas, de empleadas y de empleadores, que revelan hasta qué punto la situación del colectivo es precaria. “Hay mucha gente que está siendo despedida o a la que están suspendiendo el contrato porque la gente que las contrata para cuidar a niños o mayores está en casa y no las necesitan. Les dicen 'ya volveré a llamarla cuando pase esta situación'”, explica. La peculiaridad es que las empleadas de hogar se dedican a la única ocupación que no genera derecho a paro. La suspensión o cese de sus contratos está implicando que se vayan a casa sin prestación ni ayudas, y en muchos casos sin cobrar el sueldo completo del mes.
“A algunas personas les están haciendo propuestas como anticipar vacaciones o hacer pactos de reducción o suspensión de jornadas pero a cambio de que luego recuperen horas”, cuenta Otxoa. En redes sociales, muchas personas han compartido la propuesta de que las familias que puedan hacerlo sigan pagando a las empleadas de hogar aunque no acudan al domicilio. Otxoa reclama medidas que sirvan para paliar la situación de estas trabajadoras y se ajusten también a las necesidades de los hogares: “Hay gente que quiere limitar el riesgo de que una persona pueda contagiar a una familiar mayor o enfermo, pero las empleadas necesitan también soluciones. Hay que hacer las dos cosas compatibles”.
La conciliación, ya difícil y contradictoria para quienes se dedican a cuidar a otros, se ha complicado todavía más. “Muchas tienen que cuidar a sus propios hijos que están sin escuela o a familiares enfermos y al mismo tiempo cuidar a las familias para las que trabajan”, relata Rafaela Pimentel, de la asociación Territorio Doméstico. Reducir o flexibilizar jornada o acogerse a permisos es para ellas algo casi imposible. “La gente está aguantado como puede, hay muchas compañeras en situaciones muy vulnerables. Muchas nos llamaron ayer [domingo] porque iban a trabajar hoy [lunes] pero no sabían cómo hacer porque han estado trabajando sin guantes ni mascarilla, y además iban a coger el transporte público y estaban asustadas. Hemos tratado de hacer algunas recomendaciones”, explica Pimentel.
“Tuve que tomar yo la decisión de quedarme en casa”
“En mi trabajo, el abuelo de la familia dio positivo por coronavirus. Todos en la casa tuvimos contacto con él. Trabajaba diez horas al día de lunes a viernes porque no me dijeron que dejase de ir. Yo les dije que pensasen qué podíamos hacer, pero me decían que 'no sabían'. Como empleadores no me daban una solución. Así que pensé que si todos nos teníamos que quedar en casa, yo también me tenía que quedar en la mía: mi hija no está en cole y mi madre tiene 66 años. Para ir a esa casa tengo que coger tres transportes públicos”, explica Sara, nombre ficticio, trabajadora del hogar en Madrid, que decidió dejar de ir a su puesto de trabajo, algo que la tiene intranquila pero que hizo por seguridad. El hogar para el que trabaja no le ha asegurado que después de esta crisis vaya a continuar.
“En este trabajo tengo contrato y me da miedo, porque tomé yo la decisión. Tengo tres trabajos más, sin contrato, cuidando a personas mayores y me han dicho que lo deje y que no me van a pagar. No sé qué va a pasar, porque como estamos en el régimen especial estamos excluidas de todas las medidas que el Gobierno toma”, señala. Lo mismo apunta Rafaela Pimentel, que critica que el Ejecutivo, que se comprometió a ratificar el convenio 189 que da más derechos a las trabajadoras del hogar, no esté ahora tomando ninguna medida específica.
Las internas, sin poder salir
Todas mencionan la situación especial de las trabajadoras internas, que viven con las familias para las que trabajan. “Antes de que se decretara la prohibición de circular ya nos llegaba gente que decía que no le estaban dejando salir de casa”, asegura Isabel Otxoa. El miedo a que las empleadas salgan, regresen al hogar y puedan contagiar a la familia lleva a limitar aún más sus movimientos. Otras siguen viviendo en los hogares en los que trabajan. “Este fin de semana ya nos han llamado algunas para decirnos que no han librado porque al seguir allí y no poder salir siguen trabajando”, añade Pimentel.
“Para muchas internas sería ideal estar encerradas acatando el estado de alarma en sus casas, con su familias, y no tener que estar trabajando. Si estás encerrada con tu familia, sabes cómo está tu familia. Si tienes que que estar obligada a quedarte encerrada en el lugar de trabajo incluso en los días libres, la preocupación es mayor porque no estás viendo a tu familia o a la gente cercana. Sobre todo ocurre con las trabajadoras que están en la economía sumergida. Porque quienes tienen contrato, se sienten más seguras para tomar ciertas medidas o negarse a permanecer trabajando en sus días libres”, dice Carolin Elías, de Sedoac.
Y es que, apunta Elías, más allá del miedo a enfermar de coronavirus y contagiar a su entorno, las empleadas domésticas tienen ahora otro temor: “No poder pagar sus cuentas, no poder enviar dinero a sus familias o pagar el alquiler”.
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