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Francisco contraataca y expulsa de la Curia al cardenal 'ultra' Robert Sarah, el 'papable' de Vox, Salvini y Trump

Jesús Bastante

en religiondigital.com —
22 de febrero de 2021 22:16 h

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El Papa ha iniciado una contraofensiva tras aguantar los ataques del sector católico ultraconservador. Francisco y los cardenales de la Curia vaticana están de ejercicios espirituales. Por Cuaresma, preparando la Semana Santa. Eso sí, cada uno desde su casa, pues Bergoglio se ha negado a juntar a una treintena de ancianos en una misma sala, aunque casi todos de los ciudadanos vaticanos ya han recibido al menos una de las dos dosis de Pfizer que convertirán al la Ciudad del Vaticano en el primer Estado 'COVID-free'. Pero, por si acaso, el Papa ha optado por no arriesgar. La Curia llega a los rezos tras el último movimiento en la lucha de poder que va marcando los años de papado de Francisco: se ha deshecho del cardenal ultra Robert Sarah.

Desde el domingo, y hasta el viernes, la actividad de la Santa Sede se ralentiza. Incluso, se ha cancelado la tradicional audiencia pública de los miércoles. Son días de silencio, reflexión y perdón de los pecados. El sábado, antes de retirarse –y retirar a los curiales–, Francisco hizo un nuevo movimiento en la partida de ajedrez en que se ha convertido la Iglesia romana entre partidarios y detractores del actual Papa, y defenestró a una de las piezas más relevantes del tablero ultraconservador del Vaticano: el todopoderoso prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Robert Sarah.

Considerado por todos los especialistas como uno de los principales adversarios de Francisco en el interior de los muros vaticanos, el purpurado guineano ha protagonizado, a lo largo de los años, numerosos enfrentamientos solapados con el actual pontífice, utilizando su cargo como máximo representante de la liturgia en todo el mundo.

Contra mujeres y homosexuales

Allí tuvo el primero de sus encontronazos con Francisco, cuando Sarah tardó un año en regular una petición específica del Papa para permitir que las mujeres pudieran participar en el rito del Lavatorio de los Pies en la liturgia del Jueves Santo. En tiempos de coronavirus, se negó a que los curas utilizaran fotocopias, o pudieran llevar hostias consagradas a enfermos en bolsas de plástico.

Desde su atalaya ultraconservadora, Sarah, que acaba de cumplir 75 años (y, por ello, el Papa ha aprovechado para “aceptar su renuncia”, un eufemismo que esconde el cese del purpurado), es el candidato preferido por los sectores más tradicionalistas de la Iglesia, los mismos que plantearon dudas sobre la legitimidad de la renuncia de Benedicto XVI (de la que este domingo se cumplen ocho años) y, por añadido, de la elección de Bergoglio.

Un sector del que forman parte los cardenales Burke –uno de los instigadores, junto a Steve Bannon, del éxito de Donald Trump entre los católicos en Estados Unidos–, Müller –ex prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe– o Rouco Varela, antiguo arzobispo de Madrid y todopoderoso líder de la Iglesia española desde los años 90, y que también se ha opuesto, como el propio Sarah, a cualquier apertura a los homosexuales o a incrementar el papel de la mujer en la Iglesia.

Precisamente, este fue uno de los últimos encontronazos entre Bergoglio y Sarah: hace ya unos años, el cardenal presentó un libro, supuestamente escrito a cuatro manos junto al papa emérito Benedicto XVI, que suponía una enmienda a la totalidad de los avances planteados en el Sínodo de la Amazonía, que solicitó explícitamente a Roma que ordenara varones casados como sacerdotes en determinadas circunstancias y que estudiara la posibilidad de que las mujeres pudieran administrar determinados sacramentos. Ratzinger tuvo que negar la coautoría del libro, e instar al cardenal a retirar su nombre, en una polémica que acabó con la marcha del secretario personal del Papa alemán, Georg Gänswein, como jefe de la Casa Pontificia, la que organiza el día a día del papa Francisco.

Eutanasia y aborto, como el nazismo y el comunismo

Para Sarah, la ordenación de hombres casados o la creación de ministerios para las mujeres supondrían un “insulto a Dios”. Y es que el cardenal guineano es un acérrimo defensor de la moral católica tradicional, frente a lo que denomina “dictadura del pensamiento relativista” que se vive en un Occidente en riesgo por el “islamismo fanático y fundamentalista”. Unas tesis idénticas a las defendidas por Vox en España o Salvini en Italia. De hecho, el purpurado se encontró con el líder de la ultraderecha española hace un año, recibiéndolo en la misma Logia vaticana que ahora ha debido abandonar.

El cardenal ahora caído ha llegado a comparar la ideología de género con el Estado islámico –“tienen la misma raíz endemoniada”, escribió–, y a establecer un paralelismo entre las ideas actuales sobre la eutanasia o el aborto con “lo que fueron el nazismo, el fascismo y el comunismo durante el siglo XX”

Tras la decisión del Papa, el propio Sarah se despedía, a su manera, en las redes sociales. “Estoy en manos de Dios. La única roca es Cristo. Nos veremos pronto en Roma y en otros lugares”. El purpurado acompañaba sus reflexiones finales con dos imágenes muy significativas. Una, rezando ante la tumba de Juan Pablo II; la otra, celebrando la Eucaristía de espaldas al pueblo. “Hoy el Papa ha aceptado la renuncia a mi cargo de prefecto de la Congregación para el Culto Divino después de mi septuagésimo quinto cumpleaños”, explicaba.

¿Un Cónclave a la vista?

¿Es un adiós? Nadie lo cree. Por lo pronto, Sarah no abandonará el Vaticano, ni regresará a Guinea Conakry, ni nada por el estilo. El cardenal ultraconservador ha roto los lazos íntimos y vitales con África hace tiempo y, a todos los efectos, es un ciudadano romano. No sabría qué hacer en su tierra.

Pero, además, sabe que mantiene un peso importante en los sectores más tradicionalistas de la Iglesia, que le han llegado a encumbrar como posible papable de futuro. Algo impensable si no fuera porque, en la Iglesia católica y, especialmente, en los pasillos de la Curia, todo es posible. Y, para muchos, sería el Papa ideal para una restauración que consideran cada vez más necesaria. Para evitar un cisma, dicen.

¿Volverá? Nadie lo sabe. Pero lo que está claro es que Robert Sarah no se ha marchado. Tal vez haya salido de su despacho en la Curia –Francisco aún no ha nombrado a su sucesor–, pero no de las intrigas palaciegas. Las mismas que, en secreto, ya preparan un hipotético nuevo Cónclave. Con un candidato claro, a la sombra de Bergoglio. El tiempo (y el Espíritu) dirán. 

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