España tiene un poco más de agua, pero su reserva está casi igual de lejos de la media de los últimos cinco años que cuando un clamor por la sequía recorría el país en marzo pasado. Sin embargo, el ambiente lluvioso se ha llevado la preocupación por la escasez de agua.
El 15 de marzo, el Gobierno aprobó un paquete de ayudas por la falta de recurso disponible y tras un invierno muy seco. Entonces, las reservas hídricas de España estaban al 44% –15 puntos por debajo de la media de los últimos cinco años–, según el Boletín Hidrológico Nacional. Ahora, con las reservas al 49%, y casi 14 puntos por debajo del mismo promedio, la sequía parece cosa del pasado.
De hecho, ese 49% de agua embalsada a 26 de abril de 2022 está lejos del 60,9% almacenado en 2021 o el 65% de hace dos años, cursos hidrológicos en los que ya se activaron restricciones de riego en las demarcaciones del Guadalquivir y el Guadiana por la escasez.
“El desafío no es la sequía, sino la escasez y el momento de afrontarla es cuando llueve”, explica Gonzalo de la Cámara coordinador de Economía del Agua en el Instituto Madrileño de Estudios Avanzados.
“Estas lluvias ayudan, pero son un chiste para el problema estructural”, avisa De la Cámara al tiempo que afirma que “así se genera la ficción de que los problemas de escasez de agua se solucionan con las precipitaciones. En la península ibérica nunca ha llovido mucho y con el cambio climático las sequías que eran algo coyuntural se están convirtiendo en estructural”.
El desafío no es la sequía, sino la escasez y el momento de afrontarla es cuando llueve
Porque el consumo intensivo habitual de agua atornilla a España a la escasez. Nuria Hernández Mora, investigadora de la Fundación Nueva Cultura del Agua, coincide en que “cuando llueve nos olvidamos del problema de fondo. La sequía es intrínseca, la gestión de la normalidad es la cuestión porque, en normalidad, tenemos problemas de sobrexplotación y cuando llega la sequía natural no tenemos margen de actuación”.
Palanca política
Eso es lo que ha ocurrido. Con los recursos exprimidos, sin lluvias abundantes en otoño de 2021, al llegar febrero de 2022 la falta severa de agua en los embalses para satisfacer la demanda sirvió de palanca política contra el Ejecutivo. La sequía se convirtió en protagonista.
Ese mes, la patronal agrícola Asaja pedía “medidas para mitigar la sequía” al convocar la manifestación rural contra el Gobierno que se celebraría el 20M. Querían que se pusiera dinero público para construir más infraestructuras de almacenamiento de agua y “distribuirla cuando se necesite”. Usaban la situación de la mitad sur de España: “Comienzan las restricciones”.
Un poco más adelante, la misma patronal en Castilla-La Mancha afirmaba que la coyuntura debía servir para “cambiar el sentido de las políticas agrarias”. Y añadía que “las políticas conservacionistas defendidas por quienes gobiernan reducen la capacidad productiva y aumenta la dependencia a Terceros Países [sic]”. En este sentido, la Federación Nacional de Regantes Fenacore ya había llamado a esa planificación hidrológica “ecologismo radical”.
“Esto ocurre siempre. Se aprovecha una sequía como palanca para demandar que se incremente la oferta de recursos hídricos. Es la respuesta hidráulica habitual”, dice Hernández Mora.
La experta explica que esto se basa “en un hidromito: para hacer frente al cambio climático y la sequía hay que construir más infraestructuras. Y pensar en más embalses en este contexto es como quien tiene problemas económicos y lo que hace es abrir más cuentas en el banco en lugar de gestionar sus gastos. Lo que tendrá es más cuentas vacías. Lo que tendremos será más embalses vacíos”.
La Confederación de Organizaciones Agrarias COAG vaticinó al inicio de febrero pasado que los cultivos de secano se verían afectados en un 60 u 80% en su producción y se mostraban preocupados por la “incertidumbre” para la campaña de riegos que se inicia anualmente el 1 de abril.
La presión drenaba: la Junta de Extremadura de Guillermo Fernández Vara (PSOE) pedía en marzo medidas “urgentes” al Ministerio de Agricultura por “la insuficiencia de agua embalsada, necesaria para realizar una campaña agrícola normal en los cultivos de regadío”.
Finalmente, el Gobierno aprobó un real decreto-ley de ayudas a la agricultura “frente a la sequía”. Justificaba la norma por las escasas lluvias y porque la reserva, a 15 de marzo, estaba “12 puntos por debajo de la media de los últimos cinco años”. En realidad la diferencia era un poco mayor. La norma permitía aplazar las cuotas a la Seguridad Social, facilidades para acceder a las prestaciones por desempleo, se rebajan impuestos y se intervinieron las tasas de agua tanto convencional como desalada para el riego.
Asaja consideró que el decreto se quedaba “bastante corto”. La Unión de Pequeños Agricultores opinaba que “es un primer paso, pero no cubre las necesidades por los daños de la sequía”. El 20 de marzo se produjo la manifestación rural por el centro de Madrid: “Basta ya de chulearnos” y petición de dimisiones se oyeron durante la marcha.
No solo es cuánto sino también cuándo
Cuando el Consejo de Ministros dio el visto bueno al paquete de ayudas, el conjunto de España había entrado en sequía meteorológica tras el segundo invierno más seco desde 1961, según la Agencia Estatal de Meteorología.
Pero, justo entonces, comenzó un ciclo de lluvias que provocó que ese mes, al que le quedaban 15 días, terminara con precipitaciones un 223% por encima de la media, según los cálculos de la Aemet. Las lluvias de abril han conllevado que la reserva pase del 47,4%, al inicio de mes, al 49% al cierre.
Es crucial no exponerte tanto al riesgo. ¿Cómo? Con una demanda más ajustada a los recursos. El sistema está tan estresado en normalidad que cuando llegan vacas flacas no hay de donde coger
“Estas precipitaciones nos devuelven algo a niveles anteriores. Ayudan a que no se vacíen los embalses más que a que se recuperen”, analiza De la Cámara, pero “¿esta lluvia llega cuando es necesario? La crisis climática está alterando la cadencia de las precipitaciones y si no se dan en el momento oportuno no sirven tanto. No basta con fijarse en cuánto cae en el año, sino cuándo”.
Pero ese porcentaje de reserva, aunque más elevado en términos absolutos, está prácticamente igual de lejos de la media del agua a estas alturas del año, porque, a finales de abril, las reservas suelen estar mucho más altas. Se arrastra un otoño e invierno secos que se combinaron sobre unos embalses en mínimos.
Nuria Hernández Mora considera que “con el contexto climático que traerá esos picos de sequía más frecuentemente, es crucial no exponerte tanto a ese riesgo que va a llegar. ¿Cómo? Con una demanda más ajustada a los recursos. El sistema está tan estresado en normalidad que cuando llegan vacas flacas no hay de donde coger”.
Porque el año hidrológico, que va de octubre a septiembre, sigue siendo seco. El acelerón de marzo y abril ha compensado, solo parcialmente, el mal año. Las precipitaciones acumuladas desde el 1 de octubre son un 22% menos que lo normal. .