La curva de contagios en España parece algo estabilizada desde que a finales de octubre se impusieron medidas como el toque de queda. Fernando Simón se ha atrevido a hablar de “tendencia descendente” en algunas comunidades. Eso sí, todavía en cifras “muy por encima de los umbrales de riesgo” que se marca el Ministerio de Sanidad y la Unión Europea, esto es, con una incidencia acumulada nacional media por encima de los 500 casos. Más de la mitad de las provincias españolas continúan en unas incidencias extremas, y los contagios que se registran a diario rondan los 20.000, el doble que el mes pasado. El hecho de que la meseta en la curva de contagios se haya alcanzado con cifras tan elevadas también hace que los ingresos y fallecimientos sean de récord: la media es de más de 1.200 y casi 300 al día respectivamente.
Porque la supuesta estabilización o tendencia descendente no se nota apenas todavía en las hospitalizaciones. A mediados de noviembre, es alta: algo más del 16% de las camas de hospital están ocupadas por enfermos de COVID-19, son más de 20.000 ingresados; también lo están un 31% de las unidades de cuidados intensivos, 2.117 pacientes. El 27 de octubre eran algo menos del 14% de camas convencionales y 16.700 enfermos. Cuatro comunidades (Aragón, Asturias, Castilla y León y La Rioja) están muy graves, con una ocupación superior al 20% –de UCI, del 40%–. Sí se empieza a observar, desde cifras muy altas, estabilizaciones o leves descensos en Catalunya, Madrid y Aragón. Simón pidió “esperar al menos unos días más” para que de verdad los efectos se percibiesen en el sistema sanitario, porque de momento los contagios “todavía tienen impacto” en él.
Los epidemiólogos llevan explicando desde que comenzó la pandemia que esto efectivamente es así. Cuando se toma una medida, si funciona, el orden por el que se nota es: primero en el número de infecciones –que es lo que se corta directamente con las actuaciones–, luego hospitalizaciones, luego UCI y por último la curva de fallecimientos. Responde al propio curso de la enfermedad, primero las personas se infectan y, entre una y dos semanas después, pueden acabar ingresadas.
“Lo que estamos viviendo ahora en los hospitales es un poco el impacto de toda la apertura económica de mediados de septiembre”, cuando se dispararon los contagios, indica Pere Godoy, presidente saliente de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE). Si de verdad se han frenado de manera relevante, en la ocupación del sistema sanitario debería notarse “con una diferencia de una o dos semanas. Es decir, a partir de ya, ahora mismo. Esta semana es decisiva para ver si realmente hemos llegado a un pico es hospitalizaciones”. Óscar Zurriaga, vicepresidente de la SEE, coincide en que es así, y debería ser ahora, pasadas unas dos semanas, cuando se viese el descenso. Pero recuerda que “las subidas son muy rápidas y las bajadas suelen ser muy lentas. Lo vimos en mayo, tardó mucho en bajar lo que subió rápido hasta el 31 de marzo. Ahora esperamos que descienda poco a poco si todo sigue bien, pero veremos hasta dónde llegamos”.
Lo que aprendimos en primavera no es de todos modos un patrón que se pueda calcar, es decir, no se puede esperar que la curva tenga exactamente el mismo comportamiento de subida y bajada, sino que podemos ver más una “meseta inestable”. Lo recuerdan ambos epidemiólogos. Godoy señala concretamente que en marzo se frenó en seco toda la vida social con el confinamiento domiciliario, el colapso que tuvimos fue principalmente debido a las transmisiones anteriores al primer estado de alarma, cuando el virus campaba libre. Ahora es diferente: “Si supiésemos que la transmisión ha sido de forma uniforme en toda la sociedad, podríamos prever que directamente bajarán las hospitalizaciones. Pero no lo ha sido, ha sido heterogénea: ha habido mucha en grupos de mediana edad, que no son tanto de riesgo de acabar en el hospital, y las escuelas y muchos centros de trabajo siguen abiertas. Ahora no es tan fácil como que todo siga su curso y esperar. Hay muchas más variables”.
“No hemos llegado a cifras buenas, hemos frenado de momento un descontrol”
¿Cuál es el límite a partir del que no es aceptable aguantar ni un minuto más sin endurecer medidas? “Cuando se llega al 100% de todos los recursos disponibles”, responde Zurriaga. Pero eso teniendo en cuenta “que no solo tienes pacientes COVID. Que vas a necesitar camas UCI para otras patologías”. Eso y “el personal, que está al 200%, y llega un punto en que aunque tengas camas, no da más de sí. Son las dos cuestiones”. Si se descarta un confinamiento domiciliario, quien toma la decisión de hasta dónde llegar son las comunidades, conociendo la situación de sus centros.
Lo actual por tanto, hasta que se confirme una tendencia a la baja de verdad en las hospitalizaciones, es una “espera tensa” en los centros, describe Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Epidemiología (SESPAS): “Aunque las hospitalizaciones se empiece a ver que van a la baja, estamos en una situación difícil. Y hay cierta precaución por si realmente puede volver a empeorar. La prórroga del cierre de la hostelería en algunos sitios debería contribuir a que se confirme una bajada, pero está por ver”. Tenemos que tener claro, continúa Hernández, “que partimos de una situación mala. Nos falta tiempo para comprobar que la situación es alentadora”. Lo que parece que se está consiguiendo “no es llegar a cifras buenas, sino frenar de momento el descontrol al que en octubre parecía que íbamos. Siendo eso algo bueno, no nos debe distraer de los objetivos”. Debemos aspirar al refuerzo de los sistemas y a la trazabilidad de los casos, no a quedarnos en cifras estables pero tan altas. “Nuestra respuesta política está siendo mala”, zanja. “Hemos fracasado. Tenemos que repensarlo”.
Hasta cuándo aguantar así
Entonces, otra pregunta es: ¿cuánto tiempo pueden aguantar hospitales y sanitarios esta “espera tensa”? La doctora María Cruz Martín, expresidenta de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC), no puede responder un plazo concreto. Pero sí advierte de que los sanitarios están cansados: “Esto tiene un coste físico y mental. Y tenemos que pensar a largo plazo, cuánto se puede resistir”. Ella encuentra normal que en los hospitales todavía no se vea un efecto sino que este sea “más progresivo” por una cuestión epidemiológica. Pero sí percibe “en estos últimos días cierto alivio” en algunas comunidades. “Habrá que ver si es realidad o no. Una de las cosas más difíciles de lo actual es la incertidumbre. No puedes gestionar las cosas, a lo mejor prevés un cierto número de camas y luego no son útiles. Esto es una montaña rusa, nunca sabes”. “Estamos mal”, deja claro, “pero sí que es verdad que en octubre estábamos en un punto en el que daba miedo acercarse otra vez a lo de marzo. Parece que eso, sin ser uniforme, se está estabilizando y no vamos a llegar tan hasta arriba. De momento”.
La segunda ola, sigue Martín, tiene facilidades y complicaciones respecto a marzo. Por un lado confirma que “algo se ha aprendido” en el manejo clínico, “las estructuras se han habilitado y ya no las tienes que montar de forma brusca, incluso aunque no sean fijas. Los profesionales están más adaptados, los circuitos, no tienes que improvisar protocolos de cero”. Pero por otro, está el cansancio. También que el objetivo ahora es otro: “Que la actividad no COVID-19 se mantenga. Lo de marzo fue indescriptible. Los hospitales no se pueden volver a convertir solo en COVID-19”. Y por último, el crecimiento de entonces a ahora, aunque grande, ha sido más paulatino, y eso se encara de otra manera: “Se mantiene en el tiempo pero parece más resistente. No sabemos cuánto, a lo mejor un día, pum, se rompe otra vez”.