Estigma y dificultades por ser madre con discapacidad: “La gente dice que deberían quitarme a mis hijos, que no sé criarlos”
Tamara tiene 30 años y sale de cuentas en 20 días: “¡Ya ha llegado la de la tripa! Menudo trote me está dando ya la niña, no para quieta…”, comenta entre risas y sonrojada por el calor mientras pide ayuda para sentarse en su sillón favorito. La acompañan Ella, Maylen y Rosi (nombre ficticio), que la reciben en el salón de su casa comunitaria con un vaso de agua fría y dos cojines preparados para que la embarazada pueda descansar la espalda.
Las cuatro del grupo son madres solteras con discapacidad intelectual que se alojan junto a sus cuatro hijos –y la quinta que viene en camino– en la casa Madres Capaces. Este hogar es un proyecto de semi-autonomía de la Fundación A LA PAR en el que se ofrece vivienda –una casa de más de 200 metros cuadrados situada al norte de la Comunidad de Madrid– a mujeres con discapacidad intelectual y a sus hijos de no más de 8 años, además de apoyo integral en su día a día durante dos años, con el objetivo de que no tengan problemas para ejercer una maternidad responsable.
A su lado, brindándoles constante apoyo están Julia Gutiérrez, la coordinadora del proyecto, una psicóloga —las usuarias arrastran años de maltrato y dificultades—, la educadora Laura —que cada tarde, durante cuatro horas, trabaja intensamente con estas familias— y una preparadora laboral, que cuya misión es que ellas puedan conseguir un empleo que les ofrezca independencia y estabilidad.
Se trata de un proyecto único en España. Una idea que nació en mayo de 2023 fruto de que la fundación comenzase a encontrar casos de madres solteras con ciertas carencias por sus graves historias personales, “y en los que el riesgo de que se les arrebatase a sus hijos era inminente, principalmente por la falta de apoyos y recursos”, como señala Myriam Becerril, directora del área de Apoyo Psicosocial de la organización
Somos como una tribu de madres terremoto que están deseando cambiarle los pañales a la bebé
“Estoy deseando ver a Arabia, cuidarla y educarla aquí. Solo llevo dos meses en la casa pero ya tengo mucha ilusión por compartir mi maternidad con mis compañeras. Cuando me dijeron que tenía plaza para entrar me puse como loca de alegría. Poder estar dos años, recibir apoyo y estar con mi pequeña es lo que me hace falta para ser feliz ahora mismo, porque con mi otra niña no lo pude hacer. Tiene 9 años y solo la veo los domingos pero sé que de aquí a dos años la podré recuperar”, reflexiona con una expresión agridulce en la cara.
“¡Anda, y nosotras te vamos a ayudar! Somos como una tribu de madres terremoto que están deseando cambiarle los pañales a la bebé…”, la interrumpe Rosi, amiga suya desde la infancia con la que convive ahora. “Madre mía…¡miedo me das!”, prosigue Tamara entre risas.
Ellas, como las otras compañeras, no tienen una red familiar estable o están prácticamente solas. No han recibido apoyo por parte de sus familias, tampoco de los padres de sus hijos, y llevan una mochila de experiencias muy duras a sus espaldas por ser mujeres, discapacitadas y madres solteras.
Las cuatro han sufrido malos tratos, han sido estigmatizadas, discriminadas e infantilizadas por su entorno. Algunas han sufrido violencia machista e incluso han tenido que dejar a sus hijos por diferentes motivos. Como le ha ocurrido a Tamara, Rosi (de 29 años y que lleva tres meses en la casa con la pequeña Saray de tres), tiene otros dos hijos de 9 y 8 años que viven tutelados con otros familiares.
La asistente social me dijo que me deberían quitar los hijos porque yo no tenía la capacidad suficiente para sacarlos adelante. Cuando enseño la tarjeta de discapacidad no se lo creen pero cuando llamo ‘hija’ a Saray ya me empiezan a mirar raro
“Tuve a mi primer hijo con 19 años y, aunque toda mi familia me ayudó, no pude hacerme cargo de ellos por ser tan joven. Muchas veces me he sentido discriminada. Los padres de mis amigos les decían que no se juntasen conmigo por tener hijos y, en cuanto a la discapacidad como madre, he tenido experiencias horribles. La gente me ha puesto muchas dificultades en estos años”.
“Por ejemplo –continúa tras un silencio reflexivo– la asistente social que tenía hasta hace unos meses me dijo que me deberían quitar los hijos porque yo no tenía la capacidad suficiente para sacarlos adelante. También me sienta mal que cuando enseño la tarjeta de discapacidad por ahí no se lo crean, pero cuando llamo ‘hija’ a Saray ya me empiecen a mirar raro, como me pasó el otro día en el metro. Pero todo eso ya me da igual porque yo sé que puedo. Acabo de terminar las prácticas de mis estudios de pastelería y creo que es un buen momento para salir adelante”, resume Rosi.
Tamara corrobora sus experiencias y añade: “Realmente todas las madres y padres del mundo necesitan apoyo cuando tienen hijos y nosotras no somos menos por ello aunque tengamos discapacidad. A todos los que nos han estigmatizado en nuestra vida ahora les diría que primero vean cómo ejerzo de madre y después digan lo que quieran. Lo importante de la maternidad es el amor e implicación que tengamos, y de eso nos sobra”.
Ahora quiere aprender a cocinar. Le encantaría saber hacer muchas recetas para hacérselas a Arabia y a los hijos de sus compañeras, aunque dice que para trabajar prefiere limpiar porque ya lo ha hecho más veces y se le da bien. “En estos dos años quiero ahorrar, aprender a educar a mi hija aquí, conseguir una casa y poder recuperar a mi otra niña. En ese momento podré formar la familia que siempre he querido”, expresa la joven madrileña.
La tercera madre que se anima a entrar en la conversación es Ella. Tiene 26 años y su pequeño Alí tiene cinco. La joven nigeriana fue la primera en llegar a “la casa de madres” –así la llaman entre ellas–, en marzo de este 2023. Tiene una discapacidad intelectual que no le permite trabajar, pero para cuidar y educar a su hijo no le supone ningún impedimento. “Vamos, Alí, tienes que comer algo y ducharte antes de jugar con Saray”, le dice con firmeza antes de comenzar la entrevista.
Al niño no le gusta la idea, pero acaba llegando a un trato con su madre de hacer un dibujo durante 10 minutos y después cenar. “Soy muy organizada, pero me gusta estar en esta casa porque es grande y me permite estar con mi hijo. Él está feliz y, si los dos estamos a gusto, todo irá bien. Mis compañeras y yo nos ayudamos mucho. Tenemos nuestro espacio pero nos juntamos en el salón para ver pelis y muchos días salimos a dar paseos con otras mamás”, cuenta con cierta timidez.
“El modelo de maternidad poco saludable que tenían en su casa”
Estas madres capaces llegaron a la casa con necesidades de formar una rutina sana con sus pequeños. Desde la fundación ayudan a que las cuatro familias aprendan las claves de la crianza, a formar vínculos materno afectivos con sus hijos, a que pongan límites, a tener una organización en casa, a controlar las relaciones sexo-afectivas con los hombres, saber cuál es su posición en una relación o a ser independientes como mujeres y madres solteras para su futuro, entre otros aspectos más básicos como son ir al médico, a la farmacia o a hacer la compra para los ocho.
Los cuatro pequeños de la casa van a clase a un colegio cercano. Durante el verano también están todos apuntados a un campamento de la misma fundación durante gran parte del día, lo que les permite a las madres hacer su vida independiente con el apoyo de Julia y Laura.
Cada tarde Laura va a la casa durante cuatro horas para hacer diferentes rutinas: los lunes tienen asamblea, los martes y jueves hacen talleres y los miércoles un Programa Individualizado de Atención (PIA) en el que trabajan con objetivos particulares tanto con los niños, como con las madres, como cada mujer con su hijo.
“Es un espacio para lo que cada una necesite. Por ejemplo, Rosi quiere aprender a ahorrar para que, en cuanto consiga trabajo, pueda empezar a buscar pisos. Desde la fundación la ayudamos en todo el proceso. En general, les hemos tenido que apoyar con aspectos como los horarios y la rutina ya que los niños se acostaban antes muy tarde, lo que hacía que ellas no tuvieran espacio para sí mismas”, explica Julia.
Los sábados tienen diferentes salidas de ocio y los viernes y domingos los tienen libres para hacer lo que quieran junto a sus hijos. A la joven Ella le gustan estos días porque salen con otras vecinas a dar paseos.
La convivencia entre iguales está siendo clave para su evolución. Comparten experiencias y se empapan de las formas de crianza diferentes que tienen sus compañeras
Los objetivos principales son conseguir un trabajo para ellas y el acceso a una vivienda. “Yo estoy buscando trabajo de pastelera, ya he hecho un par de entrevistas y en septiembre empiezo el curso de Formación para el Empleo de la Fundación A LA PAR para mejorar mi currículum. Quiero empezar a trabajar ya, porque lo ideal sería que para 2024 tuviera un colchón para irme a un piso con Saray”, sostiene Rosi.
“Pero vamos… Aquí estoy genial –prosigue–, antes vivía en un piso compartido en el que mi hija no salía de la habitación porque era enano. Ahora ella está mucho mejor y mucho más contenta desde que tiene como medio hermano a Alí”, dice con una sonrisa en la cara. En ese momento Saray se pone a llorar. Está cansada pero se tiene que duchar. Rosi consigue calmarla haciendo un dibujo con ella.
“La convivencia entre iguales está siendo clave para su evolución. Comparten experiencias y se empapan de las formas de crianza diferentes que tienen sus compañeras. En sus conversaciones se nota que son mujeres supervivientes”, señala Julia.
“Más que la discapacidad, hemos detectado que el problema está en el modelo de maternidad que han aprendido en su casa porque esos patrones se repiten. Están aprendiendo a tener claro quién es la madre y quién es el hijo, porque en ocasiones esos papeles se desdibujan por la experiencia que han tenido con la familia”, concluye la coordinadora.
Cuando salgan de la casa y abandonen el programa, en un tiempo máximo de dos años, los profesionales de la fundación A LA PAR continuarán ofreciéndoles apoyo en las áreas que necesiten, sobre todo en lo relacionado a las necesidades escolares de sus hijos. Les acompañan en su proyecto de vida independiente hasta que ellas quieran o lo necesiten.
El proyecto atiende, de manera global, a doce madres y quince niños, todos menores de 8 años. Se trata de familias que están en sus propios hogares a los que profesionales de la fundación se acercan cada día. El programa está sostenido casi en exclusiva por A LA PAR, una pequeña parte está financiada con los fondos Next Generation EU.
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