Los expertos piden evaluar el peligro de contagio en interiores y trasladar la actividad de bares y restaurantes al exterior

Marta Borraz

12 de octubre de 2020 22:03 h

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A medida que la segunda ola de coronavirus avanza en Europa, los países que más ven escalar los contagios vuelven a imponer restricciones para frenar al virus. En este tira y afloja global, los establecimientos de hostelería se ven afectados de lleno y, en ocasiones, a las limitaciones de aforo les siguen cierres totales (y temporales) como los dictados recientemente en París, Bucarest o Bruselas en el caso de los bares. En Reino Unido, bares y pubs de Liverpool y parte de Escocia permanecerán cerrados algunas semanas y aquí en España, la Xunta ha decretado que los bares de Ourense no podrán atender clientes en el interior. La medida se extiende mientras gana peso la teoría de la transmisión del virus por el aire y cada vez más voces reclaman una apuesta decidida por los exteriores que evite la fórmula casi perfecta para el contagio: interiores con escasa ventilación, sin distancia y sin mascarilla.

Es lo que habitualmente ocurre en los bares y restaurantes. Nos ponemos la mascarilla para salir de casa y caminar por la calle, entramos al local y una vez empezamos a beber o comer, nos la quitamos hasta que nos vamos. A ello se suma la dificultad para mantener las distancias y que, si existe mala ventilación, las gotitas respiratorias pueden acumularse en el aire y provocar contagios más lejos. Aunque el papel exacto que juegan los aerosoles en la transmisión es una incógnita, la evidencia apunta a los interiores como focos muy importantes de infecciones. Precisamente por eso la OMS lleva pidiendo desde el principio a la población que evite las 'tres C': espacios cerrados, lugares concurridos y el contacto estrecho.

Hay varios estudios que lo ponen sobre la mesa. Un preprint observó 19 veces más contagios en lugares cerrados que en abiertos en Japón y otra investigación, en China, registró que todos los 318 brotes con tres o más casos identificados tuvieron lugar en interiores. Un reciente estudio de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EEUU ha analizado grupos de personas con el virus y sin él y concluyó que los primeros tenían más del doble de posibilidades de haber acudido a un bar o restaurante en las dos semanas anteriores. En España, Sanidad y Transición Ecológica han actualizado un documento de recomendaciones en el que, por ello, apuestan por abrir las ventanas y ventilar los espacios cerrados –también hogares, centros de trabajo o escuelas– como fórmula contra los contagios.

El cóctel que se concentra en bares y restaurantes, apuntan voces expertas, los convierte en lugares donde los contagios pueden darse con mayor facilidad, pero qué hacer con ellos no es una decisión fácil, y menos en un país en el que el sector tiene gran peso en la economía, del que dependen casi dos millones de empleos y que ya ha sido duramente golpeado por las consecuencias de la crisis. Ya en la desescalada, los interiores de los bares y restaurantes fueron los últimos en abrir, aunque sí se permitían terrazas, y tras el fin del estado de alarma, son las comunidades las que gestionan las restricciones. Prácticamente en todas partes los aforos se han reducido, se ha adelantado el cierre y en algunas se impide el consumo en barra. Con todo, el único marco común es la reciente orden de Sanidad para cerrar ciudades en situación grave y que establece un aforo del 50% dentro y del 60% en las terrazas. En Navarra, este fin de semana se ha establecido para toda la Comunidad Foral un límite del 30% en interiores. En agosto, además, se decretó en todo el país el cierre de discotecas y ocio nocturno debido al ascenso de los contagios.

“Lo que está claro es que ahora mismo el gran reto son los lugares cerrados y mal ventilados, y ahí los bares y restaurantes se erigen como espacios con una altísima probabilidad de contagios; desde luego, son las actividades más peligrosas de las que tenemos hoy en funcionamiento, son grandes focos de contagios”, defiende Usama Bilal, profesor de Epidemiología y Bioestadística de la Drexel University (Philadelphia). Con él coinciden todas las voces expertas consultadas para este reportaje, pero difieren en la contundencia con la que afrontar el problema. Para Bilal, los interiores de la hostelería o de las casas de apuestas “deberían ser una prioridad de cierre desde hace mucho” y “no deberían abrir hasta que no hubiera un escenario de control del virus”.

El experto apunta a las diferencias con otros interiores, como los de las tiendas o los gimnasios, donde también se ha señalado un mayor riesgo de contagio: “Fundamentalmente, que usamos mascarilla y no vamos allí a reunirnos y sin apenas distancia. En las tiendas pasamos menos tiempo”. Por otro lado, los gimnasios, que también son un foco de contagios “sí exigen aforos muy reducidos y aplicar distancia de seguridad y mucha ventilación”, explica Fernando García, miembro de la asociación madrileña de Salud Pública. Pedro Gullón, de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), apunta a que “hablamos mucho de bares y restaurantes” y llama a poner el foco también en otros espacios, pero admite que “hay interiores que tienen un poco más de riesgo que otros, en escala sería tiendas, gimnasios y hostelería”. Sin embargo, reconoce la “dificultad” de “encontrar una fórmula perfecta”. Desde el punto de vista exclusivamente de la salud pública, señala, “son sitios de mucho riesgo, pero España tiene una dependencia enorme de la hostelería, así que en todo caso tendría que ir acompañado de un paquete de rescate público”.

Economía, salud y socialización

Gullón llama también a poner el foco a los efectos que este tipo de cierres pueden tener para la transmisión del virus si la gente acaba por trasladar sus encuentros a las casas, donde también hay mayor riesgo. Pero sí se muestra más acorde a la limitación de los interiores en las zonas más afectadas por la pandemia. Ya ocurrió en agosto en Lleida, donde se llegó a cerrar el interior de bares y restaurantes para intentar contener el primer gran brote detectado en la 'nueva normalidad' o en Ourense estos días. Se suma a la idea García, para el que “las medidas a tomar dependen del grado de circulación del virus”. Con la incidencia en Madrid, que aunque ha disminuido sigue siendo alta, “deberían tomarse medidas mucho más restrictivas” como “cerrar los bares durante 15 días y reducir mucho el aforo de los restaurantes, además de registrar los nombres de todos los clientes por si se producen casos para rastrear contactos”.

Sin embargo, en la Comunidad se permitirá a partir de mediados de octubre que discotecas y salas de fiestas operen como restaurantes, según anunció el vicepresidente Ignacio Aguado. Con todo, García reclama no perder de vista que limitaciones más contundentes deberían acompañarse de “medidas sociales para compensar a empleados y propietarios” y, aunque todos los países están inmersos en equilibrar economía y salud pública, lamenta que ello centre el debate porque “ese dilema es falso”: “Mientras no tengamos suficientemente controlado el virus, no podremos levantar la economía y los países en Europa menos perjudicados económicamente son también los que han sabido controlar mejor su propagación”, asume.

Hay otro factor que entra en juego a la hora de hablar de cierres interiores en la hostelería. Y lo plantea Andrea Burón, epidemióloga y vicepresidenta de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria (SESPAS) al poner sobre la mesa las implicaciones sociales que puede conllevar. Los encuentros en bares y restaurantes, opina, “es una de las vías que en España tenemos de relacionarnos socialmente y forma parte de nuestra cultura, que ya estamos modificando. Yo creo que anularlo por completo no es bueno para el sector, pero tampoco para el resto de la sociedad. Si por evitar casos de coronavirus, provocamos casos de adicciones o problemas psiquiátricos, no compensa”. Por ello, llama a apostar por modelos “que permitan un balance entre la reducción de la transmisión y poder hacer encuentros”.

La escasa apuesta de España por el exterior

En eso todos los especialistas están de acuerdo. Incentivar todo tipo de actividades al aire libre, y en concreto sacar a la calle los interiores de bares y restaurantes, lleva siendo reclamado por expertos y epidemiólogos desde hace varios meses, pero “el verano ha sido una oportunidad perdida para España en este sentido”, lamenta Gullón. Más allá de algunas ampliaciones de terrazas y actuaciones más locales, en nuestro país no ha habido una apuesta generalizada y decidida por el exterior. Para Bilal, que reside en Filadelfia, es algo “muy sorprendente” teniendo en cuenta “el buen clima que tiene España en general”. Hay otros ejemplos: en Dinamarca y Noruega reforzaron la realización de clases en el exterior y Nueva York ha logrado mantener, al menos hasta ahora, los contagios con una apuesta radical por el aire libre.

El interior de sus restaurantes no abrió hasta hace una semana (y lo ha hecho al 25% del aforo). Durante estos meses, la ciudad, que además tuvo una desescalada más lenta, ha dado prioridad a la vida diaria fuera de lugares cerrados y con aglomeraciones. Desde la alcaldía han apostado por el programa llamado “Restaurantes Abiertos”, que permite a la hostelería montar terrazas en las aceras y en la calzada para servir a los comensales. Además, más de 60 calles se han cortado al tráfico los fines de semana para permitir que los restaurantes instalen mesas y muchas actividades como clases, exposiciones o conciertos se desplazaron al exterior. Como ejemplo, en España, los cierres de parques y jardines siguen planteándose como medidas para frenar los contagios o se dan paradojas como que, a pesar de las evidencias, el Ayuntamiento de Madrid ha revertido la peatonalización de los domingos de 12 calles en las que se favorecía la actividad física.

Para Pedro Gullón, un ejemplo es lo que ocurre con la orden de Sanidad para ciudades de más de 100.000 habitantes, en la que la diferencia entre el aforo interior de bares y restaurantes y terrazas es escasa –50% y 60% respectivamente–. En su opinión, sería más interesante “bajar la interior y subir la exterior”, aunque incide en que la apuesta por el aire libre no significa que en esa circunstancia no circule el virus y hay que seguir manteniendo las medidas de distancia y mascarilla. “No sé cuál es la formula perfecta, pero tenemos que apostar por ayudar a que el interior de los bares y restaurantes salga a la calle”, añade Burón. Con el frío, la apuesta se complica, pero todos los epidemiólogos coinciden en lo mismo: “La evidencia va aumentando, así que hay que habilitar los exteriores como sea, y si tenemos que pasar frío, pues tenemos que acostumbrarnos”, dice Manuel Franco, profesor de la Universidad de Alcalá y experto en desigualdad y enfermedades.

Por ahí va también Fernando García, para el que el invierno es un reto, pero “en ciudades tan frías como Chicago han tomado medidas interesantes en este sentido: además de permitir aforos del 25% en los restaurantes de interiores, permiten que ocupen espacios al aire libre, a veces semidescubiertos, con al menos dos lados abiertos”. El recurso de las estufas exteriores, por ejemplo, es “dudoso” debido a su efecto para el medio ambiente, explica el experto, pero el uso de mantas también es una posibilidad. Lo que está claro es que pasar frío este invierno es la apuesta de los epidemiólogos: “Al fin y al cabo, en España no hace el frío que hace en Chicago y, al menos en las comidas, se puede estar al aire libre, eso sí, con más abrigo que en interiores. Siempre que no llueva”, resume García.

Junto a ello, los expertos reclaman medidas e incentivos para fomentar la ventilación y la filtración de aire de espacios cerrados. “Es muy importante que todos los interiores tengan sistemas de ventilación y de renovación del aire estrictos. Esto vale para todos los ámbitos, también laborales y docentes. Y se debe evitar siempre la recirculación del aire. Tenemos que acostumbrarnos a estar en interiores más fríos, con intervalos muy frecuentes de ventanas abiertas, en donde tendremos que estar más abrigados”, concluye el miembro de la asociación madrileña de Salud Pública.