Enrique J. Vila es conocido como el abogado que logró que se abriera un juicio por el caso de los niños robados de Madrid, parte de la trama mafiosa que robaba bebés a las madres jóvenes solteras coaccionándolas. Vila a su vez es un niño adoptado por el que, según declaran sus familiares adoptivos, se pagó un millón de pesetas de las de 1965. Acaba de conseguir que un juzgado de Valencia admita su querella contra sor Aurora, exdirectora de la Casa Cuna Santa Isabel de Valencia. También contra la actual directora y el abogado de la institución. El motivo, no facilitarle el nombre de su madre biológica, a la que está buscando desde hace más de 20 años. El juez abre la puerta a ampliar la querella si ve indicio de otros delitos. Vila es además escritor y tiene varias novelas sobre la adopción y las inclusas. Una de ellas se ha llevado a la ficción en la serie de televisión 'Historias robadas'.
¿Por qué ha presentado esta querella contra sor Aurora y la Casa Cuna de Valencia?
Por dos cosas. La primera, porque no quieren entregar los datos de las madres biológicas cuando la ley nos ampara a los hijos adoptivos. Incluso han mentido en procedimientos judiciales al decir que no tienen los datos cuando sí los tienen. En segundo lugar, sospecho entre los años 50 y 90 había tráfico de niños y a las madres las coaccionaban para que dieran a sus bebés en la Casa Cuna. Había dinero de por medio: 200.000 pesetas, un millón que pagaron por mí, cuatro millones...
¿Cómo sabe usted que las monjas han mentido y que sí tienen el nombre de su madre?
Llevo buscándola desde el 88. Cuando acudí a la Casa Cuna al principio me dijeron que no me los podían dar. No solo a mí, también a otros adoptados se lo dijeron. Cuando el Tribunal Supremo reconoció en 1999 nuestro derecho a conocer nuestros orígenes, cambiaron de argumento y nos dijeron que no tenían los datos, que no tomaban notas de las madres que iban a dar a luz. Sin embargo, las madres que hemos conocido confirman que daban su DNI.
¿Y el abogado de la institución no tiene un registro?
No cabe en la cabeza que un abogado de adopciones, más aún cuando muchas madres eran menores, no lleve un registro de esas niñas que daban a luz. El letrado al que pregunté entonces, ya fallecido, me dijo que era secreto profesional y no me lo podía dar, nunca me dijo que no lo tuviera.
Lleva buscando a su madre biológica casi 30 años. ¿Cuándo supo que era adoptado?
Me enteré a los 23 años. Mi padre estaba en el hospital muriéndose por un cáncer de pulmón. Estaba buscando entre sus papeles para las gestiones y encontré mi auto de adopción. Era una madrugada de mayo, no se me olvidará jamás. Fue una sorpresa tremenda. Mi madre estaba en casa, la desperté y me lo confirmó. Entonces empecé a buscar el nombre de mi madre biológica en expedientes, el registro civil, fui a hablar con las monjas, a la Diputación, a la Consejería... Pero no lo he conseguido.
¿Por qué es importante para usted que hayan llamado a declarar a sor Aurora?
Hemos ganado todos los procedimientos civiles para que nos den los datos. También el de abogado que alegó secreto profesional. Y no nos los han dado. Este procedimiento es diferente porque es penal, ya que están vulnerando mi derecho constitucional de conocer mis orígenes.
Usted sospecha que además puede ser un niño robado porque sus padres adoptivos pagaron un millón de pesetas.
Además de la vulneración de mi derecho a ser un ciudadano normal y conocer mis orígenes, la querella recoge que puede ampliar la imputación a otros delitos. Va a testificar un familiar que va a acreditar que mis padres pagaron por mí, lo sabía toda mi familia. Puedo ser un niño robado.
Usted se representa a sí mismo. ¿Qué le va a preguntar a sor Aurora?
Bueno, no se lo puedo avanzar. Tengo muchas ganas y hay muchas preguntas por responder. Y por primera vez esas preguntas van a ser contestadas delante de un juez, no en su casa.
¿Confía en que el 26 de mayo, el día de la declaración, se diga el nombre de su madre y la encuentre?
Es un paso más, pero después de 27 años buscando, la esperanza a veces se pierde. He salido en medios, en las redes sociales, en entrevistas... y no aparece nadie. O no quiere saber nada de mí o está muerta. Sin embargo, tengo esperanza en que las monjas me den su nombre, porque si no lo hacen delante de un juez pueden cometer un delito.