Francisco Franco combatió en la Guerra Civil española para defender la democracia republicana frente a la sublevación militar liderada por un grupo de generales. Tras la dolorosa derrota final, huyó a Francia donde fue confinado, junto a cerca de medio millón de exiliados españoles, en campos de concentración al aire libre. Allí vio morir a más de 14.000 compatriotas, en su mayoría ancianos y niños, de hambre, frío y enfermedades provocadas por la insalubridad y la falta de asistencia sanitaria. Compartía nombre con el dictador, pero luchó siempre contra el fascismo.
A pesar del maltrato que le brindaron los dirigentes políticos del país vecino, Franco no dudó en alistarse en el ejército francés para hacer frente a la inminente invasión alemana. Al igual que otros 12.000 españoles fue destinado a la célebre Línea Maginot. Allí reforzó las fortificaciones que debían servir para detener el más que previsible ataque de las tropas nazis. Sin embargo, la estrategia defensiva planteada por los oficiales franceses y británicos fue un absoluto desastre y en poco más de un mes Hitler invadió todo el país.
Francisco Franco trató inútilmente de llegar a pie hasta Suiza pero los soldados alemanes le capturaron el 20 de junio de 1940, junto a sus compañeros de la 107ª Compañía de Trabajadores Españoles. En un primer momento todos pensaron que había llegado su hora. Sin embargo las disciplinadas tropas de Hitler les trataron con relativo respeto y les condujeron hasta campos para prisioneros de guerra. Paco, como le llamaban algunos de sus amigos, fue encerrado en el stalag XI-A ubicado junto a la ciudad alemana de Altengrabow. Allí compartía barracas con otros españoles y con soldados franceses, británicos y holandeses. Y es allí, en ese campo en el que se respetaban las convenciones internacionales, donde debería haber permanecido durante el resto de la guerra.
Franco condena a muerte a Franco
La “Nueva España” gobernada desde 1939 por militares y falangistas era uno de los principales aliados de la Alemania nazi. Las cúpulas de ambos regímenes trabajaban codo con codo para perseguir y eliminar a sus enemigos políticos; y de esa estrategia también acabó siendo víctima Francisco Franco y sus compañeros. El ministro de la Gobernación español, Ramón Serrano Suñer, visitó Berlín en septiembre de 1940. Tras reunirse con Hitler y con Himmler, la Oficina de Seguridad del Reich emitió una circular en la que ordenaba a la Gestapo sacar a los prisioneros españoles de los campos de prisioneros de guerra y enviarlos a campos de concentración. La sentencia de muerte había sido dictada en Madrid y ejecutada por el Reich.
Franco llegó a Mauthausen el 26 de abril de 1941. Lo que se encontró fue peor de lo que nunca pudo imaginar; más de 5.000 compatriotas se apiñaban ya en ese campo de concentración, vestidos con unos pijamas rayados que no ocultaban el estado esquelético de sus cuerpos. Todos eran esclavos que trabajaban de sol a sol en la terrible cantera o en otros durísimos kommandos, con solo una sopa aguada en el estómago, sin asistencia sanitaria alguna y con la amenaza permanente de ser golpeados, torturados y asesinados por los fanáticos miembros de las SS.
Francisco Franco se fue debilitando con el paso de los días. Cada mañana miraba los cadáveres de los compañeros que la noche anterior se habían lanzado contra la alambrada electrificada para escapar, de una vez por todas, de tanto sufrimiento. Cuando azotaba el viento del sur, todo el campo olía a carne quemada y se inundaba con el humo y las cenizas que no paraban de brotar, día y noche, de la chimenea del crematorio. El 20 de octubre de 1941, cuando las fuerzas le habían abandonado casi por completo, fue seleccionado por los SS para ir a Gusen. En aquel momento ni él ni sus camaradas sabían que ese subcampo, ubicado a 5 kilómetros de Mauthausen, acabaría siendo conocido como “el matadero”. De hecho muchos de los 1.200 españoles que le acompañaron en ese viaje hacia su destino final se habían presentado voluntarios porque creían que no podía haber nada peor que lo que, cada día, tenían que soportar en Mauthausen.
Francisco solo resistió 3 semanas en el infierno de Gusen. El triste azar quiso que muriera el 12 de noviembre de 1941, el día en que cumplía 34 años. En el “libro de los muertos” de Gusen se consignó su fallecimiento a las 8 de la mañana de una “irritación crónica del estómago y el intestino”. Los SS siempre camuflaban como muertes por enfermedad lo que en realidad eran asesinatos cometidos de las formas más crueles posibles. No es casual que ese mismo día, en un intervalo de apenas dos horas, murieron más de 50 presos por “causas naturales”.
Francisco Franco Escanero, natural de la localidad zaragozana de Leciñena, solo logró abandonar Mauthausen a través de la chimenea del crematorio, convertido en humo y cenizas. Su historia es muy similar a la de los más de 9.300 españoles y españolas que pasaron por los campos de concentración de Hitler; la principal diferencia era que él compartía nombre y apellido con el dictador que firmó su sentencia de muerte.
71 años después de la liberación
Manuel Alfonso canturrea mientras da vueltas en su silla de ruedas por la residencia especializada en enfermos de Alzheimer ubicada junto a la ciudad francesa de Burdeos. A sus 97 años de edad apenas conoce a sus hijos que le visitan casi a diario. Sin embargo algo se ilumina en sus ojos cuando escucha la palabra Mauthausen: “Allí estuve yo encerrado más de cuatro años”, afirma sin ningún titubeo. En las paredes de su habitación cuelgan algunos de los dibujos que realizó en el campo de concentración; son trazos sencillos que transmiten dolor y muerte pero también solidaridad, esperanza y ansias de libertad. En un cajón guarda su chapa original de Mauthausen con su número de prisionero, el 4.564, y una calavera, proveniente de la gorra de un SS, que encontró en el suelo del campo tras la liberación.
“Pajarito”, como le llamaban los demás deportados porque siempre firmaba sus dibujos con la imagen de una pequeña ave, acaba de recibir la Legión de Honor del Estado francés. Su hija Mayte espera que el día que se la entreguen tenga un momento de lucidez para ser plenamente consciente de ese merecido reconocimiento. Ya ha perdido la esperanza, sin embargo, de que su padre pueda recibir reconocimiento alguno por parte del Gobierno español.
“Francia y Alemania han reconocido su responsabilidad en nuestra deportación –afirma Virgilio Peña– pero España nos ha olvidado. Hay ayuntamientos y comunidades autónomas que sí han hecho cosas. En mi pueblo, Espejo, le pusieron mi nombre a una calle –recuerda el veterano combatiente sin ocultar su orgullo-. En cambio a nivel nacional no han hecho nada”. Este cordobés conserva la salud, el buen humor y el espíritu de lucha a pesar de que ya ha celebrado su 102 cumpleaños. Ha perdido algo el apetito pero se sienta a la mesa para picar alguno de los suculentos platos que le prepara su hija Evelyn: “Estos cubiertos con los que como cada día desde hace 70 años me los traje de Buchenwald. Cuando liberamos el campo, entré en las dependencias de los SS y me llevé un cuchillo, este tenedor y estas dos cucharas”. Virgilio enseña orgulloso las palabras “Reich” y “SS” grabadas en la parte posterior de su cucharilla.
Virgilio, Manuel y el resto de los pocos supervivientes españoles de los campos nazis que hoy quedan con vida celebrarán este cinco de mayo con sus familias. Hace tiempo que dejaron de soñar con que este día terminara conmemorándose en toda España de la misma forma que Alemania o Francia celebran jornadas nacionales en las que recuerdan y homenajean a sus víctimas del nazismo. La última decepción es demasiado reciente: el pasado año el Congreso de los Diputados instó al Gobierno, en una votación unánime, a realizar un reconocimiento a estos hombres y mujeres. Un año, varias ruedas de prensa y docenas de promesas después… nada de nada. España sigue teniendo una deuda pendiente con ellos.