Yelyzaveta y Anhelina están desbordadas. Estas dos menores ucranianas, de 13 y 12 años, llegaron a Las Rozas (Madrid) la madrugada del viernes al sábado tras un viaje en autobús, solas, que se alargó una semana desde Kiev, y lo que se ve de sus caras detrás de las mascarillas revela a dos pequeñas que no acaban de asimilar todo lo que les ha pasado. “El 3 de marzo [una semana después de que empezara la invasión] nos llamó una traductora para decirnos que teníamos tres horas para hacer las maletas si queríamos subir al autobús, que había mucho peligro”, cuenta Yelyzaveta con un pequeño hilo de voz. Detrás, en Kiev, se quedaron una abuela, un tío y dos hermanas mayores de las que tienen información contradictoria.
La hermana mayor atiende a la prensa en una sala del CEIPSO Los Cantizales, donde han sido escolarizadas por la Comunidad de Madrid, con paciencia, desplegando el correcto castellano que ha ido aprendiendo durante los dos veranos en los que ha venido a España a una familia de acogida que ahora se ha hecho cargo de las dos. Delante de tres cámaras y varios micrófonos la pequeña, que aguanta con entereza el despliegue, intenta ofrecer respuestas que en ocasiones no tiene porque acaba de llegar o no le alcanza el castellano. La responsable ha advertido a los periodistas: son dos niñas muy vulnerables y en cuanto se sientan mínimamente incómodas se cortará la rueda de prensa.
“El viaje fue peligroso”, recuerda Yelyzaveta, y la mayor parte se lo pasaron esperando. Esperando en la frontera con Polonia para cruzar porque había personas con problemas de documentación, esperando en Varsovia, esperando en el autobús hasta llegar a Madrid. “Es la tercera vez que vengo a esta familia”, explica con su buen castellano, “me quieren mucho y se han preocupado por mí en todo momento, me llamaban mucho”, cuenta.
Esta familia, que tiene otros tres hijos en el mismo colegio, es la razón de que hoy estén aquí. Acoger también a su hermana no estaba en los planes iniciales, ha explicado la directora del centro, pero cuando les explicaron que no había plan b para la menor decidieron dar el paso, cosa que las hermanas han agradecido enormemente. “Es importante para nosotras estar juntas”, dice Yelyzaveta mientras agarra a Anhelina de la mano bajo la atenta mirada de Ana, una alumna del centro que ejerce de cicerone y ayuda a las hermanas en todo lo que puede, desde cuestiones académicas como los problemas por el idioma hasta el funcionamientos del colegio.
Yelyzaveta y Anhelina son dos de los 162 menores que había acogido hasta el lunes la Comunidad de Madrid en 52 centros de 30 municipios de la región. Dos entre varios centenares de niños refugiados ucranianos que van llegando con cuentagotas a las comunidades, que ya tienen listas en su mayoría planes de acogida con una instrucción general: matricular a los menores sin miramientos, aunque falte documentación. Unicef calcula que 1,5 millones de niños han dejado el país desde que empezó la invasión, uno cada segundo que pasa.
Queda por resolver la duda de cómo se va a atender a estos menores, que también dependerá de cuántos lleguen. Ninguna administración ofrece una previsión y casi ninguna, con excepciones como Madrid, tiene datos de cuántos están ya aquí. Lo que es seguro es que llegarán a un sistema educativo que ha visto cómo en los últimos años se desplomaban las ayudas al alumnado más vulnerable, víctimas de los recortes con los que se decidió afrontar la crisis de 2008.
Cuando hubo que meter la tijera, en España se eligió la Educación y la Sanidad, entre otras cosas para recortar algunos apoyos que se dedicaban a apoyar al alumnado más desfavorecido. La evolución de las aulas especiales donde van los menores inmigrantes que tienen problemas con el idioma –se llaman de distinta manera según en qué comunidades– da muestra de ello.
En Madrid se ha pasado de las 293 aulas de compensatoria que había en 2008 a 71 este año, una caída del 75,8%, según estadísticas de la Comunidad. En la región, al menos en Madrid capital, no hay excesivas plazas libres en estas aulas (menos de una veintena la semana pasada en todo el interior de la M-30), aunque el Gobierno regional ha prometido recursos para quien los necesite y ha puesto 77.000 plazas a disposición de posibles refugiados ucranianos (eso serían muchos profesores nuevos, si se llenan todas).
La situación no es exclusiva de Madrid. Catalunya, la comunidad con más estudiantes extranjeros de largo (215.000, casi uno de cada cuatro del total de España) tenía el curso 2007-08 un total de 1.150 aulas de acogida, que el 2018-2019 habían menguado a 681, un 40,8% menos.
“La escolarización de extranjeros está básicamente desmantelada en la Comunidad de Madrid”, denuncia Isabel Galvín, responsable de Educación de CCOO en la región. “Y las aulas de enlace las han ido cerrando a cambio de nada, con el agravante de que se han mantenido en la privada concertada y se han cerrado a la pública pese a que esta acoge a mucho más estudiante extranjero”.
De 293 aulas a 71
Los datos parecen dar la razón a Galvín. En 2004 la Comunidad tenía 109 aulas de enlace en centros públicos y 81 en escuelas concertadas, que en 2008, año que se tocó techo, habían pasado a 171 y 122, respectivamente. La previsión para este curso, a falta de consolidar los datos, es que haya 42 en la escuela privada sostenida con fondos públicos y 29 en la pública, cifras que contrastan con el reparto de alumnado inmigrante: de los 151.603 extranjeros matriculados en la región, el 73,2% va a un centro público, el 18% a la concertada y el restante 8,8% a los privados sin concierto, según datos del Ministerio de Educación.
Yelyzaveta y Anhelina sí van a contar en su centro con el apoyo de una persona del Servicio de Atención al Inmigrante (SAI) de la Comunidad de Madrid, que acompañará a las niñas e incluso las sacará de clase por momentos si es necesario. El Gobierno regional ha anunciado que pone estos profesionales a disposición de los colegios que lo necesiten y que abrirá las aulas de enlace que haga falta. También de su servicio de intérpretes, aunque en este caso más para ayudar a traducir documentos o echar una mano a las familias.
Lo van a necesitar, sobre todo en el caso de la pequeña, que ni siquiera habla castellano, aunque los responsables educativos del centro aseguran que “se van a incorporar sin problemas”, en palabras del jefe de estudios del colegio, Francisco Ballesteros. “Con los alumnos se sienten cohibidos, pero de igual a igual se manejan perfectamente y se sienten mucho más desinhibidos”, ha explicado.
Como todo estudiante extranjero que llega a un colegio a mitad de curso, un proceso que se conoce como matrícula viva, a las hermanas les espera ahora una prueba de nivel para ver exactamente dónde están. De momento han sido matriculadas en los cursos que les corresponden por edad (1º y 2º de la ESO), pero la evaluación dictaminará, aunque la directora del centro, Rosa María Paredes, ha recordado que apenas queda un trimestre de curso, por lo que igual no es tan decisiva esta cuestión en este momento.
Lo importante, sostienen, es el bienestar de Yelyzaveta y Anhelina, que a la primera persona del centro que vieron fue a la psicóloga y que pasarán mucho rato con la orientadora. “Su labor es fundamental ahora, [estas circunstancias] más que afectar al proceso de aprendizaje afectan a su personalidad. Su mamá [de adopción] nos cuenta que aún lloran por las noches, lo que menos importa ahora es el tema académico”, cierra Paredes.