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Ni exámenes ni deberes ni libros de texto... Otra escuela que ya es posible

Muchas escuelas y métodos prescinden de libros de textos y exámenes en su día a día.

Daniel Sánchez Caballero

Escuelas sin exámenes, con las puertas abiertas para que el alumno entre y salga a voluntad, mezcla de edades en clase... no todo en la vida son libros de texto, pupitres y controles.

En el mundo educativo hay diferentes iniciativas, en el sector público y en el privado, alejadas de las prácticas habituales de la escuela. Proyectos que exploran métodos educativos alternativos, basados en proyectos más o menos científicos, con enfoques muy distintos entre sí. El llamado método Montessori o las escuelas Waldorf son dos de los más conocidos. También hay centenares de escuelas libres por todo el país.

Por diferente que sea su método, todos estos centros están en el sistema educativo y por tanto tienen que cumplir con las exigencias que marca el ministerio de Educación. Pasan las pruebas diagnósticas de primaria, por ejemplo, y lo hacen con buen resultado en general.

Cada uno a su ritmo en Waldorf

En las escuelas Waldorf el alumno y el maestro desarrollan un vínculo muy fuerte. Los tutores acompañan a una misma clase durante seis años, de 1º de Primaria hasta 6º, creando un afecto que Antonio Malagón, fundador y profesor de la Escuela Libre Micael de Madrid, califica de “fundamental”.

Nombrada por el primer lugar en el que se abrió una de estas escuelas (en la fábrica de cigarrillos Waldorf-Astoria de Stuttgart, Alemania, para los hijos de los trabajadores), en 1919, la pedagogía Waldorf fue desarrollada por Rudolf Steiner. El sistema educativo “respeta el proceso madurativo del alumno equilibrando y fomentando su intelecto, su sensibilidad artística y su voluntad, para capacitarlo ante los desafíos de la vida”.

“Realizamos una formación humana muy fuerte”, explica Malagón. Las enseñanzas en los centros Waldorf no salen de los libros de texto, que se emplean a modo de consulta en el mejor de los casos. “Desarrollamos la enseñanza en función del desarrollo de cada niño, tenemos en cuenta la evolución y aplicamos los contenidos de las materias en función de esta evolución”, argumenta.

Esta es la característica que Eva Pradillo apreció más. Cuando conoció el método no lo dudó. La escuela Micael era perfecta para su hijo, que con tres años apenas hablaba. “Me habían dicho que ya iba a ir retrasado siempre”, recuerda hoy esta ex maestra. “Aquí se respetan los ritmos, no se cataloga a los chicos”, razona.

En la Escuela Libre Micael los días se dividen en tres franjas. Las primeras dos horas se dedican a las materias tradicionales. Se trabaja “por inmersión” un tema específico durante tres semanas seguidas. El alumno realiza un trabajo, forma grupos, expone. Es una “experiencia de aprendizaje, lo que aprenden lo están creando para que lo sientan como propio y no como una píldora que se tragan y la escupen en un examen. Se trata de mover la información para recibirla, reelaborarla y asimilarla”, cuenta Malagón. “Nos la tienen que contar y elaborar sus propios libros de texto”, continúa.

La siguiente parte del día, otras dos horas, se dedica a desarrollar lo artístico, un elemento fundamental en todo centro Waldorf. Los estudiantes trabajan la pintura, el teatro, etc. Y la jornada concluye con otras dos horas en las que se trabaja la transformación de la materia en talleres de forja o carpintería, por ejemplo. En este aparatado cada estudiante escoge un proyecto “que permite que la individualidad, el ser único de cada uno, pueda despegar”, según explica Malagón.

Eva Pradillo, madre de Lucas, es consciente de que la pedagogía despierta algunos recelos, fruto de una observación “tradicional” del sistema. “A veces cuesta un poco. La gente cree que es un método sin disciplina, pero no lo es. Simplemente pasa que no se grita”, explica.

Libertad en los centros Montessori

“Si tú entras en una clase Montessori verás a los niños trabajar sin que la maestra tenga que instarles a ello. Llegan, se ponen la bata y a trabajar”, explica Montse Julià, directora del colegio Montessori-Palau de Girona.

Al sistema de enseñanza que elaboró la doctora italiana Maria Montessori a principios del siglo XX se le ha quedado la definición de “método”. Pero es más que eso, defiende Julià. “Es una pedagogía científica, muy profunda. Ella bajó al nivel de aula, garantizando y comprobando que las actividades que se realizan en el aula dan los resultados esperados”, argumenta. ¿En qué consiste?

“Hay tres elementos fundamentales”, comienza Julià. “El primero es ofrecer unas oportunidades y un ambiente preparado que permita a los niños expresarse como ser humano con todas sus tendencias (orden, comunicación, abstracción, pensamiento matemático, conceptualización, imaginación, etc). También es importante que la maestra sea capaz de observar a todos los niños para aprender sus diferencias. Y la formación es importante para conocer las características psicológicas de cada etapa para que pueda ofrecer a los niños experiencias con estos intereses”, enumera. Este es el marco teórico general.

Mónica Manzanera sólo buscaba un colegio para sus hijo mayor por criterios geográficos: que estuviera cerca. Fue entrar en el Montessori-Palau, observar cómo trabajan los niños en el aula de infantil y tomar la decisión. “Me quedé impresionada de cómo estaban, las instalaciones, los materiales...”, cuenta. Su hijo (y la pequeña detrás) serían Montessori.

Bajando al aula, en los centros Montessori los niños se mezclan por edades según su estadio de desarrollo. Entre cero y tres años hay dos grupos se separan según caminen o no. En el siguiente nivel están desde los dos años y medio hasta los seis. En primaria hay dos corrientes: una que defiende que estén todos juntos y otra que opta por dividir en dos subetapas. “Esto permite que los pequeños tengan a los mayores de referencia y los mayores enseñen a los pequeños con sus trabajos. Es más real, más la vida, donde la gente se mezcla sin edades”, valora Julià.

El aula Montessori está llena de materiales para el alumno. La maestra ejerce de guía: dispone un ambiente preparado para que los niños vayan aprendiendo, y otorga cierto margen de maniobra para que el niño escoja los materiales que quiera y realice alguna actividad productiva. La libertad de los alumnos es fundamental. Para escoger y para trabajar tanto tiempo como necesiten. Cuando más mayor es el niño y más tiempo lleva en el ambiente, más libre es para escoger. También tiene más materiales y actividades, de modo que se amplían sus posibilidades.

Aulas y contextos en Amara Berri

Además de estas pedagogías definidas existen muchos centros que desarrollan sus propios métodos. Lo hacen dentro del sistema, adaptados a las exigencias de las normas educativas, aunque cumplan con estos mínimos por otros caminos.

Un ejemplo es la red de centros Amara Berri de Euskadi, que cuenta con su propio sistema educativo desde 1979, impulsado por Loli Anaut. Amara Berri no tiene exámenes, apenas incluye deberes y se articula en torno a contextos de aprendizaje en el aula. Supuso principalmente “cambiar la forma de interpretar a los alumnos”, según Maribi Gorosmendi, jefa de estudios del centro del que salió el sistema. El niño pasa de ser un receptor de conocimientos al eje del aprendizaje. “Lo importante no es lo que aprendan sino la persona”, argumenta Gorosmendi.

El sistema se basa en seis principios que guían el trabajo en el centro: individualización (cada persona trabaja a sus propio nivel y ritmo desde sus capacidades), socialización (somos y actuamos como seres sociales), actividad (mental, que los niños tomen decisiones y sean el motor del sistema de aprendizaje), creatividad, libertad, globalización y normalización.

“La clave son las diferencias metodológicas”, explica la jefa de estudios de Amara Berri. El sistema trabaja con programas de ciclo y mezcla de edades. En cada aula se encuentran alumnos de dos años distintos. “Las diferentes edades en el grupo hace que las relaciones entre ellos sean diferentes. Y un año ejercen el rol de pequeños y otro el de mayores”, expone.

El otro elemento son las aulas. Cada una de las clases está especializada en una materia. Una en lengua, otra en matemáticas, etc. Y a su vez el aula se divide en cuatro contextos o centros de trabajo, especializado cada uno en un área. Por seguir el caso del aula de lengua, dos de los centros de trabajo son la zona de charlas o la de creación literaria.

Los grupos van rotando por las aulas, al contrario de la escuela tradicional donde los que rotan son los maestros. El grupo se divide en cuatro subgrupos (uno por área de trabajo) y cada alumno desarrolla una actividad relacionada con su contexto. “Los niños deciden qué quieren trabajar. Así partimos de sus intereses. Cada actividad tiene su método de trabajo. Les ayuda a ganar autonomía, saber planificar”, ilustra Gorosmendi. Y al final exponen.

Los contextos se mantienen durante todo el ciclo y los niños van rotando por las aulas. “Cada vez que vuelven al contexto acceden con otro bagaje o conocimiento. La segunda exposición será más elaborada porque el niño será más competente”, explica.

Además de estos modelos, más definidos o definibles, hay cientos de escuelas por España que desarrollan sus propias metodologías. Algunas siguen en parte pedagogías como las expuestas, otras cogen elementos de varias para formar un método y las que hay que han creado las suyas propias, como Amara Berri. En muchas de ellas -y en la escuela pública se está haciendo también- prevalece la idea cambiar el concepto tradicional de la escuela y colocar al niño como receptor pasivo del conocimiento sino como centro activo del mismo.

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