“Afrontamos una situación muy peligrosa”, reflexiona el activista y escritor George Monbiot (Londres, 1963) al observar cómo se interconectan las diferentes crisis ambientales que avanzan a toda velocidad: el cambio climático, la pérdida de biodiversidad y, como señala en su último libro Regénesis (Captain Swing), “una rápida pérdida de suelo”. Ese mismo ecosistema básico y desconocido del que depende la propia alimentación de los seres humanos.
Monbiot ha escrito una investigación que trata de responder a la pregunta: ¿podemos alimentar al mundo sin devorar al planeta? La cuestión es que el sistema industrial agrícola y ganadero está imponiendo un peaje ambiental que el británico califica como “masivo” e insostenible en el tiempo: contaminación del suelo y el agua, acaparamiento de terreno y miles de millones de euros para subvencionar a las industrias son el cóctel que describe el periodista. De hecho, considera que la manera en la que hoy producimos alimentos significa arriesgar la posibilidad de tener comida en el futuro.
Como alternativa, George Monbiot ofrece una fórmula que parece de ciencia ficción: cultivar bacterias. “La tecnología está preparada”, afirma rotundo en una conversación telefónica con elDiario.es. ¿Revolucionario? “Ya hemos cambiado muchísimo nuestra forma de comer. Hoy nadie querría la dieta de mi abuela”.
¿Por qué es importante el suelo?
El suelo es el ecosistema más olvidado, y es el más importante. El 99% de las formas de vida terrestre dependen de él. Además, se trata, posiblemente, del más complejo y fascinante de los ecosistemas, tan diverso como los bosques tropicales y con propiedades que ningún otro tiene. Es sorprendente lo poco que se ha estudiado. Es un gran desconocido, y muchas de las maneras en la que se comporta son, simplemente, alucinantes.
Y, sin embargo, vivimos en una plena crisis de suelo.
Sí. Estamos perdiendo suelo de manera muy rápida. Es difícil ver cómo vamos a mantener la producción de cultivos con estas tasas de pérdida de suelo. Los altos niveles de producción actuales se están consiguiendo a costa de nuestra capacidad para obtener cultivos en el futuro. Y eso, en combinación con otras tendencias como la pérdida de agua o los impactos del clima que están golpeando en muchas partes del mundo, que van más rápidas que las soluciones, hacen que afrontemos una situación peligrosa.
El suelo es el ecosistema más olvidado y es el más importante. El 99% de las formas de vida terrestre depende de él. Es el más complejo y fascinante de los ecosistemas
Da la sensación de que la crisis de suelo, la crisis de biodiversidad o la climática se miran de manera separada cuando forman parte de un todo interrelacionado.
Estudiamos los sistemas por separado porque es más fácil hacerlo así, pero eso no significa que sean independientes. Están relacionados unos con los otros: lo que afrontamos es una crisis planetaria que incluye todos los ecosistemas, el clima, los patrones de circulación y los cambios masivos en la criosfera. Todos están bajo una presión enorme, y los sistemas están todos interconectados.
Una vez en esta situación, ¿podemos alimentarnos sin acabar con el planeta?
Lo que debemos buscar en el sistema de producción de alimentos es conseguir altos rendimientos con bajos impactos. Y hay fórmulas para obtener cultivos de esa manera, aunque no muchos agricultores la practican. Hoy tenemos o un sistema de altos rendimientos, pero graves daños –en otras palabras: esos altos rendimientos imponen altos impactos–, o sistemas con bajos rendimientos y pocos impactos.
Además, usted subraya que esos sistemas de bajo rendimiento están usando mucha tierra y que eso es un peligro en sí mismo.
Como utilizan pocos químicos por hectárea a la hora de cultivar, precisan ocupar más territorio y eso los convierte en extremadamente dañinos.
¿Por qué?
Porque cada hectárea que se utiliza así es una hectárea de terreno que no puede dedicarse a ecosistemas silvestres. Y la mayoría de formas de vida precisan ese terreno para sobrevivir. Los sistemas de la Tierra necesitan ecosistemas silvestres para sobrevivir. Por eso, cuanto más terreno acaparamos para cultivos con baja producción el daño es mayor.
¿La supervivencia depende, entonces, de que reduzcamos la cantidad de tierra que empleamos para agricultura y ganadería?
Sí. No creo que podamos llegar al final del siglo XXI a menos que reasilvestremos grandes porciones de terreno. La Tierra se aproxima a puntos de no retorno y puede colapsar. Han existido cinco grandes extinciones en la historia del planeta. La más cercana en el tiempo fue hace unos 250 millones de años y ocurrió por los combustibles fósiles. En aquella ocasión no porque los humanos los quemaran, claro. La temperatura subió entre tres y cinco grados y desaparecieron el 90% de las especies.
Hay dos cosas que deberíamos hacer para evitar el riesgo vital: dejar los combustibles fósiles bajo tierra y detener la producción de animales devolviendo territorio a la naturaleza
¿Nos enfrentamos a un riesgo vital?
Considero que hay dos cosas que deberíamos hacer para evitar una cosa así: dejar los combustibles fósiles bajo tierra y detener la producción de animales y devolver ese territorio a la naturaleza.
¿Combustibles fósiles y ganadería al mismo nivel?
Sí, sí. Son prácticamente igual de importantes. Ya conocemos los daños que provocan los combustibles, pero es que las granjas afectan a todos los sistemas. De hecho, es difícil pensar en uno que no esté golpeado por la producción ganadera: causa impactos en las plantas, en la contaminación, en el agua... la agricultura es, de lejos, la actividad más hambrienta de suelo. El terreno que ocupa es el doble que el del resto de actividades juntas.
Según lo expone, ¿podría decirse que la agricultura y la ganadería actuales son una grave amenaza ambiental que está pasando desapercibida?
Sí, porque llevamos haciendo esto desde hace tanto tiempo que ya no se ve como un peligro. Algunas veces, las cosas viejas son más peligrosas que las nuevas. Por ejemplo, el carbón es más perjudicial que la energía nuclear, pero a esta la identificamos claramente como una amenaza y el carbón como algo normal de nuestra vida.
Y algo parecido ocurre con la agricultura y, especialmente, la ganadería. Es algo familiar y cultural. En Gran Bretaña la mitad de los libros infantiles tratan sobre granjas de animales, pero no sobre las granjas como son en realidad. Muestran a un gallo, una vaca, un caballo, un gato como si fueran una familia. Nos cuentan que el estilo de vida en la granja es feliz. Están muy alejados de la realidad.
¿Diría que la agricultura y la ganadería están envenenando la Tierra?
La están envenenando y en un grado mayor a cualquier otra actividad humana. Si miras a los extraordinarios flujos de minerales como los nitratos y los fosfatos, que acaban en el medio ambiente desde las granjas y los pesticidas, provocan una contaminación mucho mayor que cualquier otra cosa que hagamos. Y no pensamos en ello de esa manera. En Gran Bretaña nos enfadamos mucho cuando una fábrica hace vertidos a un río, y así debe ser porque es una cosa terrible, pero si elimináramos esos vertidos no habríamos eliminado la mayor fuente de contaminación fluvial, que llega desde la agricultura y la ganadería. Pero de eso no hablamos.
Sin embargo, cada vez que hay un intento de regular estos sectores se crea una controversia de alto voltaje.
El poder cultural de la ganadería y la agricultura es mayor que el de los poderes económicos. Y la gente sale en defensa de la agricultura y ganadería sin saber realmente lo que son. Y eso se produce por la imagen que se han formado en sus cabezas de lo que son y lo que hacen. La gente desconoce la realidad. Un ejemplo: en Estados Unidos, donde el 95% de la población come carne, hasta un 47% querría que se prohibieran los mataderos de ganado. Vivimos en un estado de negación sobre de dónde viene la carne y defendemos una idea romántica de la ganadería.
El poder cultural de la ganadería y la agricultura es mayor que el de los poderes económicos
Y eso vuelve a estos sectores intocables.
Cuando los granjeros dicen: “Nos están atacando”, pensamos que lo que se ataca es nuestra cultura, pero lo que se ataca de verdad es la producción industrial que es dañina y sin escrúpulos. Los gobiernos intentan que mejoren, pero el poder de esta industria les permite resistirse más que cualquier otra. Si una industria estuviera contaminando los ríos o sacando tantísima agua como ocurre en España la gente se indignaría, habría presión social para que parara y se vería como un enemigo para el interés público. Pero, en lugar de eso, la gente sale en su defensa porque no están pensando sino sintiendo. No es una respuesta racional sino emocional.
Un argumento, por cierto, aprovechado por la extrema derecha.
Sí. En los Países Bajos, por ejemplo, la extrema derecha extiende la idea de que las granjas representan la cultura del país que está amenazada por una élite de privilegiados. Esta idea formó parte de la agenda nazi: defendemos a los granjeros de un peligro extranjero y cosmopolita. En Países Bajos, la extrema derecha ha transformado las protestas de los granjeros en una causa.
Con todo, sigue extendiéndose la idea de que la bioagricultura puede ser la alternativa, y en su libro usted dice que es más parte del problema que de la solución.
Hay mucha mitología en torno a la agricultura orgánica. Sería genial si consiguieran esos grandes rendimientos de cultivos sin dañar, pero la inmensa mayoría está muy lejos de ese modelo. Las granjas orgánicas aportan un 30% más de nitrógeno al suelo que las convencionales, sobre todo por el uso de estiércol como fertilizante.
¿Cómo propone entonces conseguir alimentos sin devorar el planeta?
Si el objetivo es conseguir mucha producción con pocos daños existen algunas alternativas, como plantas de cereales perennes. Pero propongo que saquemos una gran parte de la producción fuera del sistema industrial actual. Un sistema que precisa una porción ínfima de terreno, agua y fertilizantes que acaban en los ecosistemas. Además, nos permite dedicar mucho terreno a la restauración ecológica, detiene la extinción masiva en la que estamos y evita el carbono en la atmósfera [la causa del calentamiento global].
¿Y cómo se hace eso?
Se trata de utilizar organismos unicelulares para obtener proteínas en lugar de organismos pluricelulares como son los animales y las plantas. Concentrarse en los unicelulares es mucho más eficiente.
Habla del cultivo de bacterias que terminan siendo una especie de harina llena de proteínas.
No existen diferencias sustanciales entre cultivar bacterias y cultivar animales o plantas, excepto que el cultivo de bacterias es mucho más limpio y necesita muchos menos recursos. Será mucho más barato y conseguirá grandes cantidades de comida. Tenemos una gran oportunidad para una nueva revolución de los alimentos.
No existen diferencias sustanciales entre cultivar bacterias y cultivar animales o plantas excepto que el cultivo de bacterias es mucho más limpio y necesita muchos menos recursos
Suena a ciencia ficción...
La tecnología está preparada. Lo que las compañías están esperando son las autorizaciones para ir adelante. La Unión Europea es muy lenta en eso porque el lobby ganadero les asusta. Y el lobby está a su vez muy asustado de las nuevas tecnologías que pueden reemplazarlos.
Pero esa revolución implicaría, además de permisos legales, que la gente aceptara que eso fuera su comida.
Hemos cambiado muchísimo nuestra imagen de lo que es comida. Nos decimos a nosotros mismos que utilizamos cocina tradicional, pero no es cierto. Si miras lo que un español promedio come ahora, es muy diferente a lo que sus abuelos comían. Ahora hay muchos más productos de origen animal y mucha más comida rápida.
Mucha gente dice que este tipo de comidas es para gente adinerada, no para el ciudadano común.
Para conseguir que los productos ganaderos sean baratos estamos imponiendo desastres ecológicos masivos. Y añadiendo miles de millones de euros de dinero público para la industria productora porque son inherentemente caras. Es caro producir carne o leche y la razón por la que son baratas es porque permitimos sus enormes daños ambientales y subvencionamos a las compañías. Producir comida con organismos unicelulares es mucho más barato.
¿Cree que una revolución así es posible y que llega a tiempo para evitar los colapsos de los que habla?
Esa es la cuestión. ¿Podremos librarnos del sistema de producción de alimentos antes de que acabe con los sistemas planetarios? No puede asegurarse porque no sabemos lo cerca que estamos de esos puntos de no retorno. Pero las cosas pueden ocurrir muy rápidamente. Una característica de las nuevas tecnologías es que, al principio, parece que no pasa mucho, hay movimientos de fondo, quizá solo una pequeña parte de la población utiliza esa tecnología y no ocurre demasiado por un tiempo. Y, de repente, casi de la noche a la mañana, todo el mundo se pone con ello. Y eso es lo que puede ocurrir con estas tecnologías de las proteínas, porque son tan eficientes y baratas que es difícil ver cómo las otras industrias podrán resistirlo.