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Tengo un fósil en el baño de casa: los rastros de vida prehistórica que pisas por la calle sin saberlo

Marta Borraz

27 de julio de 2024 21:31 h

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Es probable que nunca te hayas fijado o que quizá pienses que se trata de simple decoración diseñada a propósito, pero no. Las calles de las ciudades están repletas del rastro de la vida que dejaron organismos vivos hace millones de años. Se les conoce popularmente como fósiles urbanos y seguramente pises alguno todos los días sin darte cuenta.

Están en las aceras, fachadas y portales de edificios, monumentos, centros comerciales, en la estaciones de metro o incluso en el interior de los hogares... Los fósiles urbanos están por todas partes casi como conformando un auténtico museo al aire libre. Para llegar a las ciudades, estos restos de animales prehistóricos han hecho un viaje, el mismo que hicieron las rocas en las que quedaron esculpidos al morir y que se han usado para levantar o recubrir construcciones o pavimentar las calles. “La gente normalmente no es consciente hasta que no se fija, pero la riqueza es enorme”, señala el geólogo Rubén Santos, que está detrás de la web Paleourbana, en la que recopila fósiles de todo el mundo.

El viaje de las rocas tiene su punto de inicio hace millones de años e incluso cientos de millones en función de los distintos periodos geológicos a los que pertenecieran. Por ejemplo, en el Cretácico, hace aproximadamente cien millones de años, buena parte de la península ibérica estaba sumergida y entre los sedimentos del fondo marino, al convertirse en rocas, quedaron fosilizados organismos típicos de entonces como corales o moluscos bivalvos. Tras la formación de las montañas, estos depósitos emergieron hasta que alguien, mucho tiempo después, extrajo la roca de una cantera para ornamentar los bajos de una fachada.

Santos explica que los fósiles urbanos más habituales son organismos marinos invertebrados. Numerosas rocas de construcción son sedimentarias y la mayoría de estas son de origen marino que pueden contener restos de seres vivos que habitaron el mar, muchos de ellos ya extintos: entre ellos, se conservan con facilidad aquellos que tenían conchas o caparazones como los moluscos que pueden ser bivalvos como los mejillones, gasterópodos como los caracoles marinos o ammonoideos, antepasados de los actuales nautilos, que fueron muy comunes y diversos en el pasado. Otros comunes son los corales, los braquiópodos o los equinodermos (erizos de mar y sus parientes).

Hallar huellas de vertebrados, puntualiza el geólogo, es “muy poco común” porque “los esqueletos de estos organismos fosilizan con mucha menos facilidad”. Aún así, hay excepciones. Es el caso del resto fósil de sirenio marino –parecido físicamente a las focas o morsas pero emparentado con los elefantes– descubierto en una baldosa de Girona en 2015. Entonces, alguien mandó una foto de un fósil extraño a Paleourbana y la intervención paleontológica que se hizo posteriormente confirmó que se trataba del cráneo de este animal, hoy en peligro de extinción.

Qué nos cuentan los fósiles

Los ejemplos de fósiles urbanos son innumerables. Una rastreo por redes sociales o por páginas como Paleourbana, que contiene un mapa interactivo, permite ubicarlos. Hay rastros de bivalvos y gasterópodos del Cretácico como los de la parte inferior de la fachada del famoso bar El Boquerón, en el madrileño barrio de Lavapiés, o corales en la entrada principal del Ministerio de Educación, en la calle Alcalá. Los amonites, como los de la bocana del puerto de Málaga, son muy frecuentes y también se pueden ver erizos de mar como los de la calle Pilotos Regueral de León.

También están incluso en edificios históricos. Hay restos de caracoles en los muros de la Torre del Oro, bivalvos rudistas en la parte baja de la fachada del teatro Arriaga (Bilbao) o goniatites (un antepasada del actual nautilus) en la base de la basílica de San Isidoro (León), en calizas procedentes de la montaña de la zona. Algunas localizaciones son especialmente curiosas, por ejemplo, en las paredes de estaciones de metro como Metropolitano (Madrid), donde se pueden ver fósiles con conchas enrolladas de cefalópodos.

Muchos de los fósiles que se pueden ver en las ciudades no son organismos como tal, sino las marcas dejadas por los mismos: rastros que evidencian cuáles fueron sus patrones de comportamiento o incluso evidencias de sus madrigueras. Se pueden ver en lugares como la ciudadela de Pamplona, en bloques de arenisca del eoceno medio.

“Cuando enseñamos los fósiles urbanos la primera pregunta es qué es lo que tenemos delante, pero yo a la gente siempre le digo que es muy interesante ir más allá y preguntarnos qué nos cuentan. A través de los fósiles podemos saber de todo, desde qué organismos existían hasta cómo se relacionaban entre ellos o cómo eran los ecosistemas. Tanto las rocas como los fósiles son los archivos de cómo ha sido la historia de la Tierra”, explica Esperanza Fernández Martínez, doctora en geología experta en paleontología de la Universidad de León.

Los fósiles urbanos nos hablan, incluso, de cómo han evolucionado las construcciones de las ciudades si nos fijamos en qué tipo de roca las forman. La inmensa mayoría se conservan en calizas, “una de las rocas sedimentarias más comunes” que habitualmente se forma en el mar u otros medios acuáticos y que presentan tonalidades “muy variadas”, cuenta Santos.

Pero todavía puede entrarse más al detalle. “En general, en casi todas las ciudades se reconocen tres procedencias de las rocas”, señala Fernández Martínez. En los edificios y construcciones más antiguas, las que se utilizaban solían proceder de canteras “del entorno”, son las rocas más cercanas a los núcleos urbanos; en el siglo XIX “es cuando se comienzan a traer de otros lugares, en el caso de León, por ejemplo, de Euskadi, Catalunya, Valencia o Murcia” y desde finales del siglo XX empiezan a ser más comunes las rocas ornamentales procedentes incluso de otros países.

Cada vez más conocidos

“Independientemente de su origen, en todas las rocas sedimentarias puede haber fósiles”, remacha la geóloga, que apunta a que algunas rocas han tomado más popularidad que otras en función de la época. Es el caso de una “que se hizo muy famosa” procedente de distintas canteras de Bizkaia conocida como caliza Rojo Ereño y que se utilizó mucho en, por ejemplo, las sedes de los bancos y otros edificios de cierta calidad. Un tipo de piedra en la que es habitual encontrar fósiles de moluscos bivalvos rudistas, un grupo de organismos que desapareció en la misma extinción masiva de los dinosaurios.

Aunque la presencia de fósiles en las rocas sea fundamentalmente una cuestión de azar, en ocasiones, señalan los expertos, hay quienes hoy en día incluso los introducen a propósito, por ejemplo, en el caso de establecimientos hoteleros o fachadas de edificios de nueva construcción que se busca decorar con una ornamentación especial.

La popularidad de los fósiles urbanos ha ido en aumento. Lo atestiguan las redes sociales, donde es fácil encontrar conversaciones sobre el tema y personas que comparten sus hallazgos. Fue el caso de la guía de viajes Inés Fernández, que contó en X (antes Twitter) cómo desde pequeña busca allá donde pisa rastros de fósiles porque tenía debajo de su cama “un caracol que hace muchos años se convirtió en piedra”, como lo llamaba ella en su infancia. Su hilo explicando lo que son los fósiles urbanos y dónde encontrarlos se viralizó y se llenó rápidamente de comentarios, muchos de ellos de usuarios asombrados con lo que Inés les acababa de descubrir.

Habituales son también las rutas por ciudades y pueblos que organizan universidades, ayuntamientos o grupos de geólogos en busca de estos restos de la prehistoria. “Una vez que lo sabes ya no puedes dejar de ver fósiles por todas partes”, zanja Santos.