A efectos prácticos, aunque no sobre el papel, la Conferencia Episcopal ha tenido el funeral de Estado católico por las víctimas de la COVID-19 que exigía al Gobierno. Entre la Familia Real, la vicepresidenta Carmen Calvo o los altos mandos de la región y el ayuntamiento de Madrid, no ha faltado representación institucional este lunes en la catedral de La Almudena.
La presencia de los Reyes y de Calvo, en buena medida, 'boicotea' el gran acto-homenaje que se celebrará en la plaza de Armas -a pocos metros de la basílica madrileña- el próximo 16 de julio. Ambas ceremonias van a estar presididas por Felipe VI, aunque en el Ejecutivo cunde la sensación de que los obispos quisieron tomarles la delantera al anunciar su propia eucaristía el pasado viernes.
Lo hicieron entre críticas al Presidente por apoyar eventos estrictamente laicos y a TVE por no realizar la cobertura a nivel estatal que sí harían Telemadrid y TRECEtv, la cadena de los obispos. Al final, la televisión pública ha rectificado y ha emitido la ceremonia al completo, mientras que la lista de invitados ha contado con más de 30 personalidades políticas. Un triunfo para la Conferencia Episcopal que, sin embargo, no han aplaudido las decenas de familiares de víctimas del coronavirus que se han quedado fuera de la misa.
“Lo han hecho para ganarse la simpatía del pueblo, pero así no se ganan nada. Debería ser una misa por los fallecidos y para las familias”, dice María Antonia, de 82 años, con los ojos llenos de lágrimas. Ella perdió a su marido por culpa del coronavirus y cuando escuchó que se estaba preparando un homenaje a las víctimas por la radio, emprendió el camino desde Villaverde Alto. “Seguro que a ninguno de los que está ahí dentro se le ha muerto nadie”, replica la excosturera refiriéndose a los políticos. Según los datos de la Conferencia Episcopal, 70 familiares tenían reservado asiento en la basílica.
Mientras, por la puerta secundaria desfilan representantes políticos como Begoña Villacís y Edmundo Bal, ambos de Ciudadanos. “No hay derecho, nos dicen que no podemos pasar y somos familiares”, le increpa una mujer a la vicealcaldesa de Madrid. “Lo siento, no ha sido un acto del Ayuntamiento, voy a entrar a ver qué se puede hacer”, les contesta ella, pero los minutos pasan y el personal de seguridad continúa negando la entrada a quien no esté en la lista. “Nadie sabe cómo apuntarse, parece secreto de Estado. Lo llego a saber y lo veo desde la televisión”, cotillean los paisanos.
“Es la primera vez que oigo que hay que entrar a una iglesia con invitación”, se queja Carmen. “Yo estuve incluso en el funeral de Adolfo Suárez (de pie, eso sí) ¿Y no me van a dejar pasar cuando he perdido a mi hermano?”, continúa indignada. Otra mujer critica que los reporteros de televisión entrevisten a todos los personajes públicos pero no se hagan eco de lo que está ocurriendo a las afueras de la basílica. “Yo también soy del gremio, pero no comparto esta forma de hacer periodismo que da voz solo a los que llevan medallas”, afirma. Su madre falleció en una residencia de Madrid, junto a casi un centenar de compañeros: “Dos meses estuve sin poder verla hasta que el virus se la llevó”, cuenta compungida.
“Han anunciado a bombo y platillo la misa y se han olvidado de lo más importante: decir que era privada. Con eso demuestran que era solo para posar delante de las cámaras”, continúa María Antonia, mientras se pasea preguntando si alguien sabe cómo entrar. Así llega a Paco, que ha creado su propio altar de la pandemia con recortes de periódico. Un libro negro lleno de portadas, noticias y mensajes con rotulador con lo que recuerda cada acontecimiento o catástrofe que ha vivido a sus casi 90 años. “Tengo la muerte de Franco, el 11-M y muchos más que guardo en el altillo”, explica rodeado de cámaras.
A su alrededor, los curiosos se van agolpando, pero no para ver su homenaje de papel, sino la llegada de la Familia Real, a quienes varios entusiastas reciben con un “¡Viva el Rey! ¡Viva España!”. “No sé por qué les aplauden, si estamos fuera por su culpa”, dice Fernando. “No es su culpa, es de la Conferencia Episcopal”, le responde otro paseante airado. Los ánimos se encienden aún más cuando una mujer comienza a insultar desde la acera de enfrente a todos los que se vitorean a reyes y políticos. “Hipócritas”, vocifera mientras la intentan acallar con silbidos y otros improperios. Quedan cinco minutos para la misa.
Los resignados, sacan el móvil. Miguel, su mujer, su hija y su suegra querían entrar en La Almudena para despedir al mejor amigo de este desde hace 30 años. “Mira alrededor, nadie sabía que no se podía entrar, si no no estaríamos aquí a 40 grados”, critica. Ha conseguido sintonizar el canal 24 horas, que ofrece en sus manos para quien quiera ver la misa desde su pequeña pantalla. Con esa excusa se acerca Mara, que sin quererlo empieza a llorar: “Mi sobrino, médico y de 47 años, ha dejado a dos niñas pequeñas huérfanas”. Cuenta que, durante el primer mes en la UCI, “le dijeron que no era grave y que iba a salir. No hay derecho”.
La eucaristía empieza y ya no quedan coches oficiales por entrar al recinto que separa el Palacio Real de la catedral madrileña. Sin embargo, los alrededores de la Calle Mayor se animan con extrañas funciones que roban la atención de paseantes, agentes nacionales y prensa. Entre todos ellos, destacan los runners del grupo ultra Resiste España, asociado a la órbita de Vox. Una veintena de ellos ha finalizado este lunes su particular maratón por la unidad de España a las puertas de La Almudena.
Como las fuerzas de seguridad no les dejan acercarse más, el grupo entona cánticos y vivas al rey y a España desde la acera de enfrente. “¿Quienes son?”, preguntan los despistados. “Defensores de la patria”, contesta una mujer enfundada en tres banderas. Después, han depositado unas flores a los pies de los agentes que les impedían el paso y han pedido un aplauso para ellos antes de retomar su carrera.
Dentro, el arzobispo de Madrid y cardenal Carlos Osoro oficia una misa “institucional” para las familias de las víctimas, pero con más presencia de la Familia Real que de los fallecidos. También de obispos como el de Alcalá, que se saltó el confinamiento e instó a batallar contras las medidas del estado de alarma impuestas por el Gobierno. Una ceremonia de Estado, como quería la Conferencia Episcopal, pero que ha dejado un sabor amargo entre los asistentes rechazados. El próximo 16 de julio volverán a intentarlo, prometen, “si es que nos dejan”.