- Javier Salinas, obispo de Mallorca, ha sido llamado a consultas al Vaticano tras saberse que tiene una relación con una mujer
El escándalo de las “relaciones inapropiadas”, según la Iglesia, entre el obispo de Mallorca, Javier Salinas, y la mujer (ahora exmujer) de un importante empresario de la isla, ha vuelto a poner sobre la mesa un debate, tan viejo como la propia Iglesia, sobre el celibato sacerdotal.
A excepción de Juan, la práctica totalidad de los discípulos de Jesús estaban casados y tenían familia. Incluso, los Evangelios apócrifos aseguran que el propio Cristo tuvo hijos. Al primer Papa, san Pedro, se le conocía hasta suegra, y durante el primer milenio de nuestra era los sacerdotes no debían cumplir con el celibato obligatorio.
La ley del celibato fue promulgada por la Iglesia latina primero de forma implícita en el primer concilio de Letrán hacia el año 1123 de nuestra era, bajo el Papa Calixto II, y más tarde explícitamente en los cánones 6 y 7 del segundo concilio de Letrán 1139 bajo el Papa Alejandro II.
Los católicos de rito oriental están dispensados del celibato, así como los sacerdotes anglicanos que, una vez casados, deciden “regresar” a la Iglesia católica, y no tienen que “repudiar” a su esposa y familia para continuar ejerciendo el sacerdocio. Otras iglesias cristianas (protestantes, anglicanos o pentecostales) admiten a sacerdotes casados. Las más avanzadas, incluso, aprobaron hace años el sacerdocio femenino, otro gran tabú para la Iglesia católica.
La mujer, “una distracción” para el cura
La teología posterior al Vaticano II -que intentó abrir la puerta, con escaso éxito, a los curas casados- planteó el celibato como una suerte de perfección para el sacerdote, que sin “distracciones” podía servir mejor a la Iglesia. Los escándalos de tipo sexual descubiertos en todo el mundo demuestran que, más allá de otras cuestiones, la abstinencia de los clérigos, lejos de ayudar, más bien limita.
Desde la década de los setenta, y coincidiendo con la breve primavera que supuso el Concilio, fueron miles los sacerdotes que contrajeron matrimonio y que pidieron continuar con su ministerio. Según datos del Movimiento Pro Celibato Opcional (Moceop), en España se han casado unos 8.000 curas o religiosos de los cerca de 27.000 que existen en España. Según la Confederación Internacional de Curas Casados, en todo el mundo existen 1000.000 curas católicos casados.
La gran mayoría acepta abandonar la práctica del sacerdocio al contraer matrimonio, pero algunos logran -con el permiso o el “silencio administrativo” de sus obispos- seguir dando misa, celebrando bodas, comuniones o bautizos. Uno de ellos es Julio Pinillos. Cura obrero en los sesenta y setenta, primero fue cura célibe y más tarde se casó y siguió ejerciendo como sacerdote en Vallecas. “Tan santo, tan pecador o tan servidor puede ser un cura casado como uno célibe. Lo importante es que el celibato sea una opción, jamás una imposición”, subraya Pinillos, quien añade cómo “el Evangelio no dice nada. No es más santo el que no tiene una relación corporal, como nos estamos cansando de ver”.
Después de décadas de silencio o persecución por parte de la jerarquía, la llegada de Francisco supone un nuevo aire. El propio Bergoglio, preguntado sobre el tema en una de las ruedas de prensa concedidas en durante sus viajes, señalaba que “al no ser un dogma de fe, siempre está la puerta abierta…”. “La Iglesia católica tiene curas casados. Católicos griegos, católicos coptos, hay en el rito oriental. Porque no se debate sobre un dogma, sino sobre una regla de vida que yo aprecio mucho y que es un don para la Iglesia”, señalaba Bergoglio.
Rapidez para el celibato, lentitud para la pederastia
La pronta reacción del Vaticano, llamando a consultas al obispo de Mallorca durante cuatro días tras saltar la noticia, o la inmediatez con la que se destituyó al padre Charamsa, el eclesiástico vaticano que anunció su relación con otro hombre, contrasta con la lentitud de otros procesos, como el que afecta al arzobispo de Granada, Javier Martínez, quien un año después de que estallara el “caso Romanones”, continúa en su puesto, por el momento. Y es que, pese a que debiera ser al contrario, los “pecados” entre adultos parecen más graves que los delitos cometidos contra menores.