Las imágenes del embotellamiento de alpinistas –¿o deberían llamarse turistas?– a pocos metros de la cumbre del Everest han dado la vuelta al mundo. Los once fallecidos en esta temporada, junto a los laxos controles para esta ascensión extrema, nos recuerdan que esta montaña supone llegar al límite, no solo de la supervivencia, sino de lo razonable.
El cuerpo al límite
Al extraordinario esfuerzo que supone una ascensión por la ladera de una agreste montaña, hay que sumar las condiciones ambientales que afectarán al funcionamiento de nuestro cuerpo.
A más de 5 000 metros, la atmósfera que nos protege es sumamente fina. La presión atmosférica en la cima se reduce a menos de una tercera parte de la que tendríamos a nivel del mar. La temperatura puede rondar los -20°C y caer hasta los -60°C. Al frío y a la bajísima presión hay que sumar la falta de oxígeno, la baja humedad y el viento. Las condiciones de supervivencia son terribles. Todo esto sin considerar el riesgo de una caída o un golpe donde un rescate puede resultar imposible.
Por encima de 8 000 metros estaremos, por tanto, en la “zona de la muerte”.
El aire en contacto con nuestra sangre
La respiración es un proceso muy preciso en el que intervienen una serie de principios físicos fundamentales. El aire debe estar casi en contacto directo con nuestra sangre para que se produzca la entrada de oxígeno y la salida de dióxido de carbono. Esto ocurre en los pulmones, en unas pequeñísimas estructuras llamadas alveolos. Sus paredes deben ser muy finas, pero a la vez suficientemente rígidas como para que mantengan su forma durante la respiración.
Esto lo consigue el cuerpo humano mediante el surfactante pulmonar, un complejo de lípidos y proteínas cuya síntesis es fundamental para evitar el colapso de los alveolos. Nada más nacer, por ejemplo, un bebé prematuro no podrá producirlo en cantidad suficiente, lo que dificulta su respiración y obliga al personal sanitario a actuar.
Además, para un adecuado aporte de oxígeno a las células, se necesita una determinada cantidad de portadores en la sangre, los glóbulos rojos, encargados de llevarlo desde los pulmones. El organismo, de forma natural, aumenta el número de glóbulos rojos en sangre cuando se vive en altitudes importantes para suplir la falta de oxígeno existente. De ahí los entrenamientos en altura de los deportistas de élite y la estancia en los campamentos base a distintas altitudes cuando se realiza una ascensión.
La reducción de oxígeno en los tejidos (hipoxia tisular) estimula la producción de una hormona en el riñón, la eritropoyetina, que favorece la formación de glóbulos rojos.
Por otro lado, para que el aire entre en los pulmones, estos deben mantener una presión negativa. Es lo que necesitamos hacer, por ejemplo, al chupar por una pajita para conseguir que el refresco ascienda por ella. Si la presión del aire exterior es muy baja, conseguir que la presión en el interior de los pulmones sea aún menor, para forzar la entrada de aire, será mucho más difícil.
La presión de la sangre, la de los gases disueltos en ella y la del aire exterior deben cumplir unas condiciones precisas para que todo el proceso funcione: deben ser muy parecidas. A nivel del mar, la sangre contiene oxígeno a una presión tres veces superior a la que podríamos tener en el Everest. Allí la entrada de oxígeno a nuestra sangre en los pulmones es muy débil, lo que puede llevar a nuestro cuerpo a una situación de hipoxia, una falta de oxígeno que afectará drásticamente a la función de nuestras células.
La presión atmosférica y la falta de oxígeno no serán los únicos factores que llevarán al cuerpo del alpinista al límite de la supervivencia. El sobreesfuerzo físico, la bajísima temperatura y la falta de humedad también tendrán efectos drásticos sobre el organismo.
Llegar casi al espacio con los pies en la Tierra
Para los que crecimos admirando las proezas de los alpinistas de Al filo de lo imposibleAl filo de lo imposible dirigidos por Sebastián Álvaro, recordamos a Oiarzabal, Juanjo Garra y Edurne Pasabán. Aquellas situaciones límite se llevaron por delante a más de uno pese a su experiencia, profesionalidad y preparación.
Una buena billetera y contratar una buena excursión con numeroso personal de apoyo para el ascenso parece ser suficiente para llegar a lo más cerca del espacio que podemos estar con los pies en la Tierra. Pero se olvida que el cuerpo humano tiene unos límites de supervivencia, y que superarlos puede conllevar no un selfie que compartir en Instagram, sino la muerte.
La gran afluencia de alpinistas, con su material y sus desechos, unido lo complicado y peligroso del acceso, también están llevando al Everest a una situación límite.
Hace años, en 2005, Edmund Hillary solicitó a la UNESCO una protección especial para el Everest y que fuera declarado Patrimonio de la Humanidad. Sería una forma de poner coto a esta sinrazón y, además, proteger esta increíble montaña.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leer el original aquí.The Conversationaquí