Antonio Escohotado: “No hace falta legalizar las drogas. Debe derogarse la prohibición”
- Esta entrevista fue publicada en 'La revolución de la marihuana', número 23 de la revista de eldiario.es.
Antonio Escohotado (Madrid, 1941) nos recibe en el despacho de su casa, en el norte de Madrid, su patria chica. Escribe frente a un busto de hierro que le hicieron de niño, cuando vivía en Brasil. No es una estancia grande, pero está repleta de libros y papeles. Debajo de la mesa de trabajo debe haber una nevera mágica de la que salen cervezas frías para sus entrevistadores. En un momento de la charla bromeo con la opción de que vaya a la cárcel porque Escohotado estuvo un año en el penal de Cuenca en los años ochenta. Le sirvió para escribir su monumental Historia General de las Drogas (Espasa), un libro esencial. “Tenía otra edad, ahora no aguantaría. Si una cosa no te permiten en la cárcel es tomar drogas, y eso a mí me fastidiaría bastante”.
Su interés por las drogas, su interés intelectual, como pensador ¿llega desde el consumo o la reflexión?
Tuve unos ataques epilépticos de joven. El neurólogo, que era psiquiatra, intentó provocarme uno para estudiarlo, pero no tuvo éxito. Como último recurso me inyectó en vena una cantidad mínima de pentotal sódico. Noté unos cambios tremendos y me quedó el gusanillo. Me dije: “Aquí hay una ventana que estaba tapiada y te la han abierto. Te va a servir para mirarte a ti mismo y mirar lo de fuera. Tenía 16 años; hoy tengo 78”.
¿Descubre en esa ventana quién es o quién quiere ser?
En gran medida, pero también hay que tener la vocación de aprender, y para eso estar dispuesto a cambiar de idea, porque aprender lo exige. Después ya no puedes ser fiel a una religión, sea teológica o política, porque todas prohíben hacerlo llamándote revisionista, hereje y apóstata. Su denominador común es considerarte renegado por seguir pensando.
Le escuché esta frase: “Vive y dejar vivir es mucho mejor que vivir dando lecciones a los demás”.
Siempre me he considerado de izquierda, por el rechazo que producían los fachas, los conservadores de aquel mundo que tuve que padecer a mi regreso de Brasil. Acababa de venir Eisenhower y España empezaba acercarse a Europa. Era una dictadura evolucionando hacia dictablanda. La calle estaba llena de curas vestidos de curas y de militares vestidos de militares, y de grises [policía antidisturbios]. Todo aquello me levantaba ampollas. Por eso milité en la extrema izquierda, incluso pensé matar a Franco. Tardé mucho en comprender el valor infinito de la vida, empezando por la mía, pero sigo siendo de izquierdas en el sentido de dejar vivir, evitando el dogmatismo.
Fue comunista, pero lo dejó
Es otra religión. He sido comunista muchísimo tiempo hasta que se fue filtrando lo que pasaba en la Unión Soviética. Poco a poco me fui decepcionando también con Cuba. Me di cuenta de que aquello no funcionaba, que en realidad no funcionó nunca. Que no era una aventura de emancipación humana, compasión y eficacia. No había compasión, no había eficacia, fijar los precios por decreto era demencialmente ruinoso. También estaba convencido de que Marx era un gran pensador, y un hombre coherente, y solo dos años de estudio incompartido demostraron que ni un solo concepto suyo llega a tal. Fue duro aceptarlo, porque revelaba mi trivialidad y descuido previo.
Las drogas han estado presentes en todas las culturas, eran un medio de conexión con los dioses y la magia. ¿Esto empieza a cambiar con las religiones monoteistas?
En la religión cristiana reparten una comunión solo formal. Como los musulmanes, sus ceremonias son básicamente profesiones de fe; pero los cultos paganos —sobre todo las ramas mistéricas, presididas en la cuenca mediterránea por Eleusis y los ritos báquicos— se sirven de hostias psicoactivas, como descubrieron los misioneros en América, África y Asia. Los nativos se tomaban la oblea de pan con la mejor voluntad, aunque al cabo de dos horas sugerían que “su medicina se ha estropeado”, ofrecían sus vehículos comunión (que estaban todavía “frescos”) y arriesgaban sin querer la hoguera. Observa que hasta bien entrado el siglo XX, el opio es la piedra filosofal de la medicina, el principal regalo divino a los terapeutas, tanto agnósticos como judíos, cristianos y musulmanes. Concretamente, hasta la Convención Internacional de 1971, pues desde ella “carece de uso médico y científico”. Media línea se cargó una tradición de 4.000 años en todos los continentes.
The Economist, una revista liberal de mucho prestigio, ha publicado dos portadas en favor de la legalización de las drogas.The Economist
No hace falta legalizar. Deroguemos la prohibición, como se derogó la Ley Seca. El tabaco y el café han estado prohibidos con mutilaciones en Irán y Rusia. La primera vez que te sorprendían te cortaban las orejas; la segunda la nariz y la tercera te ahorcaban por desafiar al Emperador. En El Cairo, castigaban al bebedor de café con bastonazos en las plantas de los pies, y le arrancaban un diente por cada infracción, hasta que una asociación de maestros tuvo la ingeniosa idea de que el café combatía una “epidemia de somnolencia”, en función de la cual los estudiantes se dormían leyendo el Corán. De hecho, no ha habido un sólo caso de sustancia psicoactiva que no haya pasado de panacea a pócima infernal, o simple desvergüenza punible. Salvando los breves disparates en Irán, Rusia y Egipto, ninguna droga se tipificó duraderamente en códigos penales hasta la ley Harrison de 1914, vigente solo en los EEUU. Cada cultura resolvió de modo extra jurídico su relación con las drogas tradicionales y las nuevas. La cruzada actual es estructuralmente idéntica a la lanzada contra la brujería y —como aquella— amplió espectacularmente los supuestos males.
¿Hay miedo a dejarse sentir? ¿Hay miedo a vivir?
No hay soluciones simples. Todos los problemas humanos son complicados, y muchas veces los remedios agravan la enfermedad. Con Internet y el bitcoin se acabó el desabastecimiento, pero hace ya décadas que la guerra oficial se convirtió en armisticio tácito. Curiosamente, las drogas prohibidas son los únicos artículos resistentes a inflación, cada vez más asequibles por multiplicarse los puntos de venta. Por otra parte, dosis sola facit venenum (“solo la dosis hace el veneno”, Paracelso, S.XVI), y la única manera de velar por la salud es una transparencia en la composición, pero fracasar en accesibilidad y número de usuarios no ha impedido que la Prohibición triunfe al hacerse misteriosa, convirtiéndonos en cobayas de irresponsables.
Se habla de la dependencia como coartada de la prohibición.
La razón para tomar o no tomar no es nunca el síndrome de abstinencia. Hay un síndrome más duro y prolongado en las benzodiazepinas, que hoy toma medio mundo, y sencillamente feroz en el delirium tremens del alcohólico. ¿Atribuimos a esos “monos” el uso de sedantes, somníferos y bebidas alcohólicas? Simple buena fe, por favor. La heroína ha sido de venta libre, sin receta, en todo el planeta durante 50 años, y no produjo un solo yonki. El primero fue Burroughs, cuando había pena capital para quien vendiese heroína a menores.
Lo mismo pasó en Chicago con el whisky.
No puedes comparar los carteles colombianos y mexicanos con Al Capone. Era un niño de pecho que tendría diez sicarios. Estos tienen 4.000.
Me refiero a que si se levanta la prohibición, se acaba el negocio.
Poco antes de derogarse la Ley Seca, The New York Times gemía aterrado, imaginando a todo cristo borracho, pero el consumo subió un 5%, luego un 7% y un año después era un 0,5% inferior. ¡Infórmense! ¿Evitaremos la ludopatía prohibiendo fabricar barajas? ¿Las mujeres de rostro abrasado retirando el ácido sulfúrico de las droguerías? ¿El terrorismo acabando con la dinamita? ¿Por qué todos los manuales de toxicología ven en el alcoholismo el resultado de un temperamento, pero el yonquismo como fruto de una atracción irresistible? ¿Qué hacemos en el siglo XXI cantando en secreto al paraíso celestial con el rechazo de paraísos artificiales? ¿Hay algo más natural que la química?
Como el aborto, que si se aprobaba habría abortos masivos.
Salvo en Rusia y medios bolchevizados, donde no son infrecuentes mujeres con 10 y 15 abortos. Por lo demás, no he conocido a ninguna que no le duela, entre mucho y muchísimo. Por supuesto, si el feto proviene de una violación, si padece malformaciones o si pone en peligro a la madre, por ejemplo, será aconsejable y gratuito. Pero debe quedar totalmente claro que la naturaleza creó con el mecanismo reproductivo un tercero —el nasciturus— digno de protección como tal, porque no se trata del “de la piel para dentro mando yo”, y muchísimo menos cuando no solo hay anticonceptivos refinados sino la píldora del día después. En ese caso, y si la relación fue consentida y el feto está sano será una canallada punible —y para nada un derecho a atención médica— cortar su hilo con la vida. Una legislación sensata sobre el aborto tampoco multiplicará su práctica, como tampoco se disparó significativamente el consumo tras levantar la prohibición de consumir alcohol, café, tabaco, cáñamo, mate u opio. Recordemos que todas las cruzadas han partido de algún dogma, hoy disfrazado de iniciativa científica y humanitaria, y que la solución es siempre pasar del prejuicio al juicio, de la ignorancia a la ilustración. Atrevámonos a estudiar honradamente.
¿Que le parece la experiencia de Uruguay en la legalización de la marihuana?
Un desastre. Voy a dar una conferencia en Montevideo y me pondrán verde, pero es grotesco pasar de la prohibición a un monopolio estatal ñoño, donde solo se admiten proporciones muy bajas —y encima caras— de THC [tetrahidrocannabinol]. El mercado negro se aprovechará, y no olvidemos tampoco que el estigma del cáñamo ha desaparecido.
En Colorado, también está legalizada la marihuana. ¿Funciona como Uruguay?
En Colorado, se están vendiendo variantes con el doble de THC. Tras la heroica y lucrativa experiencia de los coffee shops holandeses, desde 1967, el espíritu empresarial yanqui derogará la prohibición instada por sus moral entrepreneurs de principios del siglo XX (que eran todos curas y aspirantes a clase política).
Se insiste en los efectos terapéuticos de la marihuana para cambiar la opinión de los Gobiernos sobre la despenalización.
Parece que esa va a ser la punta de lanza.
¿Qué espacio le queda a la izquierda ahora?
La izquierda —que desde Saint Simon y Payne ofrece una rama democrática, contrapuesta a la secta mesiánica fundada por Babeuf, Blanqui y Marx— debe darse cuenta de que pelea contra el fantasma de una derecha desaparecida, o mejor aún vencida, desde el Plan Marshall, y que optó desde entones por irse al centro. La rama comunista va de desastre en desastre, entre otras cosas porque con la movilidad social de los países prósperos cesó cualquier motivo razonable para odiar al rico. Si prefieres, no hay otro camino al bienestar material moral que más ricos y menos pobres, como por cierto acontece. Seguir imaginando que los ricos no van al cielo desembocó, milenios después, en la abominación de psicópatas proclamando que la revolución es todo, y “no importará entonces ser pobres o pocos”, como dijo Chávez. Ya Lenin preguntó a Fernando de los Ríos: “¿Libertad para qué?”. Hoy, la catástrofe electoral parte de imaginar que existe una ultra extrema derecha, simplemente porque sigue existiendo una extrema izquierda, cuya rigidez ideológica ha precipitado una alianza con el integrismo islámico. Dime con quién te tratas...
¿Por qué tenemos en nuestra cultura tanto miedo a la muerte?
Pues no sé quiénes lo tendrán, Sócrates no lo tuvo, no he conocido un hombre digno que lo tenga. Mira el caso de Ernst Jünger: siete heridas de bala en la Primera Guerra Mundial, dos en la Segunda. No le podemos pedir a la humanidad que tenga el coraje de un Jünger o un Sócrates, pero cuando la vida se despide de ti, despídete tú de ella con gentileza, o en otro caso te sentirás como una rata en la bodega de un barco que se va pique. Estoy encantado de morirme cuando toque y mientras tanto a vivir para la libertad y el estudio. ¿Para qué patalear ante lo inevitable? ¿No se supone que amamos la verdad y el conocimiento? Ea, a demostrarlo minuto por minuto.
Es importante que tengamos nosotros el control de la puerta de salida.
¡Claro! Pero ¿cuántas personas tienen un botiquín de eutanásicos en su casa, y cuántas estarán dispuestas a usarlo? El instinto de conservación es sagrado hasta que no cumples tu proyecto vital; hasta que no te encuentras a ti mismo y ejerces de aquello que descubriste. Así eres útil a los demás como arquitecto, carpintero, escritor, padre de familia...
¿Es optimista a sus 78 años?
A veces me pregunto cómo diablos cabe ser tan feliz en términos anímicos. Barruntaba que la dicha se conquistaba aprendiendo, pero ahora lo sé a ciencia cierta. A veces le rezo al santo derrame cerebral masivo, otras al oportuno infarto. Mientras los múltiples achaques no aprieten demasiado —y por respeto a mi gente— aplazo el barbitúrico. También podría escribir algo útil para terceros entretanto. Cuando los achaques aprieten de modo infame, no se lo digo a nadie y me tomo mis 15 pastillas, en tres tomas, para no vomitarlas, con un buen malta escocés. Me retiro a dormir, y hasta siempre. ¡Viva la nada entonces!