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Fania Davis, activista antirracista y feminista: “El sistema de justicia se basa en la cárcel, en dañar a la gente que daña”

Fania Davis, durante su estancia en Madrid.

Ana Requena Aguilar

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¿Qué es la justicia? Puede parecer una pregunta elevada, y quizá lo es. Pero suena pertinente en una sociedad en la que, ante cada conflicto, aparece como solución mágica el Código Penal. Fania E. Davis nació y creció en Birmingham, Alabama (EEUU), cuando la segregación racial y los asesinatos racistas arreciaban, y el boicot a los asientos separados en los autobuses iniciaba el movimiento por los derechos civiles.

Fania, como su hermana Angela Davis, quedó marcada por un contexto que, desde muy pronto, las dos aspiraron a cambiar. Si Angela Davis es conocida internacionalmente por su activismo antirracista y feminista, que le llevó incluso a la cárcel, Fania Davis siguió el mismo camino y hoy es conocida por ser una de las voces internacionales más relevantes sobre la justicia restaurativa y racial.

Esa justicia restaurativa busca ser una alternativa al punitivismo, pero no quiere ser sinónimo de impunidad. Davis ha estado esta semana en Madrid para impartir una conferencia al respecto dentro del ciclo Mujeres contra la impunidad, organizado por la Asociación de Mujeres de Guatemala y La Casa Encendida.

Fue abogada litigante durante décadas y activista por los derechos civiles, aunque también le gusta presentarse como abuela, bailarina o practicante de yoga. Fania Davis reivindica esa mezcla como reivindica que se puede pelear y sanar a la vez, luchar y apaciguar.

La justicia culpa y castiga, el modelo restaurativo quiere ser holístico: pone el foco en el daño y en cómo reparamos ese daño, cómo está quién recibe el daño, qué necesita, cómo están las personas de su alrededor

Ese podría ser uno de los lemas de la justicia restaurativa. “Se trata de un cambio de paradigma en la forma en la que pensamos la justicia. La justicia culpa y castiga, el modelo restaurativo quiere ser holístico: pone el foco en el daño y en cómo reparamos ese daño, cómo está quién recibe el daño, qué necesita, cómo están las personas de su alrededor. No significa dejar irse como si nada a quien lo hace, sino de que entienda por qué lo ha hecho, ver cómo lo puede reparar, y si hay una manera de que pueda aprender de ello, más allá de encarcelar o castigar sin más, que no sirve de nada salvo para hacer de esa persona un mejor criminal”, explica. Davis sabe mucho de daño: su conciencia terminó de cristalizarse cuando dos amigos suyos murieron en un atentado racista.

Pero, antes de eso, su vida fue desde el principio una inmersión en la segregación racial y la discriminación. “Las primeras palabras que aprendimos a leer mis hermanos y yo eran 'de color' y 'blancos', porque todo estaba segregado: colegios, iglesias, teatros, parques, piscinas, tiendas... Uno de mis primeros recuerdos es mi padre corriendo escaleras abajo con su arma en la mano porque había sentido algo fuera y pensaba que los terroristas raciales estaban frente a nuestra casa. Muchos padres habían formado un grupo para proteger a sus familias”, recuerda. Su ciudad, Birmingham, era una de las más violentas y segregadas del sur de EEUU, y su barrio se conocía como 'el monte dinamita' por la cantidad de atentados con bombas que el Ku Klux Klan ponía contra las casas de las familias negras.

“Mis hermanos y yo no entendíamos bien la realidad. Yo le preguntaba a mi madre, que era activista, por qué teníamos que vivir en un sitio donde no podíamos ir al carnaval, a la montaña rusa; por qué estudiábamos con libros que se caían a pedazos; por qué había tantos atentados...”, relata.

El asesinato de sus amigos fue la gota que colmó el vaso. “Cuando le preguntaba, mi madre nos decía que la realidad no siempre sería así, que las cosas tenían que cambiar, que habría un nuevo mundo y que nosotras tendríamos que crear ese mundo. Esas son las instrucciones que me dio mi madre entonces y sigo cumpliendo con ellas”, afirma la activista.

Vi que podía ser una guerrera y una sanadora a la vez, porque la justicia debe servir para darnos bienestar, para apaciguar el conflicto en lugar de avivarlo

Así que Davis se involucró en todo tipo de movimientos antirracistas, anti-apartheid, por la justicia económica o feministas, incluida su participación en las Panteras Negras, lo que le valió a ella y a su familia graves problemas con la policía y la justicia. El proceso contra su hermana, que se convirtió en una causa internacional (Angela Davis pasó un año en la cárcel acusada de secuestro y asesinato, y finalmente fue absuelta de todos los cargos), la inspiró para convertirse en abogada.

Pero años y años de práctica judicial la enfermaron. “Mi intuición me decía que necesitaba equilibrar mi rabia”, señala. El contacto con ritos tradicionales africanos y su participación en una conferencia en la que apareció la idea de la justicia restaurativa la reencaminaron hacia ese lugar.

“Vi que podía ser una guerrera y una sanadora a la vez, porque la justicia debe servir para darnos bienestar, para apaciguar el conflicto en lugar de avivarlo. No tiene que centrarse en la venganza sino en conseguir que la gente se sienta bien y en reducir los conflictos”, asegura.

Davis revisó su experiencia como abogada, de la que subraya dos ideas: por un lado, que la estrategia principal de los letrados suele ser “pintar monstruos” y, por otro, que las víctimas, muy a menudo, aún cuando conseguían victorias, “seguían destrozadas”. Pero también que nuestro sistema judicial, de tradición romano germánica, “se ha caracterizado por creer en la maldad y el pecado, y se ha basado en encarcelaciones masivas”. Una buena parte de las personas encarceladas son extranjeras y migrantes, “por eso pensar el racismo como una variable es imprescindible”.

Responsabilizar pero no castigar

Un principio fundamental de la justicia restaurativa es la responsabilidad de quien comete el daño y “no exponer a la persona dañada a uno mayor”. Pueden propiciarse, por ejemplo, encuentros entre el agresor y la víctima, si esta está de acuerdo. “Hay casos en los que quieren esa reunión para poder hacer preguntas y cerrar de alguna manera aquello que les hizo daño. Pero solo funciona si quien recibió el daño quiere. No es una panacea, no siempre funciona, especialmente si quien ha cometido el daño no asume la responsabilidad, niega los hechos, los minimiza, o no pide perdón auténticamente. En esos casos no se puede hacer, porque la persona dañada volvería a serlo”, explica. Antes de esos encuentros, preparan a la persona que ha ocasionado el daño para que comprenda y asuma su acción.

“Por supuesto, la justicia restaurativa no es para quien es inocente, esas personas tienen derecho a ir a un juicio”, apunta la activista. En el caso de que quien haya cometido el daño no quiera asumirlo ni reunirse con su víctima pero ésta si desee un encuentro, puede buscarse a alguien que le reemplace, “alguien que causó el mismo tipo de daño y que pueda tener esa conversación”.

Davis pone el ejemplo de un hombre que hizo pintadas ofensivas en las paredes de una sinagoga y que generó mucho dolor en la comunidad. La justicia restaurativa se puso en marcha y fue productiva para todas las partes: quienes se habían sentido dañadas se sintieron reparados y el ofensor entendió el dolor causado, limpió los desperfectos y aprendió sobre el Holocausto. “Si hubiera ido a la cárcel no hubiera aprendido nada, allí solo se piensa en cuánto tiempo queda para salir, no se ayuda tanto a reflexionar sobre los hechos y las consecuencias humanas”, asegura la activista, que sostiene que en este tipo de intervenciones las reincidencias se reducen un 60%.

Les enseñamos a los chicos que pueden utilizar la parte de su cerebro que hace juicios morales y que razona antes de hacer caso a la parte irracional que siente constantemente amenazas, que pueden hablar para superar sus diferencias en lugar de pelear

Fania Davis cuenta que en los inicios, la justicia restaurativa no se aplicaba a casos de violencia sexual y de género, pero que actualmente ya hay programas en marcha, la mayoría desarrollados por ONG u organizaciones comunitarias. “Hay estudios que muestran la eficacia en algunos casos, los primeros resultados están siendo positivos pero habrá que hacer una valoración, también del riesgo que pueden suponer. Y siempre contar con profesionales de la salud mental”, sentencia. Davis pone ejemplos de contextos muy duros en los que la justicia restaurativa se ha puesto en marcha de alguna forma, como el conflicto armado en Colombia, en Guatemala o Brasil.

Los jóvenes como clave

No hay una sola manera de entender la justicia restaurativa, pero Davis se queda con la definición que la muestra como una visión del mundo enraizada en enseñanzas indígenas, “una teoría de la justicia que trata de unir a todas las partes involucradas en un conflicto para buscar una solución colectiva”. Esa solución colectiva puede ser diversa pero siempre tiene que tener su origen en la comunidad donde sucede y contar con la voluntad de quien sufre el daño y de quien lo comete. “Nuestros sistemas de justicia están basados en la cárcel, dañan a la gente que daña para mostrar que dañar está mal, y eso solo incrementa el daño en el mundo. En los programas restaurativos le mostramos a la gente que no les hacemos precisamente lo que les decimos que no hay que hacer”, prosigue.

Un estudio mostraba que si un joven era expulsado de su centro tenía tres veces más posibilidades de acabar encarcelado, porque una expulsión hace justo lo contrario a lo que necesitas: te deja solo, te aísla, y sin supervisión adulta

Esos programas nacen fundamentalmente de la comunidad. Desde la organización de Davis en Oakland, que trabaja especialmente con jóvenes en cárceles o en bandas pusieron en marcha varios programas piloto en escuelas. “Creamos espacios donde 'vemos' a los chicos, donde les hacemos sentir escuchados, acompañados, creamos una comunidad a la que pueden pertenecer, les enseñamos que pueden utilizar la parte de su cerebro que hace juicios morales y que razona y que pueden calmarse antes de hacer caso a la parte irracional que siente constantemente amenazas, les enseñamos que pueden hablar para superar sus diferencias en lugar de pelear”, explica. Organizan eventos donde se plantan árboles o donde celebran fiestas con otros miembros de la comunidad, “y así ayudamos a curar el trauma y a frenar el ciclo de la violencia”.

Ante un problema en un centro educativo, en lugar de expulsar a las partes involucradas, se les acompaña. “Un estudio mostraba que si un joven era expulsado de su centro tenía tres veces más posibilidades de acabar encarcelado, porque una expulsión hace justo lo contrario a lo que necesitas: te deja solo, te aísla, y sin supervisión adulta”.

Fueron los colegios los que, ante los buenos resultados, decidieron luego seguir con este programa que comenzó liderado por las familias y la comunidad escolar: se redujo la violencia y las calificaciones escolares mejoraron. Davis defiende un modelo en el que puedan existir programas restaurativos comunitarios y otros dentro del sistema judicial, pero siempre gestionados por la comunidad, “porque esta justicia intenta cambiar la situación completa y eso no se puede hacer por completo desde el sistema dominante”.

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