Francisco Franco ya está fuera del Valle de los Caídos. Tras casi 44 años años como mausoleo objeto de peregrinación fascista, el templo afronta una nueva etapa a partir de esta semana. El monumento que ordenó construir el dictador en 1940 –en gran medida a base de trabajos forzosos de víctimas de la represión– para rendir honor a su “gloriosa cruzada” se enfrenta ahora al dilema sobre su futuro.
El Gobierno de Pedro Sánchez tiene algunas ideas para Cuelgamuros: la primera, echar a los monjes benedictinos del Valle, lo que implicaría una negociación con la Iglesia. Además, se comprometió también a mover el cadáver del fundador de Falange, José Antonio Primo de Rivera, a una zona menos “preeminente” que el actual, a un lado del altar de la basílica (hasta ahora, a la vera de Franco). Resueltas al menos esas dos cuestiones, queda decidir qué se hace con el Valle de los Caídos. El Ejecutivo en funciones ha asegurado que los mimbres para un nuevo proyecto serán el Informe para el Futuro del Valle que encargó en 2011 José Luis Rodríguez Zapatero y la Ley de Memoria Histórica de 2007, pero también que deben todavía “profundizar y trabajar” en las medidas. El objetivo es que “sea un lugar de memoria”, “por las víctimas”, y que “no ofenda a nadie”, decía este viernes la portavoz Isabel Celáa.
El debate real comienza ahora. La decisión final debería pasar de nuevo por una comisión de expertos, quizá internacionales. Porque todo el mundo habla de “resignificar” el Valle, pero eso ¿cómo se hace? Estas son las principales opciones.
Un sitio de reconciliación
La Ley de Memoria hablaba, en su disposición adicional sexta, de los objetivos que debía tener la fundación gestora del Valle. Entre ellos, fomentar “las aspiraciones de reconciliación y convivencia que hay en nuestra sociedad”. Doce años después, muchos expertos le ponen matices y dudan de que “reconciliación” sea el término más adecuado para aplicar. Francisco Ferrándiz, antropólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), opina que no lo es: “No es viable. Reconciliación significa diferentes cosas para cada colectivo, mientras todos pueden creer que hablan de lo mismo. El mejor ejemplo son los frailes del Valle, que se significan con la extrema derecha y lo consideran ya un lugar de reconciliación. Es un concepto algo gastado, que se queda pequeño”.
“Si queremos buscar un punto de reconciliación, mejor otro”, continúa Ferrándiz, que formó parte de la Comisión de Expertos de Zapatero que elaboró el informe sobre estas posibilidades. También fue miembro Carme Molinero, doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona, quien suscribe una tesis similar: “Es una palabra polisémica. No se puede plantear como la cuestión fundamental. Tenemos que centrarnos en la resignificación”.
Para Marije Hristova, investigadora de la Universidad de Warwick (Reino Unido), pensarlo desde la “reconciliación” es “equívoco” porque “conecta incluso con el discurso franquista, cuando defendió que esto era para todos los españoles”. Francisco Moreno, doctor en Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid, tampoco lo ve: “El Valle tiene unas connotaciones iconográficas muy concretas. Habría, como mínimo, que alterar las estructuras originales”. E igual Óscar Navajas, doctor en Museología y experto en Patrimonio de la Universidad de Alcalá: “Hoy ya es un sitio de memoria, pero traumática y muy dividida. Su simbología no encaja en un lugar de reconciliación”.
Un lugar pedagógico para la memoria crítica
Casi todos coinciden en que la nueva etapa de Cuelgamuros tiene que pasar por un filtro pedagógico. Ponerse de acuerdo en el “cómo” es más complejo. Francisco Moreno parte de que se pueden tener referencias de lo que se ha hecho en otros países, pero será imposible aplicarlo directamente. “Muchos se fijan en lo que se hizo con espacios de dictaduras latinoamericanas, de la Alemania nazi… pero este es un conflicto con sus particularidades, expresadas en el propio monumento. No existe un modelo válido para importar calcado”. Óscar Navajas duda que toda la sociedad esté preparada “porque las heridas están abiertas, porque ni siquiera hemos hablado de manera sincera como país sobre el Valle. Todo museo es un lugar de disputa política, sobre qué y cómo se narra, qué se excluye y qué no. Va a ser largo”.
Entre las ideas prácticas, Ferrándiz ve bastante claro un recorrido “en el que se superpongan dos memorias: la totalitaria, expresada en la piedra y la arquitectura; y la democrática, con herramientas digitales. Una intervención interactiva, con toda la documentación sobre el Valle de la que disponemos. Por ejemplo, con fotografías de la construcción o vídeos de los discursos de Franco del archivo de EFE o RTVE sobre las paredes. Conectaría con las nuevas generaciones, sería barato y eficaz”.
Carme Molinero lo imagina de otro modo. Ella levantaría un centro de interpretación justo a la entrada, pero separado del actual edificio. “Que la gente que acceda obtenga los elementos para entenderlo, que ilustre qué pasó ahí. Lo veo así menos problemático a algo incorporado dentro porque, nos guste o no, es una basílica, con sus funcionalidades de culto”. Hristova aporta una idea a una forma u otra: “Que se conecte con otros lugares similares en el mundo. Desarrollar una reflexión sobre la influencia de estos espacios de violencia en nuestras vidas”.
Demolerlo
“Allí, entre los escombros de ese lugar tenebroso, España finalmente podría tener su monumento nacional: un sitio en donde no sólo los verdugos serían recordados, sino también sus víctimas”, escribía en un artículo de eldiario.es hace tres años John Lee Anderson sobre la apuesta de tirar abajo el monumento. Se titulaba Dinamitar el Valle de los Caídos. Eso implicaría que, si se construye algo en el emplazamiento, sería desde cero. Porque, sostenía, tal y como está es algo “exclusivamente reservado para ellos, los últimos fascistas, protegido por un Estado inexplicablemente complaciente”. Aquellas palabras provocaron una denuncia de la Asociación por la Defensa del Valle de los Caídos.
Hay muchos opositores a esta alternativa, aunque por motivos muy distintos a los de la organización franquista. “Es una imagen eficaz, pero no es factible. De primeras porque hay 33.000 cuerpos ahí dentro: no puedes volarlo y con él a todos”, dice Ferrándiz. Molinero tampoco está de acuerdo: “¿Cómo explicas lo que se hizo sin los restos? Nunca estoy a favor la destrucción, la destrucción lleva al olvido”. Francisco Moreno lo lleva por el mismo camino: “Lo que desaparece deja de existir y, con ello, se abre a especulaciones. Hay que tener cuidado porque, en ese supuesto, la memoria incluso le podría dar la vuelta en positivo: toda esa gente que ahora se agolpa por entrar podría venderlo como una especie de martirio o sacrificio patrimonial”. Dentro de esta vía, muchas voces también llaman por sí derruir la gran cruz que preside la estructura.
Dejar que se lo coma la maleza
“La humedad representa a la naturaleza pidiendo que le devuelvan la entraña de la piedra. Igual ese sería un buen destino para este mausoleo: dejar que la humedad se comiera todas estas piedras”, reflexionaba el escritor Manuel Vilas en una crónica de El País. Es una opción que han barajado más personas. Entre los argumentos a favor está que los materiales que edifican la basílica son muy malos. El conjunto está por tanto en muy mal estado y sería cuestión de tiempo que quedara olvidado un espacio concebido como exaltación del régimen genocida.
A Óscar Navajas no le parecería “ni bien ni mal: es lo que hacemos con un montón de elementos patrimoniales, nada nuevo. Lo que no sé es si es posible, por su alta simbología”. Marije Hristova entiende “la lectura poética de que se quede en ruinas y la naturaleza vuelva a ocupar su lugar”, pero “didácticamente no creo que resulte inteligente. Esa metáfora no va a llegar a todo el mundo”. Para Ferrándiz y Molinero es una posición debatible y no descartable, pero poco realista. “En la práctica no va a ocurrir”, sostiene esta última, “es un lugar patrimonio del Estado al que quien quiera va a seguir acudiendo. Creo que hay maneras más ambiciosas de resignificarlo”.
Un memorial para las víctimas
Si hay consenso respecto a algo es en una obviedad: Cuelgamuros es ante todo una fosa común, la más grande de España. Sigue habiendo ahí más de 33.000 cadáveres, un tercio sin identificar, víctimas de la guerra y de la represión. Dignificarlas es una urgencia. “No sé en qué medida afectaría a la gestión patrimonial, cómo alargaría los plazos y se compatibilizarían ambos procesos, pero la prioridad debería ser atender a las reclamaciones de exhumaciones”, recuerda Francisco Moreno. Luego, presumiblemente muchos quedarían igual sin identificar, “por lo que será necesario acondicionar esas criptas”.
“Lo que podemos discutir es si la construcción de un homenaje a esas víctimas conviene en el mismo Valle o en otro lugar”, cuestiona Moreno. Carme Molinero sí ve ahí un memorial, en la misma explanada, “con los nombres de las personas enterradas. Hay experiencias internacionales; la más evidente en Washington, a los caídos en Vietnam. Muchas personas están en el Valle incluso sin que lo supiesen sus familias, y el mejor reconocimiento disponible sería hacerlas visibles”. Ferrándiz, para acabar, señala que la zona se debería consolidar “como cementerio público, como se aconsejaba ya en el informe de 2011. Que quede bajo gestión del Estado, y no como un espacio pseudorreligioso”.