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Fans cada cuatro años: ¿por qué nos encantan los Juegos Olímpicos aunque no veamos deporte el resto del tiempo?

El iraní Ali Pakdaman y el francés Maxime Pianfetti durante la pelea por la medalla de bronce por equipos de sable masculino en los Juegos Olímpicos de París 2024 del día 31 de julio

Luis Cereijo

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Cada cuatro años, en el primero de la Olimpiada, miles de millones de personas de todo el mundo se concentran en torno a televisores, móviles, ordenadores y radios para seguir los Juegos Olímpicos de verano. Concretamente, los Juegos de la XXXII Olimpiada celebrados en Tokio en el segundo año de la Olimpiada (2021) a causa de la pandemia, fueron seguidos por 3.050 millones de espectadores únicos. Una gran cantidad de estas personas no siguen ningún otro evento deportivo durante el interludio entre unos Juegos y otros. De hecho, el segundo evento más seguido del mundo, la final del mundial de fútbol masculino, se queda muy lejos: la final de la edición celebrada en Qatar batió todos los récords y fue seguida por una alucinante cifra de 1.500 millones de espectadores que, sin embargo, queda en un pírrico dato cuando se compara con los olímpicos juegos. Pero esto, ¿por qué ocurre?, ¿por qué tantas personas que tienen una difícil relación con el deporte, sin embargo, siguen los Juegos Olímpicos con placer?

Un reciente trabajo ha evidenciado que ver competiciones deportivas está asociado con un aumento de la actividad cerebral y del volumen estructural en las regiones cerebrales específicas relacionadas con el bienestar. Sin embargo, este bienestar no está al alcance de una parte importante de la población, ya que los deportes de masas no logran el disfrute de todas las personas. Para entenderlo, debemos poner la mirada sobre la construcción social que los envuelve.

18 días en los que entendemos el deporte

En nuestro día a día la hegemonía cultural deportiva está marcada por fuertes presiones del mercado, orientándolo (en nuestro entorno cercano) casi exclusivamente al fútbol masculino y, en mucho menor medida, al baloncesto. Esto permite la centralización de esfuerzos y recursos en un único gran producto que genera grandes beneficios económicos, despreciando y limitando la capacidad de crecimiento del resto de deportes.

El seguimiento es muy fácil y cómodo, lo que permite conectar con la narrativa de la competición y vivirla sin sentirnos que no lo entendemos

Sin embargo, tomando el programa olímpico de París 2024, los Juegos nos ofrecen 329 pruebas de 45 disciplinas de 32 modalidades deportivas distintas. Una enorme variedad de tipologías, sistemas y modos de competición que permite que sea más fácil encontrar alguno que se ajuste a nuestros gustos, formados por nuestras experiencias de vida y conformaciones culturales.

Además, todo se concentra en apenas 18 días. En un marco así ningún deporte tiene la capacidad de dominar sobre el resto. Son competiciones cortas, en apenas 16 días se desarrollan las más largas (deportes de equipo como waterpolo), mientras que muchas son de un solo día. El seguimiento es muy fácil y cómodo, lo que permite conectar con la narrativa de la competición y vivirla sin sentirnos que no lo entendemos. Esto es esencial, porque el deporte espectáculo habitual no facilita su seguimiento si no eres “de la manada”, permítanme la expresión. Los Juegos, por el contrario, buscan ese carácter universal y, por ello, el Comité Olímpico Internacional (COI) los protege sobre todo: ningún deporte ni deportista está por encima de los Juegos Olímpicos.

Los Juegos Olímpicos humanizan a sus atletas, se huye de la distancia a la que nos tiene acostumbrados el fútbol masculino o las grandes ligas estadounidenses

Esto último también es esencial: los Juegos Olímpicos humanizan a los y las atletas. Se huye de la distancia a la que nos tiene acostumbrados el fútbol masculino o las grandes ligas estadounidenses. Las normas olímpicas, ejemplificadas por la propia Villa Olímpica, reducen esta desigualdad de forma notoria. En nuestra mente quedan imágenes de grandes estrellas comerciales como Lebron James, Rafael Nadal o Michael Phelps (curioso que sean todos hombres) sentados en grandes comedores con deportistas anónimos de tenis de mesa o tiro con arco. Esto no es baladí, porque cuando se reduce lo externo, que solo conduce al elitismo y la creación de imágenes de marca, lo que queda es deporte. Solo deporte. Y eso, como hemos visto antes, sí es atractivo para el común de la población.

El periodismo deportivo da el do de pecho

En esto también juega un papel fundamental el periodismo, parte esencial del fenómeno deportivo. Las personas que narran los Juegos Olímpicos son estudiosas de estas modalidades y hacen un trabajo excepcional: no solo narran el evento que están retransmitiendo, sino explican los pormenores para que cualquier persona pueda entenderlo y seguirlo. Son conscientes de que los juegos son una oportunidad única para atraer personas al deporte al que dedican su ejercicio profesional y del que se sienten corresponsables. Hacen que la narración gire casi exclusivamente en torno al deporte y los atletas, permitiendo una comodidad única en quien lo sigue. Dejan en segundo plano lo habitual de la información deportiva. Esa información conflictiva que solo busca la confrontación de aficiones para, así, engrandecer el sistema industrial conformado a su alrededor. La admirada Paloma del Río y sus rigurosas lecciones en las retransmisiones de diversas modalidades, como la gimnasia (tanto rítmica como artística), son un ejemplo de este buen hacer.

Vivimos con ilusión una carrera de 100 metros lisos en los que parece que se va a batir un récord del mundo sin importar con qué bandera y, cuando ocurre, gritamos como si fuera un miembro de nuestra propia familia

Los Juegos nos permiten seguir las gestas olímpicas como parte del ritual. Sí, todas las personas seguimos con anhelo a los y las atletas que luchan por medallas para nuestro país. Pero el contexto de los Juegos Olímpicos permite que vivamos con ilusión una carrera de 100 metros lisos en los que parece que se va a batir un récord del mundo sin importar qué bandera lleva en su pecho y, cuando ocurre, gritar como si fuera un miembro de nuestra propia familia y fascinarnos con la gesta. Ese espíritu internacionalista es el más bello ejemplo de humanismo que nos regalan los Juegos al inicio de cada Olimpiada. Ese espíritu que traspasa fronteras, idiomas y colores de piel.

Humanismo deportivo para todos y todas

La perspectiva de género también juega un rol primordial: los Juegos Olímpicos de París han alcanzado la paridad total en deportistas y, si tenemos en cuenta el marco global de los Juegos, la cantidad y diversidad de países y contextos socioculturales que participan, es una gran gesta conquistada. La visibilidad de hombres y mujeres en los Juegos Olímpicos tiene una paridad que no se encuentra en el deporte de élite hegemónico, lo que facilita la identificación de muchísimas más personas que en el deporte competitivo tradicional, reducido casi exclusivamente a los hombres.

El movimiento olímpico, con sus innumerables carencias y defectos, nace de una idea netamente humanista: el ser humano como medida de todas las cosas. Muchos son los pensadores —como José María Cagigal, padre de las ciencias del deporte españolas— que han señalado cómo el espíritu de los Juegos Olímpicos no ha sido alcanzado aún debido a las fuertes tensiones derivadas de los intereses de las naciones (nacionalización de la competición) y del capital (la mercantilización del deporte). Dos motores que, hoy por hoy, son inseparables del propio movimiento olímpico. Sin embargo, la fuerza de la competición deportiva pura, despojada de los intereses comerciales y de la hegemonía cultural que ejerce la industria de los deportes mayoritarios, hace que una parte de ese humanismo deportivo perdure en unos juegos que, cada cuatro años, son el único lugar de encuentro que tiene la humanidad en su conjunto.

Si disfrutas de los Juegos y, con el apagado del pebetero, te quedas huérfana durante cuatro años, el deporte claro que es para ti; el problema es la industria que lo monopoliza durante el resto de la Olimpiada

Por ello, si disfrutas con placer de los Juegos y, con el apagado del pebetero, te quedas huérfana durante cuatro años, el problema no es el deporte. No es que sea algo que no es para ti. El deporte real nos interpela a todas las personas, porque el juego forma parte de la esencia humana. No, el deporte claro que es para ti. El problema es la industria que lo monopoliza durante el resto de la Olimpiada (el tiempo que transcurre entre Juegos Olímpicos). Esa industria cuyo único objetivo es el beneficio económico mientras da la espalda a las inquietudes, anhelos y esperanzas de la sociedad en la que se enmarca. Todo sea por vender una camiseta a 170 €, 185 € si quieres el parche de la Champions. ¡Larga vida al olimpismo!

Este artículo ha sido publicado por primera vez en el Science Media Centre España

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