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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Del éxito de la vacunación al descontrol de contagios en dos semanas: ¿por qué las olas en España son tan explosivas?

El pasado 22 de junio, la incidencia acumulada (IA) a 14 días de la COVID-19 en España culminó el descenso que venía registrándose desde el 24 de abril y tocó suelo este año con una tasa de 92,25 positivos por cada 100.000 habitantes. La curva rebotó ese día y empezó a subir. Lentamente, al principio. El 28 de junio la IA era de 100. El 29 de junio, 106, una subida del 6% en 24 horas. El gráfico empezó a ganar verticalidad. 30 de junio, 117 (+10%). 1 de julio, 134 (+14%). 2 de julio, 152 (+13%). Ahora ronda los 279, lo que significa que en las dos semanas transcurridas desde el punto más bajo del año la incidencia se ha triplicado (+203%, en concreto).

Por comparar, en la tercera ola –la que ocurrió en Navidades y que fue la que más rápido se expandió y cifras más altas de contagios dejó– la IA a 14 días pasó de 272 el 4 de enero a 899 el 27 de ese mismo mes: se triplicó en poco más de tres semanas, aunque también es cierto que en aquel caso la incidencia partía desde más arriba y llegó a un punto bastante más alto. ¿Qué está pasando? ¿Por qué se dispara a este ritmo la tasa de incidencia cuando cada vez más personas están vacunadas (y, aunque puedan seguir contagiando, cada vez está más claro que lo hacen mucho menos)?

En este gráfico se observa la intensidad de esta quinta ola: la incidencia sube a la misma velocidad que la tercera.

Los expertos consultados para elaborar este artículo hablan de una doble situación que ha provocado –o favorecido– la explosión de este ascenso: por un lado, la paradoja de que la buena marcha de la vacunación y la (relativa) buena evolución de la incidencia, en descenso hasta ese 22 de junio, han llevado a una relajación generalizada, pero especialmente entre el colectivo de jóvenes, que descuidaron las medidas de seguridad. Por otra, la coincidencia en el tiempo de la eliminación de ciertas restricciones (especialmente las del ocio nocturno) y de una especie de “Navidad en verano” con la celebración de reuniones y fiestas concentradas en pocos días, en referencia a los viajes de fin de curso.

“Una tormenta perfecta”

Quique Bassat, epidemiólogo e investigador de ISGlobal, lo define como “una tormenta perfecta” por las condiciones del país, del colectivo que está registrando la mayoría de los positivos y las características de la variante Delta, más contagiosa. “Se concentra la transmisión, que es hasta cinco veces mayor, en un grupo de edad especifico, que no está protegido por las vacunas, que no tiene percepción de riesgo [porque sabe que la mayoría de los casos son leves o asintomáticos], y que, por tanto, incurre en actitudes de riesgo sin ser conscientes de que van a infectarse”.

Basta con echar un vistazo al desglose de la incidencia por grupos de edad para comprobar que, en esta ocasión, son los jóvenes quienes están tirando de los contagios para arriba. Los cuatro grupos que más positivos están registrando en esta ola son, principalmente, los de las personas entre 20 y 29 años (IA de 882) y los de 10 a 19 (636). Después vienen los menos jóvenes de 30-39 (329) y los de 40 a 49, ya por debajo de la media en 168, todos ellos datos de este viernes.

Ildefonso Hernández, portavoz de la Sociedad Española de Salud Pública (SESPAS) y que fue director general de Salud Pública de 2009 a 2011, señala que “hay que ser prudente”, pero apunta que, a todo lo que dice Bassat, “se une una percepción pública general de que la cosa estaba encauzada y de que no importaba tanto que alguien se infectara [en el caso de los jóvenes] porque iba a tener un pronóstico favorable y/o no iba a contagiar a nadie”. Hernández no cree que el desconocimiento haya jugado ningún papel en este caso: “No es que la gente no sepa lo que hay que hacer, lo saben perfectamente especialmente los jóvenes, que llevan meses tomando las medidas en sus centros educativos, por ejemplo”. El problema, elabora, es que hasta ahora los “empujoncitos” iban en las dos direcciones (hacia la prudencia y hacia la relajación), “pero en este caso van todos en la misma dirección”.

Este experto explica que puede haberse dado la paradoja de que el buen ritmo del país haya sido contraproducente en este caso específico proyectando una falsa sensación de seguridad. “Se da una mezcla de cosas que puede haber contribuido a que la gente haya bajado la guardia ante las medidas preventivas. Es muy probable (aunque habría que comprobarlo preguntándoles) que la sensación de que los mayores estaban protegidos haya contribuido a este pensar de que ya solo corres el riesgo por ti y te importe menos si eres joven” porque piensas que aún cogiéndolo no va a ser grave. El problema con este razonamiento, añade, es con estas subidas de la incidencia la transmisión pasa a ser general y se descontrola.

Pedro Gullón, también epidemiólogo, apunta a la coincidencia en el tiempo y el espacio de una serie de circunstancias. “Había elementos que apuntaban a un aumento de la incidencia, pero de ahí a esta explosividad hay un salto exponencial”, comenta. ¿Qué elementos? “El descenso de las restricciones en el ocio nocturno, que no ha sido secuencial sino de golpe, relacionado con los viajes de fin de curso y el aumento de los eventos supercontagiadores”.

Navidad en verano

Gullón establece un paralelismo entre esta situación y lo que ocurrió en la tercera ola, en Navidad. “Tiene un efecto similar: te juntas con gente a la que no ves tan a menudo, en un periodo de tiempo corto, pero en este caso en vez de ser en casas pequeñas se hace en espacios grandes, como las discotecas”. Súmese la alta capacidad de infección de esta cepa y ahí están los eventos supercontagiadores.

También ha influido, sostienen los expertos, que en este caso España partía de una situación peor que el pasado verano, con una incidencia que no bajó de 90 frente a una de 20 hace 12 meses. “Es más posible que explote así”, observa Gullón.

Este epidemiólogo también cree que este podría ser uno de los factores diferenciales de España respecto al resto de Europa, donde excepto Reino Unido y Portugal la incidencia es notablemente más baja. “Aunque también están en ascenso”, observa, “parten de una situación más baja porque tomaron medidas más duras” durante la primavera, y con este punto de partida es más fácil que no se dispare tanto la incidencia.

Bassat se apunta a esta teoría y señala las diferencias con otros países en este ámbito. “La falta de agilidad y proactividad de los que tienen que hacer algo para responder al desafío, somos campeones de mirar las cosas desde la barrera y no actuar”, opina. Gullón añade que “el gran peso del turismo y el ocio nocturno en la economía del país provoca que haya que abrir antes, en otros países han aguantado más”. Y, de nuevo, vuelta a lo mismo: población susceptible de contagiarse, junta en el mismo espacio y en un ambiente de incumplimiento de las pocas medidas de seguridad que quedan en el ocio nocturno “porque la gente viene a pasárselo bien” y cuesta más dejarse la mascarilla puesta, por ejemplo.

Pese a todo, y a la dificultad de aventurar cómo va a evolucionar la situación, estos epidemiólogos confían en que pasado este momento de viajes de fin de curso, con las comunidades pidiendo más restricciones y la vacunación avanzando y llegando a los grupos más jóvenes, la situación se estabilice. “Es difícil predecirlo, pero sí es posible que dada la situación y el incremento de casos la percepción de riesgo cambie y empiecen a bajar la incidencia”, cierra Hernández. Pero por el camino, tercia Gullón, “hay que reforzar todos los servicios donde está recayendo la presión asistencial de esta nueva ola, que como son menos casos en hospital está viniendo todo en Atención Primaria, el seguimiento de casos y sus contactos y poner restricciones en los lugares de más riesgo, como los locales cerrados de ocio nocturno”.