“Los chicos que salen felices de los centros de menores lo hacen a pesar del sistema, no gracias a él”

Alcanzan los 18 años y la mayoría dejan los centros en los que han crecido por la calle. Los niños extranjeros que llegaron solos a España y fueron integrados en el sistema de protección a la infancia deben madurar de golpe, buscar un empleo y un hogar por sí mismos. “Lo triste es que en estos años de trabajo comprobamos que los chicos que salen más o menos felices de los centros lo hacen a pesar del sistema, no gracias a él”, señala Núria Empez, educadora social y coordinadora del libro Dejadnos crecer. Menores migrantes bajo tutela institucional (Virus editorial), que da cuenta del trato que reciben estos niños por las instituciones encargadas de protegerlos.

Cuando un menor extranjero es localizado por las autoridades y no está bajo la responsabilidad de ningún adulto, el Estado tiene la obligación de hacerse cargo de él, de protegerle, según la Ley de Extranjería y las diferentes normas nacionales e internacionales de protección a la infancia. Sin embargo, a las denuncias sobre la dificultad para acceder a este derecho –por prácticas como las pruebas de determinación de la edad– se suma el “maltrato institucional” que sufren los que acceden al sistema de protección, censuran los responsables del libro.

“A los 18 años, la mayoría de estos chicos son analfabetos funcionales”, critica Empez, que junto a varios educadores sociales y profesionales que trabajan en el circuito de atención a la infancia decidió retratar en un libro el sistema de protección que los envuelve a diario. “No estamos en contra de que existan centros de menores, lo que planteamos es que el sistema tiene las mismas carencias que se podrían dar en una familia, situaciones en las que se declararía al menor en desamparo”, explica Núria.

El terreno socioafectivo es una de las principales carencias sobre las que advierten los profesionales. Más allá de que se les proporciona alimentos y un techo, echan en falta “la crianza”, dice Empez. Los autores decidieron franquear la “distancia óptima” recomendada para no acercarse demasiado a los niños en el desarrollo de su trabajo. “No hay diferencia entre la Núria persona y la profesional”, resume la autora. “La distancia óptima es el abrazo”, recoge el libro.

Además, con los menores extranjeros, la distancia se materializa en los propios centros a los que son derivados. “Existe un sistema paralelo para estos menores en la mayoría de las regiones, como Andalucía, Cataluña, Valencia o Madrid, que se basa sobre todo en macrocentros. En Cataluña, por ejemplo, son sitios muy bonitos pero donde los chavales se socializan sólo entre ellos. Son 20 o 30 chicos en medio del campo”, cuenta Empez. La educadora define como “anecdótico” el que un español ingrese en estos centros, “pero les sirve para cubrir el expediente y justificar que no se margina a estos niños”. El resultado: la integración de los menores es casi imposible.

“Esto afecta en el plano de la integración y la socialización. Estos chicos se mezclan entre ellos, acuden a cursos con otros 'chicos de centros'... Hay una endogamia que los convierte en analfabetos funcionales cuando salen, porque no salen hacer nada por sí solos”, explica Núria. “La mayoría no crea lazos ni redes de contactos fuera del centro y es el capital social lo que te da una mano para salir adelante luego”. Pero cuando salen no conocen a nadie a quien llamar. Vuelven a estar solos.

Los autores se refieren sobre todo a chicos porque son los más numerosos entre los Menores Extranjeros No Acompañados (MENA), como se define a estos jóvenes. Más complicada es la llegada de chicas, que requiere un análisis diferenciado –indica un capítulo del libro– porque muchas veces son víctimas de redes de explotación sexual o laboral, “contexto en el que resulta muy difícil, muchas veces imposible, su acceso al sistema de protección”.

“Vamos a intentar devolverte a tu país”

Núria y sus compañeros ya han despedido a muchos jóvenes que salen con problemas psicológicos, que no cuentan con herramientas para llevar las riendas de sus vidas, sin haber completado sus estudios. “Si lo que se pretende es proteger a los niños, que sean felices, vemos que no esto no ocurre. La metodología que utilizamos no es la adecuada”, advierte Empez.

Pero el objetivo no siempre es la protección, teme Núria. “La sensación que da tras todos estos años de trabajo es que aunque la Ley de Extranjería prevé la protección, España ha firmado la Convención de los Derechos del Niño y está obligada a cumplir esta ley, la intención es 'vamos a ponérselo lo más difícil posible', con la excusa del efecto llamada” que, en su opinión, no es real. “Por muy mal que los trates, ellos siguen viniendo”.

Otras de sus críticas se dirige a la intención del Gobierno de devolver a los menores a sus países, recogida en la Ley de Extranjería y en el protocolo MENA. “Nosotros también pensamos que los niños deben crecer en sus familias, pero las devoluciones se estaban haciendo sin garantías. Se dejaba a los menores en la frontera y España no se aseguraba de que ese menor acababa con su familia”. Núria recuerda el caso de un chico repatriado desde Barcelona en 2006. “Se fue engañado y lo enviaron a un orfanato en Casablanca. La madre ni sabía que estaba en Marruecos”.

Las repatriaciones sumarias de este tipo en las que la policía entraba en los centros en mitad de la noche acabaron, afirma la educadora. Pero las secuelas permanecen. “El mensaje de bienvenida, lo primero que les dicen, sigue siendo 'vamos a intentar devolverte a tu país'. Como consecuencia, los jóvenes experimentan brotes de ansiedad y muchos se fugan de los centros. ”Aunque las repatriaciones no fueron muy numerosas, las fugas sí fueron masivas. El impacto ha sido muy grande. Las repatriaciones no han sido muchas, es verdad, pero eso explícaselo a los menores que han devuelto“, reflexiona Núria.

Estas devoluciones sin garantías fueron frenadas por la justicia, al igual que ha sucedido recientemente con la prohibición de las pruebas de determinación de la edad a menores con pasaporte válido. “Ha ocurrido gracias a un pulso entre las ONG y el sistema, pero la justicia es lenta”, apunta Empez. El respeto a los derechos de estos menores no puede depender del tiempo, de los abogados y de los testimonios de afectados que se atrevieran a compartir sus casos, reivindica. “Cuántos chicos y chicas se habrán quedado fuera en estos años”.

La educadora anima a aprovechar los recursos que se emplean para estos menores en su beneficio y en el del resto de la sociedad, y a cuestionar los métodos que dejan día a día a estos jóvenes en la calle sin apenas oportunidades. “Como decimos en el libro, que los dejen crecer, porque si tú pones los medios, la gente se espabila sola”.