La gente muere de calor y los mercaderes de la duda siguen negando la crisis

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Empezamos la semana con datos incómodos, anunciados el mismo lunes del debate electoral en el que no hubo espacio para hablar del calentamiento global. Unas horas antes, esa misma tarde, supimos que, en el verano de 2022, con temperaturas récord, el calor fue responsable de la muerte de más de 61.000 personas en Europa. De ellas, más de 11.000 en España, que encabeza el ranking europeo de muertes por calor en tercera posición, tras Italia y Grecia. Son cifras proporcionadas por el estudio de modelización publicado en la revista Nature Medicine que lideran investigadores del Instituto de Salud Global de Barcelona en colaboración con el Instituto Nacional de Investigación en Salud. Para dimensionar la cifra, pensemos en que el número de personas que murieron en accidentes de carretera en España en todo 2022: fueron 1.145.

La crisis climática está haciendo estragos en la vida de la gente. El calor mata, sobre todo a mujeres, a personas mayores y a población con mayor riesgo de pobreza. “El sur de Europa es el más afectado. Esto nos deja en una situación clarísima de necesidad de actuar lo antes y mejor posible tanto en la adaptación como en la mitigación”, explicaba al SMC España el epidemiólogo Manuel Franco

El exceso de temperatura no siempre mata por un golpe de calor en medio de la calle a 40 grados a la sombra. Lo hace de muchas maneras: empeora patologías preexistentes o desencadena enfermedades que se atribuyen a otras causas. Son fenómenos que no se muestran de manera evidente ni repentina, no son espectaculares ni nos atizan el cerebro como las imágenes de las muertes en carretera; tampoco les ponemos un nombre que nos ayude a recordarlas, como a los huracanes o los anticiclones, pero sus efectos son reales y evitables. “Teniendo en cuenta las previsiones climáticas, esto obliga a las autoridades de salud pública a poner todos sus recursos de vigilancia y control en el impacto de las olas de calor”, advierte Pedro Gullón, epidemiólogo. 

Según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), cada década los veranos empiezan antes y terminan después, por lo que, en los últimos 50 años, el verano le ha ganado un mes a la primavera. En este momento estamos viviendo una ola de calor en España. Las predicciones apuntan a que la intensidad, duración y extensión espacial de estos eventos van a aumentar en los años venideros. Y sí, tienen que ver con el cambio climático. Diversos estudios de atribución, que son los que se llevan a cabo para analizar el origen de los episodios de calor extremo como el que tuvimos en abril, los relacionan con la crisis climática. 

Sin embargo, mientras la AEMET nos avisaba de la llegada de esta ola que nos mantiene encerrados con las persianas bajadas, en el debate sobre las propuestas de ciencia de los partidos políticos organizado por la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE), hubo quien negó tozudamente la realidad del cambio climático

El desprecio a la evidencia que aporta la ciencia es un producto en sí mismo, como decían Naomi Oreskes y Erik Conway en Mercaderes de la duda (Capitán Swing, 2018). En el libro, los dos historiadores de la ciencia relatan las estrategias de los lobbies que “combatieron las pruebas científicas y esparcieron confusión sobre muchos de los asuntos más importantes de nuestra época”, como el tabaco y el cambio climático. La duda es el producto más valioso de los negacionistas y les da juego porque la ciencia no proporciona certidumbre. “Solo proporciona el consenso de los expertos, basado en la acumulación organizada y el examen de las pruebas”, dicen Oreskes y Conway. Por eso hay quienes tratan de crear desconfianza hacia estos consensos: “Es fácil utilizar inseguridades fuera de contexto y dar la impresión de que todo está por resolver”.

Ante estas estrategias, quienes nos dedicamos al periodismo de ciencia nos preguntamos si sirve de mucho seguir mostrando resultados de estudios científicos a una población que está harta de enfrentarse a debates basados en datos sin corroborar, que ya no sabe de quién fiarse. Las evidencias hace tiempo que están sobre la mesa y los mercaderes de la duda insisten en su discurso negacionista. Les da igual cuántos estudios, análisis e informes digan lo contrario.

El riesgo es la ruptura de un consenso social que ya se estaba asentando. Según la última encuesta de percepción social de la ciencia, de 2022, el 74,2% de la población española identifica correctamente el origen del cambio climático y el 64,9% considera determinante la acción humana. Sin embargo, solo la mitad piensa que es un problema muy grave, diez puntos menos que en la edición de 2020. Dar pasos atrás en este sentido es un riesgo para nuestras vidas, nuestra salud y nuestra economía. 

Decía el experto en comunicación de la ciencia Lucas Sánchez: “No vas a hacer nada contra la emergencia climática si no ves la casa en llamas”. Ya la estamos viendo y podríamos ahorrarnos esta imagen. 

Al mismo tiempo que los meteorólogos y los epidemiólogos nos informan sobre lo que nos viene, tenemos a los geólogos debatiendo si se le puede dar al Antropoceno —el periodo actual, en el que las actividades humanas han alterado drásticamente el planeta— la categoría de época geológica o no. Y cuidado con este debate, que puede prestarse a malinterpretaciones intencionadas: la controversia es sobre si el Antropoceno puede ser considerado como una nueva época geológica, o como un evento geológico. Pero nadie pone en duda la influencia en el medio ambiente de la actividad humana, capaz de alterar los ciclos biogeoquímicos de nuestro planeta. Eso no se discute porque ya no hace falta.