Todavía no se ha aprobado ninguna prórroga, pero ya hay prisa por levantar el estado de alarma. A pesar de que los epidemiólogos insisten en que “nadie sabe cómo vamos a estar en diciembre”, ya hay voces que exigen limitar al máximo la duración del estado de alarma contra la COVID-19 para “salvar la campaña de Navidad”.
“La duración del estado de alarma responde más a razones legales o políticas que científicas. Eso está claro”, explica el catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública, Fernando Rodríguez Artalejo, que calcula que la epidemia “va a durar”. “Creo que hasta verano, como pronto, no vamos a estar fuera de la situación pandémica. Aunque tengamos la vacuna en diciembre o enero, hay que ver lo eficaz que es, cómo administrarla… y todo eso no tiene mucho que ver con lo que dure el estado de alarma”.
Sin embargo, el presidente del PP, Pablo Casado, la de Ciudadanos, Inés Arrimadas o la portavoz de ERC, Marta Vilalta han considerado este lunes, por diferentes motivos, que la prórroga del estado de alarma que ampara las medidas más contundentes contra la pandemia no debe extenderse lo que pide el Gobierno. Pablo Casado ha vinculado incluso su apoyo parlamentario al decreto, entre otras cosas, a que se limite “a ocho semanas” para dejar fuera la campaña comercial navideña. Su versión acabaría el 6 de diciembre.
La epidemióloga Pilar Serrano Gallardo entiende que “los seis meses no es nada exagerado porque desde el punto de vista epidemiológico pensar que esto va a estar controlado en Navidad es un sueño: no acompañan la climatología ni la incertidumbre sobre cómo se van a traducir las medidas del consejo interterritorial”. Serrano, miembro de la Asociación Madrileña de Salud Pública, se hace una pregunta sobre la evolución previsible de la enfermedad: “¿Va a mejorar milagrosamente? No. La Navidad es un deseo, pero nada hace pensar que la situación vaya a estar mejor”.
“Que no nos entre el frenesí navideño como nos entró el frenesí del verano”, resume el ex director de Acción Sanitaria de la OMS, Daniel López Acuña. Se refiere a la reapertura de las actividades económicas tras el confinamiento domiciliario de primavera para la campaña turística estival. Una aceleración de la desescalada que ha sido criticada recientemente en un análisis de la revista médica The Lancet, que señalaba entre los errores de España una “reapertura demasiado rápida y rastreo de casos demasiado lento”.
España registró su menor incidencia acumulada global desde que se declaró la pandemia el 25 de junio con 7,74 casos por 100.000 habitantes. La evolución de la curva durante lo que López Acuña llama “frenesí veraniego” llevó a que el 31 de julio esa incidencia en 14 días se situara en los 57,46 contagios. Un mes después, el 31 de agosto, escaló a los 205 y para el final de septiembre ya estaba en los en 284 casos. Después ha llegado el subidón de octubre.
La idea de la campaña de Navidad como referente para la gestión de la pandemia está siendo utilizado por algunos responsables políticos a medida que avanza el otoño. El vicepresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio Aguado (Ciudadanos), expresó la semana pasada que quería rebajar la curva de contagios hasta una incidencia de 25 casos por cada 100.000 habitantes para “salvar la Navidad” y hacer posible que “haya turismo de otras provincias, incluso de otras regiones de Europa”. Eso supondría, en el caso de Madrid, recortar la tasa 16 veces desde el último dato de 421 casos por cada 100.000 habitantes en 14 días. Su jefa, la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, corrigió y dijo que su objetivo para esa época era “que no haya contagios. No 25, que no haya”.
Serrano Gallardo estima que “las cenas, las fiestas, el turismo, la cabalgata… es muy difícil que vayan a ocurrir. Es un pensamiento mágico muy peligroso porque si se rebajara muchísimo la curva y se llegara, por ejemplo, a 100 casos por 100.000, se daría el peligro, como ocurrió en verano, de normalizar la situación como si el virus ya no circulara”. Rodríguez Artalejo cuenta que la llamada campaña de Navidad “no es ni puede ser un elemento relevante a la hora de tomar las decisiones sobre la COVID-19. Ahora tenemos mucha transmisión comunitaria y alta ocupación en los hospitales. Si estas medidas consiguen que todo esté más controlado para la época navideña, muy bien, pero nadie sabe cómo vamos a estar en diciembre: no conocemos la eficacia de estas medidas concretas, aunque suponemos que serán útiles”.
El peligro de los calendarios fijos
López Acuña admite que “todo el mundo tiene estas expectativas porque a nivel social y de actividad económica la Navidad es importante”, pero advierte de que “todos los pasos que demos deben estar subordinados a la pandemia y a la presión asistencial”.
Pedro Gullón, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), coincide en que marcar calendarios fijos puede ser “peligroso” porque la evolución del virus “es impredecible”. Es posible, además, que ahora se logre atajar la curva y en diciembre haya comunidades que registren incrementos fuertes, explica. Gullón advierte de que aunque se llegue a la Navidad con una transmisión baja, las fiestas “serán muy atípicas” ante el riesgo de que “actúen con efecto multiplicador, incluso más que el verano: es un corto periodo de tiempo, con una movilidad altísima y contactos con personas que posiblemente no hemos visto en los últimos meses”.
Lo que tienen claro ambos expertos es que aún queda mucho camino para alcanzar el reto de los 25 casos por cada 100.000 habitantes del que también habló el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, tras aprobar el estado de alarma. López-Acuña augura un “esfuerzo monumental” en el que los toques de queda “serán efectivos, pero se quedarán cortos”. “Son necesarias medidas más restrictivas, eso sin dejar de hacer PCR, rastrear y aislar a los positivos, fomentar el teletrabajo y el autoconfinamiento. Si hace falta un confinamiento domiciliario es algo que tendremos que ver y yo creo que dependerá mucho de cómo veamos la curva de aquí a entre dos y cuatro semanas”, explica. En esta ocasión, además, el aplanamiento es “mucho más lento” que en marzo o en abril, añade Gullón, porque ahora hay elevados niveles de actividad social y económica y entonces fue un cierre total.
El catedrático Rodríguez Artalejo remata que esa incidencia supondría “tener muy muy controlada la pandemia. Es un horizonte más aplicado para movilizar a la población y que se acepten las medidas”.