La tuberculosis era, hasta la irrupción del SARS-CoV-2 en el mundo, la enfermedad infecciosa más mortal del planeta. Pese a su brutal impacto –nunca se ha logrado bajar de un millón de muertes al año–, un cada vez mejor acceso al diagnóstico y a los tratamientos había ido achicando el terreno a la transmisión de la bacteria en los últimos diez años. Pero la pandemia ha barrido con los avances. La OMS ya confirmó los peores pronósticos hace unos meses, con un repunte de la mortalidad en 2021 en el mundo por primera vez en más de una década. En Europa, aunque la mayoría asocia la enfermedad con los países pobres y las malas condiciones de vida, no ascendían los fallecimientos desde hace 20 años y 2021 rompió la tendencia.
España no es ajena a la enfermedad y la pandemia está comprometiendo de manera preocupante los pasos adelante de los últimos años. Los diagnósticos de tuberculosis han caído casi un 24% en 2020 y 2021 respecto a 2019. En Madrid, por ejemplo, el desplome asciende al 30%, según los últimos datos oficiales.
El descenso podría verse como una buena noticia, pero los organismos internacionales avisan de que está directamente relacionado con “cómo la pandemia obstaculizó la detección y la notificación”, dice un informe elaborado conjuntamente por la OMS y el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades (EDCD) publicado el pasado jueves, Día Mundial de la Tuberculosis. “No es normal, hemos visto que los declives con buenos programas son de un 5% y como muchísimo un 10% anuales. Nos hemos encontrado en estos dos últimos años con comunidades que prácticamente reportaron cero casos”, explica Joan Caylá, exjefe del Servicio de Epidemiología de la Agencia de Salud Pública de Barcelona.
La OMS calcula que hay cuatro millones de personas en el mundo que tienen tuberculosis y no están diagnosticadas, del total de diez que se detectan al año. Todo ello se traducirá en un aumento de muertes en los próximos años, advierte la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR). También en España, donde en 2020 fallecieron 250 personas como consecuencia de esta enfermedad.
“Para abordar la tuberculosis hay que pensar en ella”
“Este año estamos notando que hay más casos y que vienen más graves”, constata Juan Francisco Medina, neumólogo y responsable de la unidad de tuberculosis y asma del hospital Virgen del Rocío (Sevilla). Es una enfermedad prevenible y curable causada por una bacteria (Mycobacterium tuberculosis) que suele afectar a los pulmones, aunque también puede comprometer a otros órganos. “El proceso es lento y cuanto más tiempo pasa, el daño pulmonar es más grande y se puede contagiar a más personas”, asegura el médico. La propagación ocurre cuando los individuos enfermos expulsan las bacterias al aire, por ejemplo, al toser.
Precisamente este síntoma ha dificultado su detección en un momento en el que la COVID-19 estaba en el centro de todo. Con tos, lo primero y casi único en lo que se pensaba era coronavirus. “Para abordar precozmente la tuberculosis hay que pensar en ella. Aquí han venido pacientes con tos, se les ha hecho un test, han dado negativo y no se ha insistido más”, cuenta Medina. “Hay síntomas compartidos” y eso ha podido retrasar el diagnóstico y aumentar los contagios al no cortar la cadena, abundó la neumóloga Sarai Quirós, del hospital de Basurto, en unas jornadas organizadas esta semana por la Red contra la Tuberculosis y por la Solidaridad.
La SEPAR lamenta lo dañino que ha sido el “covidcentrismo” para otras dolencias. Ha pasado también con el cáncer. La Sociedad Española de Oncología Médica calculó que el primer año de la pandemia se diagnosticaron un 21% menos de casos de cáncer. Con la tuberculosis, además de que se desmontaron los equipos especializados en los hospitales, formados por neumólogos, para atender la emergencia, se ha cortado el estudio de los contactos de los casos en una enfermedad infecciosa al desbordarse los servicios de salud pública. “Este es uno de los pilares, recordó Quirós, para evitar que los pacientes desarrollen la enfermedad”.
La demora diagnóstica, la falta de intervención y el incremento de riesgo de la transmisión por no actuar en el momento adecuado son tres factores que con el tiempo veremos cuánto han trastocado el avance en la lucha contra la tuberculosis, pero también contra otras enfermedades infecciosas como el VIH.
La situación previa a la crisis en España animaba a cierto optimismo. En 2019 se diagnosticaron 4.400 casos de tuberculosis y la incidencia se situó en 2020 en algo más de 6 casos por cada 100.000 habitantes, aunque este dato ya puede estar alterado por el infradiagnóstico. Ese año, los casos diagnosticados fueron 1.300 menos que en 2019. Hasta que estalló la COVID-19, España se había logrado “acercar a la media europea”, apunta Medina tras ir históricamente por detrás del continente, salvo de los países del Este.
Curable y prevenible
No obstante, los expertos pedían acelerar el ritmo. Al final del camino está la erradicación de la enfermedad, que España quede libre de tuberculosis. El Ministerio de Sanidad ha creado un grupo con sociedades médicas y comunidades autónomas para “acelerar las acciones en pro del objetivo de poner fin a la epidemia” que se reunirá con carácter anual. Una de las principales demandas es el aumento de la inversión pública y la garantía de abastecimiento suficiente de medicamentos para tratamientos que son largos.
Uno de los huesos más duros de roer en la pelea contra la tuberculosis son las multirresistencias. “Estas tuberculosis que resisten a los fármacos son una gran preocupación”, ha advertido recientemente la OMS, que pide “inversiones urgentes”. En España, el porcentaje es bajo: 40 casos en 2019, según los datos aportados en las jornadas organizadas por la REDTBS, pero causan problemas importantes. El 85% de los casos se pueden curar con una medicación de tres o cuatro fármacos durante seis meses, pero las pautas se pueden extender hasta los dos años cuando el paciente contrae alguna de las cepas más resistentes.
Al ser tratamientos tan prolongados, los enfermos deben ser constantes tomándolos. Y no siempre es sencillo. “De tuberculosis se puede infectar y enfermar cualquier persona, también las de clase más alta, pero necesita un abordaje integral”, urge el doctor Medina. El epidemiólogo Joan Caylá insiste en la misma idea: “La tuberculosis no será vencida con un enfoque biomédico, necesitamos considerar los determinantes sociales. La pobreza extrema influye mucho, las malas condiciones de nutrición, de vivienda...”.
El preventivista, que hasta 2017 dirigió el Servicio de Epidemiología de la Agencia de Salud Pública de Barcelona, fue uno de los artífices de los primeros programas de los años 80 y situó a la ciudad en los principales foros sanitarios de Europa por su gran mejoría en la incidencia. 40 años después, asegura que, cuando se diagnostica, “los pacientes siguen quedándose muy impactados”. “Se recuerda como una enfermedad que causaba estigma y se sigue escondiendo”.
Gráficos de Victòria Oliveres.