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Familias: La libertad de elegir

En las últimas décadas hemos asistido a un cambio de paradigma en la conceptualización de la Familia. El modelo tradicional de matrimonio heterosexual con hijos, del que se partía en los años 80, convive actualmente con otros modelos de familia donde el estado civil (estar casado o no) y el hecho de tener hijos (la filiación) ya no son sus señas de identidad.

La naturalización del divorcio, la regulación del aborto, el reconocimiento de las parejas de hecho y del matrimonio civil, el acceso a los métodos anticonceptivos, el desarrollo de las técnicas de reproducción asistida o la aprobación del matrimonio igualitario son solo algunos de los hitos legales que han protagonizado esa transformación social. La familia que se construye al margen de la filiación, el estado civil, el binarismo de género y la biología ha irrumpido en un espacio que antes solo estaba reservado a la familia nuclear.

El escenario del futuro cuenta con una sociedad que ha asumido con naturalidad la complejidad y variedad de relaciones familiares. Una sociedad que ha integrado sin cismas irreversibles la des(hetero)sexualización de la institución matrimonial (la finalidad última del matrimonio ya no es procrear ni se reserva este solo a la unión de un hombre con una mujer), la desbiologización de la filiación (las alternativas para tener descendencia se amplían pudiéndose, además, elegir el momento para tenerla y el cómo) y la reordenación de los vínculos y los cuidados a partir de pactos de mutuo acuerdo (se avanza hacia la corresponsabilidad dentro de las relaciones afectivas, los modelos cooperativos de cuidados…). En definitiva, caminamos a paso firme hacia la posibilidad de elegir libremente entre diferentes modelos de vida según a cada quien le convenga. Es lo que se conoce como familias intencionales.

Sin embargo, a pesar del avance indudable que ha supuesto este cambio de paradigma —especialmente para las mujeres y las disidencias sexuales— no se han logrado subvertir las desigualdades y violencias de género que siguen teniendo un peso dramático y determinante en más de la mitad de la población. Frente a esto, la conformación de las familias intencionales —desde la voluntariedad, la libertad, la igualdad entre géneros y el apoyo mutuo— se presentará en el futuro como una oportunidad para crear espacios de afectos seguros y libres de machismo.

Podríamos así imaginar una sociedad donde se reconozcan como unidad familiar a aquellos adultos que deciden irse a vivir juntos la recta final de su vida, o al paraguas cooperativo que se abre cuando una pareja comparte la crianza de sus hijos con su entorno más cercano, e incluso, ¿por qué no? mantener relaciones simultáneas rompiendo con el tabú de la monogamia, o haciendo constar más de dos progenitores en una inscripción registral. Un futuro familiar en el que la construcción de los vínculos no sirva como medio de control sino como expresión de libertad de elección.

Para alcanzar este horizonte, y con el lastre de las violencias de género muy presente, las mujeres y las disidencias sexuales deberán ocupar un lugar central en el Derecho de familia del futuro. Máxime cuando en aras de una mayor igualdad los hombres van adquiriendo paulatinamente un creciente protagonismo en escenarios que hasta ahora parecían ser patrimonio exclusivo del género femenino. Algo sin duda positivo, si bien no suficiente cuando el corpus jurídico actual para las relaciones familiares sigue teniendo un sesgo heterosexista que necesita revertirse para garantizar el principio de igualdad. Sirva como ejemplo el requisito de casarse que se le exige a una pareja de mujeres para inscribir a su bebé, algo que no sucede con una heterosexual.

En este contexto social y legal no es posible encarar el futuro de la Familia sin fijar una línea roja a la hora de ir integrando las experiencias familiares protagonizadas por hombres: no arrebatar a las mujeres ni la soberanía sobre su cuerpo ni la libertad de elegir con quién quieren establecer vínculos afectivos.

Dentro de treinta años puede que hayamos asistido, por fin, a la verdadera transformación social, cultural y política de esa institución que llamamos Familia. La maternidad habrá dejado de estar vinculada legalmente a la mujer y se garantizará el derecho al libre desarrollo de la afectividad y la sexualidad de todos los miembros de la sociedad. Se habrá profundizado en el principio de equidad y se habrán erradicado las violencias de género que sesgan la libertad de las mujeres y las disidencias sexuales. De lo contrario no será posible un Derecho de familia que ampare los diferentes modelos de convivencia que las personas elijamos para desarrollarnos personal y afectivamente desde la libre voluntad y el consentimiento. Porque, el concepto de elección, en el futuro, será clave para que la familia sea la de intención. Es decir, familias donde no tendrán cabida ni el abuso ni la sumisión, ni dentro ni fuera de la relación. Familias por elección.