El sistema educativo español es incapaz de reenganchar a los alumnos que suspenden curso tras curso
La tasa española de Abandono Escolar Temprano (AET) duplica a la de la Unión Europea y el porcentaje de alumnos de nuestro país que repiten algún curso es tres veces mayor que la media de la OCDE. El sistema educativo español tiene un problema para combatir la exclusión educativa y reenganchar a los estudiantes que van encadenando asignaturas suspensas: Unicef ha advertido recientemente que los programas de enseñanza inclusiva no están siendo “eficaces”.
“Cuando comencé a suspender y repetir ningún profesor se sentó conmigo. En el instituto nadie me ayudó a organizarme, ni me preguntaron qué me estaba pasando”, cuenta Salma. A esta joven de 20 años, residente en el barrio madrileño de Carabanchel, nunca le había quedado una asignatura pendiente, hasta que llegó a tercero de la ESO. En ese momento se encontró una barrera tanto emocional como educativa que no supo abordar.
Al comenzar el curso notó el cambio de contenido del currículum educativo, empezó a tener problemas para estudiar y de repente se desenganchó. “Me empezaron a costar las asignaturas, al principio era una, luego se convirtieron en dos, tres, cuatro... Al no pillar el truco, me dejé llevar por los compañeros”, relata.
Así entró en una dinámica que hasta entonces había sido desconocida para ella: ya no le importaba suspender asignaturas. La conexión que durante el colegio en Primaria tuvo con los docentes, había desaparecido. Ya no quería ser la alumna favorita de la profesora, ya no le hacía ilusión sacar buenas notas y que le mandasen a por tizas cuando había que reponer las de la pizarra. Comenzó tercero “sin hacer nada” y así también lo terminó, arrastrada “por el cachondeo” que se respiraba en clase.
“Era habitual que los profesores nos dijesen: 'Si no venís a atender, dormíos un rato'. Esa ha sido la frase que más he escuchado en todo el instituto”. Aunque no solía ser una alumna absentista, se pasaba las clases “mirando al techo”. El relato de Salma es muy parecido al de los jóvenes en riesgo de abandono escolar entrevistados por Unicef para elaborar un análisis sobre los factores de la exclusión educativa en España.
Grupos de repetidores
Algunos explican que sus problemas en clase comenzaron en Secundaria, cuando pasaron del colegio al instituto. Yurena tuvo esa sensación cuando comenzó Secundaria Obligatoria. Suspendió primero y en vez de repetir, empezó junto a varios compañeros un programa de diversificación curricular que les dejaba sacarse el graduado y hacer una Formación Profesional.
“En clase decíamos que allí nos metían a los que no sabían qué hacer con nosotros, solo había un profesor que consiguió motivarnos, nos daba jardinería”, cuenta. A los 16 años abandonó, se quedó embarazada con una gestación compleja. Dos años después se reenganchó a un centro adultos y en junio, con 21 años, ha conseguido el graduado escolar.
La tasa de Abandono Escolar Temprano incluye a aquellos jóvenes entre 18 y 24 años que no obtienen la ESO o que una vez finalizada no continúan con sus estudios. En España, este colectivo supone el 20% frente al 11% de la media de la Unión Europea. Por su parte, el 31% de los jóvenes han repetido algún curso, una cifra elevada si se compara con la media de los países de la OCDE, el 11%, según datos del 2015 del informe PISA.
Tras repetir curso dos veces en tres años, y con la mayoría de edad recién cumplida, Salma “hizo click”. Vio que sus amigos ya habían salido del instituto y que ella seguía en Secundaria. “Me puse las pilas y me saqué 20 asignaturas en junio. Las que arrrastraba de tercero y cuarto completo”, responde. Así consiguió reengancharse al sistema educativa y sacarse dos años después un grado de Formación Profesional de administración.
El responsable de Educación de esta organización, Ignacio Guadix, asegura que tras los recortes que ha ido sufriendo la inversión en enseñanza durante la crisis, en las clases se ha establecido “un canon de normalidad” en el que “la diferencia no tiene cabida”. Por su parte, Rebeca Seijo, trabajadora social de YMCA, una organización a la que acudía Selma, que cuenta con centros que ofrecen refuerzo escolar a familias en riesgo de exclusión, alude a que los apoyos no están adaptados al perfil de los jóvenes, ni al porcentaje de alumnos con necesidades, se basan en las ratios.
“Se está retrasando el aprendizaje no solo de esas personas, también del resto de la clase, porque los docentes se vuelcan en que toda la clase intente mantener el ritmo. En cuanto uno se desengancha, se queda apartado”, apunta Seijo.
Unicef destaca que los niños y adolescentes que sufren estas consecuencias pertenecen a familias de un bajo estatus socioeconómico y cultural, así como aquellos que pertenecen a ciertas minorías étnicas o grupos migrados, “muchos se quedan atrás o directamente fuera del sistema educativo”, apuntan en el informe.
“El porcentaje de alumnos que no aspiran a seguir estudios secundarios postobligatorios y cuyos padres no tienen ninguna titulación es casi del 40%. Para sus contemporáneos con padres con estudios universitarios superiores, poco más de un 5%”, recuerdan.
El sistema segrega a estos alumnos
En el análisis, explican que las políticas y programas educativos tienden a “agrupar y segregar” al alumnado por motivos conductuales o de “nivel educativo”. Guadix incide en las presiones académicas a las que hacen frente los docentes, “con entornos saturados” en los que tienen que conseguir buenos resultados en las pruebas periódicas promovidas por la administración que sirven para elabora ránkigs educativos.
Estas dos jóvenes encontraron la motivación para seguir estudiando en recursos educativos a los que iban por las tardes y gestionados por entidades sociales. En estos espacios intentan no centrarse solo en la enseñanza teórica y personalizar un poco más el refuerzo que les aportan.
Seijo explica que los jóvenes pasan de un ambiente muy controlado como el colegio, a otro, el instituto, en el que no se trabajan los asuntos emocionales. “El profesor de Matemática es licenciado en ese tema, tiene un Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP), se ha sacado una oposición y ya está. Puede dar muy bien clase pero no tiene herramientas para trabajar la relación con un adolescente”, explica esta trabajadora social.
“Cuando llegué a YMCA y les conté la primera vez que había repetido me dijeron lo mismo que mi madre. Es como una familia, ellos se daban cuenta de que iba a suspender, trataban de subirme el autoestima y animarme a esforzarme”, explica Salma. Una vez que terminó la Secundaria, también fue en este recurso donde le explicaron las posibilidades que tenía para estudiar, si no quería cursar Bachillerato.
Yurena explica que en AMEJHOR, una entidad social centrada en la atención a menores y jóvenes del distrito de Hortaleza (Madrid), encontró un espacio en el que podía exponer sus problemas y recibía apoyo para seguir estudiando. “Hay gente muy cercana que me conoce desde que soy una niña y con los que tengo más confianza que con profesores del instituto”, reseña.
Solicitan aumentar la inversión educativa
La falta de recursos para acompañar a los jóvenes que ya han cumplido los 16 años, es otro de los problemas que ha identificado Unicef. Guadix asegura que “no hay institución que les quiera acompañar”. “Si no se les estimula durante el aprendizaje, la posibilidad de encontrar empleo son escasos”, cuenta el responsable de Educación de la organización.
Desde Unicef proponen cuatro medidas para combatir la exclusión educativa. Apuestan por incrementar la inversión educativa; diseñar un sistema educativo flexible y diversificado que les permitan reincorporarse y continuar la formación y mejorar el acompañamiento de las transiciones educativas.